Okupas: Coronados de gloria vivamos

Por fin ha llegado a Netflix el estreno de Okupas remasterizado que tantas expectativas generaba.

Y si bien siempre pudo verse gratis por YouTube, es cierto que por fin esta joya del audiovisual argentino llega en buena calidad a las masas. Porque todo el mundo tiene Netflix, y para el que no, más de un buen samaritano se encargó de subirla para su descarga a pocas horas de su reestreno.

Okupas tiene ya 20 años, y los jóvenes que fueron parte de ella delante y detrás de cámara hoy son adultos más que hechos, pero por algún motivo el remaster fue furor y la serie tiene hoy día más cabida que nunca, y en un montón de aspectos, sigue vigente.

Hace unos meses que experimentamos como sociedad este fenómeno: memes de Okupas, remeras de Okupas, tuits de Okupas, tazas de Okupas, pines de Okupas, spots políticos de Okupas, todo de Okupas.

Esto se debe tanto a los nostálgicos de siempre como a una nueva ola de espectadores nacidos en los primeros años pre y post lanzamiento de la serie y que hoy la ven quizás por primera vez. Y no son ningunos niños: lamento recordarles el brutal paso del tiempo, pero quienes se suman hoy al hype Okupas son los nuevos jóvenes de nuestra sociedad argentina.

Del remaster de Netflix per se no hay demasiado que decir. La restauración está rebuena y toda la controversia sobre la música fue al pedo: la gran mayoría de los temas siguen siendo los mismos, los que se han agregado están buenísimos e, incluso para quienes como yo hayan sido escépticos al respecto, la banda sonora original de Santiago Motorizado le encaja bastante bien en la mayoría de los momentos en los que se la requiere.

Poco más, poco menos, la serie sigue siendo la misma y a la gran mayoría los cambios nos parecerán imperceptibles y tolerables.

Entonces, lo que hoy haremos será un picadito por varios temas respecto a todo este cantar:

¿Qué fue/es Okupas? ¿Por qué está buenísima? Y ¿por qué está pegando tan tan fuerte otra vez?

La nota de hoy no viene con spoiler, así que si llegaste tarde a la moda podés leerla tranquilo.

Aunque, dale, tiene 20 años la serie, ya no hay mucho código que respetar.

Arrancamos.

Dirigida por un tal Bruno Stagnaro, director reconocido en ese momento por Pizza, birra, faso, Okupas termina resultando en un relato de protagonista grupal, pero digamos que empieza contando la historia de uno solo: la historia de Ricardo.

Ricardo es un pibe joven, de clase media acomodada, inconforme con su vida.

Dejó la facultad, no trabaja, y vive de prestado en la casa de su abuela, que se la pasa recriminándole que es un vago.

Un buen día, su prima Clara le ofrece un laburito cuidando una casa que se encuentra en trámites de sucesión, para que no vuelvan a ocuparla, ya que ha sido violentamente desalojada hace poco tiempo.

Por supuesto, Ricardo hace todo mal: de los mandamientos que le impone su prima, no cumple ni uno.

Ricardo termina convertido en un okupa junto con los muchachos que la vida le ha puesto al lado: el Pollo, amigo de la infancia, para el cual el tipo de vida y los códigos de la calle son moneda corriente; el Chiqui, un tipo enorme pero inocente, bondadoso y genuino, que no tiene familia y al que el Pollo saca de la calle para llevarlo a vivir a la casa; y Walter, el rollinga bocón paseador de perros al que Ricardo «contrata» para que los perros le espanten a los vecinos que quieren metérsele a la casa, y que termina quedándose hasta el final.

El grupo, armado con la naturalidad que da el destino, siguiendo la regla de lo imprevisible pero inevitable, pasará por una serie de peripecias –que aquí no tiene ningún sentido comentar– que los harán formar un vínculo fuertísimo de amistad.

Y si bien son estas divertidas peripecias de la marginalidad las que mueven la trama, lo que importa de verdad, es este factor emocional. Los arcos de los personajes, sus evoluciones, sus relaciones, el vínculo entre ellos y el vínculo con el quinto personaje (o sexto, el quinto es Severino) tácito de la historia: la casa.

Esa casa, que es la excusa del relato, que es su principal contenedor, y que a la vez da siempre la sensación de estar viva y que tiene un aura casi eclesiástica.

Así que, personajes que crecen y se relacionan, música buenísima, un perrito y una casona llena de recovecos donde se ocultan armas y altares de santos que miran y, a veces, interceden.

