Aballay: El Muerto, el Pobre, el Porteño

A mi modo de ver, la poética de Fernando Spiner se define mediante dos procedimientos. El primero, una transmutación de la imagen que concede a los lugares familiares cierta extrañeza poética. Como consecuencia de esta alquimia, el espectador retorna a esos lugares —al igual que las almas que se bañan en las aguas del Leteo— como si los visitara por primera vez. Así, se me vienen a la memoria la Villa Gesell hauntológica de Balada para un Kaiser Carabela (1987), el mar infinito de La boya (2018), la autopista no euclidiana de Inmortal (2020).

El segundo, la composición de personajes de carne y hueso —y resiliente ADN argentino— en los que palpita un robusto corazón literario. No es casualidad que en el desarrollo de sus guiones hayan colaborado escritores de la talla de Ricardo Piglia o Pablo De Santis, o que los libretos tomen como punto de partida textos de autores como Sergio Bizzio o Roberto Arlt. Esta es la razón por la cual a los personajes de las películas de Spiner no les resulta una tarea demasiado difícil volverse inolvidables. En este punto, se me vienen en malón los infames que se entreveran en Erdosain (2020, codirigida con Ana Piterbarg), la muchachada cyberpunk en La sonámbula (1998), los astronautas que se ceban unos matecitos en Adiós, querida Luna (2004).

Spiner aplica de manera consecuente estos procedimientos al momento de extrapolar géneros como la ciencia ficción a la narrativa cinematográfica argentina. Su verdadera maestría como cineasta no deriva solo de explorar terrenos un tanto desiertos en el cine de nuestro país: surge sobre todo por la aplicación a su obra de estos dos procedimientos con una destreza de orfebre.

Un lugar llamado La Malaria

Aballay, el hombre sin miedo se estrenó un 23 de junio de 2011. La cinta recibió numerosas nominaciones y premios en diferentes festivales. Incluso fue seleccionada como representante argentina para los premios Óscar. Recientemente, para celebrar los diez años de su estreno, la plataforma Cine.ar la transmitió en la señal de cable el jueves 1 de julio de 2021.

La película cuenta la historia de Julián (Nazareno Casero), un porteño que arriba a La Malaria, un paraje del noroeste de Argentina, en busca de los bandidos que mataron a su padre durante un asalto, cuando Julián era niño. Julián recuerda las caras de los asaltantes, la quebrada donde emboscaron la diligencia en la que él viajaba, el facón con el que su padre fue degollado. Preserva esos recuerdos en una carpeta llena de dibujos a carbonilla.

La Malaria es un rancherío perdido en una región montañosa y áspera. El juez de paz del lugar, conocido como “El Muerto” (Claudio Rissi), ejerce su autoridad con capricho y salvajismo. Decide tomar por esposa a Juana (Mariana Anghileri) sin preguntar a la mujer si está de acuerdo. Julián pronto reconoce al Muerto. Resulta ser uno de los bandidos que mataron a su padre. Además, Julián se enamora de Juana. Decide entonces interponerse a fin de evitar el matrimonio. Como consecuencia, El Muerto y sus secuaces golpean a Julián hasta dejarlo al borde de la muerte. Para salvarlo, Juana escapa de su cautiverio y lleva a Julián con el Pobre (Pablo Cedrón), un jinete solitario que, por un motivo misterioso, nunca se apea de su caballo. La gente de La Malaria lo considera santo y le atribuye poderes milagrosos. Durante el tiempo en que Julián permanece al cuidado del Pobre, se pergeña una alianza para enfrentar una vez más al Muerto, pero que también derivará en enemistad cuando el secreto del jinete se revele.

El largometraje está inspirado en el cuento Aballay, de Antonio Di Benedetto. En gran medida, en esta traslación de la historia desde campo literario al cinematográfico es el espacio donde se produce la alianza del género gauchesco con el western. En su bellísimo relato, Di Benedetto despliega un ejercicio —frecuente en la literatura gauchesca— de narración intimista, reflexiva, filosófica, que detalla la transformación espiritual de Aballay, un gaucho matrero que se transforma en santo popular. Por su parte, Spiner desarrolla el aspecto mundano y épico del western echando luz sobre la historia de venganza que, en el texto de origen, apenas se insinúa y que se ejecuta, paradójicamente, a la manera de un martirio.

De este modo, Spiner trabaja con esos dos paisajes narrativos. En los dos primeros actos de la cinta, alterna entre uno y otro, asumiendo los tonos brutales del spaghetti western, y reserva el último tercio para fundir ambos en un acorde amargo, típico del mejor western crepuscular.

El Muerto, el Pobre, el Porteño

Indudablemente, Aballay constituye un ejercicio magistral de la poética spineriana. En cuanto a la transmutación de la imagen, el hecho de abordar un western gauchesco le permite a Aballay lucirse a la hora de componer el escenario de la historia. La película se filmó en los valles Calchaquíes, en la región de Amaicha del Valle de la provincia de Tucumán. Spiner opta por un escenario de montañas y quebradas. Desde ya que esta elección es estratégica. Por un lado, le permite evocar los paisajes del western estadounidense a la manera de los filmes spaghetti. Por otro, consigue tomar distancia de la imagen clásica de la pampa gaucha. De este modo, Aballay opera esa alquimia maravillosa por medio de la cual la imagen funciona como territorio rural, de la Argentina profunda, y al mismo tiempo, como un ambiente que nos remite de inmediato al lejano oeste en cuanto espacio arquetípico.

Con respecto a la composición de los personajes, la historia de Aballay se sostiene sobre una tríada que desarma el esquema maniqueo del héroe vs. el villano. En este sentido, la dinámica del Muerto, el Pobre y el Porteño no solo expone la ambigua moralidad de sus protagonistas, sino que, una vez más, remite a ese horizonte paradigmático que encuentra su eco en uno de los referentes universales del spaghetti western: Il buono, il brutto, il cattivo (1966) —o El bueno, el malo y el feo, como se conoce a esta obra maestra en nuestras tierras—, del gran Sergio Leone. Así, Claudio Rissi, en el papel del Muerto, compone un matón de humor ácido e inflamable; Pablo Cedrón, en el del Pobre, interpreta a un hombre violento agobiado por la culpa; y Nazareno Casero, en el del Porteño, representa a un muchacho de la civilizada Buenos Aires que hace su aprendizaje de la violencia en la bárbara Malaria.La aplicación de estos procedimientos le permiten a Spiner elaborar un western gauchesco cuya poesía y crudeza encuentra su antecedente en Juan Moreira (Leonardo Fabio, 1973). Y más aún, su estética sigue la estela de renovación del género que emprenden largometrajes tales como Sukiyaki Western Django (Takashi Miike, 2007), El bueno, el malo y el raro (Kim Jee-woon, 2008), Slow West (John Maclean, 2015) y The Sisters Brothers (Jacques Audiard, 2018).

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