Incluso con tan poco, imposible no comprar.

Pero la otra cuestión característica de Okupas es que está filmada con dos pesos con cincuenta.

El modelo de producción es baratísimo y ayuda a reflejar en el audiovisual ese tema que siempre estaba latente en la serie, el hacer sin plata.

Sin plata no, porque no se puede hacer cine sin plata, pero que se puede hacer con poca se puede. Y, es más, se puede hacer increíblemente bien. Igual que las aventuras del grupo.

Quien se fije puede observar que Okupas está filmada con pocos recursos, pero que no tiene ningún error severo. Es un hermoso ejemplo de ABC cinematográfico y, como parte de este corpus, que recomendaría a cualquier estudiante o cineasta que recién arranca y quiere filmar con poco dinero.

En un modelo productivo pequeño y en el que tanto actores como dirección comentan hoy que proliferaba la improvisación actoral y de puesta, los planos están estables, los fondos no están quemados, nadie se salta el eje y los tamaños y correspondencias de plano tienen un sentido.

Y no es al pedo, porque es parte de eso que hacía que la serie fuera mirable aún en baja calidad en YouTube antes de toda esta nueva movida.

No es que cada frame sea un cuadro, pero aspirar a eso es vano para el tipo de relato y el espíritu que envuelve a Okupas.

Y eso nos lleva al por qué de esta serie que podría haber sido una más, en un golpe de no tan azaroso azar, se volvió de culto y hoy su popularidad desborda de nuevo.

En parte es cierto que una porción de este nuevo fanatismo Okupas vaya por su lugar más superficial, de la misma manera que experimentan este fenómeno otras series nacionales, mejores o peores.

Ya lo dijo PoxyClub, «Quiero flashear ser pobre».

Cómo garpan los pobres, los mequeros, los chorros y demases cuando están detrás de una pantalla y solo nos tocan haciéndonos reír o enseñándonos palabras nuevas para quedar como unos campeones en la vida, para quedar como los más porongas de este conventillo de mierda.

Estas divertidas peripecias marginales –a las que nombro de este modo con sarcasmo– se vuelven atractivas para el público de hoy en día que consume un montón de series de la temática y que después termina empujando con su consumo a que salgan series de villeros solo por ser villeros, hechas por gente a la que nada le importa ni nada entiende, en las que no hay uno solo que sea morocho y no tenga pilcha nueva.

Es cierto que una parte del nuevo hype es gente rubia queriendo ser tumba.

Pero es lo menos.

Porque por cómo está retratada la historia lleva muy poco tiempo darse cuenta de que la merca y el choreo no son lo que importa acá.

Otra parte del hype es la de la nostalgia, tal como pasa con Los Simuladores, de ver Argentina como era antes.

Precios irrisorios, calles distintas, edificios viejos, teléfonos públicos, las luces de antes, los bondis de antes, los trenes de antes, todo de antes.

El entusiasmo viene por parte de quienes la vivieron en plena conciencia, pero también de parte de la gente más joven, a la que ver en imágenes concretas su infancia los emociona, ya que todas esas cosas en su recuerdo se desdibujan con el tiempo y terminan siendo tan difusas como el gusto al alfajor Fulbito o el color de las polleras de la abuela.

Escuchar la música, los lunfardos, ver la ropa y los escenarios y maravillarse comparando cómo todo ha cambiado y cómo nada lo ha hecho también.

Y es que otra de las razones por las que Okupas está pegando fuerte es una cuestión de timing.

Ver la serie de la crisis en nuevos tiempos de crisis y poder sentir un poco –para bien o para mal– que el tiempo no pasó. Que todo sigue igual.

Que Okupas sea una serie eterna e infinita, que refleje tan bien su momento pero madure bien en todos los demás, acompaña ese proceso.

Por eso, otras series que quisieron emularla hablando de delincuencia nunca lo hicieron tan bien como ellos.

Porque Okupas no habla de actos sino de personas, de sentimientos, de sufrimiento, de carencia, de vínculos, de diversión, de crecimiento, de amigos. Habla de cosas tan eternas como el tiempo, que no tienen caducidad y que en 20 años más, van a seguir vigentes.

Porque Okupas es nada más y nada menos que un coming of age argento de guachos de barrio.

Y no se me ocurre nada más hermoso que eso.

Así que vean Okupas una y mil veces más, que a todos nos hará por siempre reír y llorar, porque es sacado patrimonio nacional, y eso siempre –con o sin análisis– se siente en el corazón.