Judas and the Black Messiah: “I am, a revolutionary”

Donde quiera que la muerte nos sorprenda,
bienvenida sea siempre que nuestro grito de guerra haya sido escuchado.
Ernesto Guevara, el Che.
Spoiler alert, debo sincerarme y avisar que esta reseña contará con varios spoilers, en especial, al revelar el final del film. Pero bueno, quienes alguna vez leyeron sobre luchas populares y personajes carismáticos de esas luchas ya sabrán de Fred Hampton y cómo termina.
Mucho se desmereció este año de premiación de la Academia debido al retraso de grandes producciones por el COVID-19, que no habría películas a la altura, que lo mejor no salió, que debería suspenderse. Sin embargo, en estos últimos meses nos han llegado películas que, para mí, están a la altura. En especial esta que vamos a reseñar del director Shaka King.
La noche del 4 de diciembre de 1969, la policía de Chicago irrumpió en el departamento de Fred Hampton (Daniel Kaluuya) disparando a mansalva más de 90 tiros, ante un solo disparo de lxs compañerxs (que encima fue al techo, por la sorpresa) y asesinando a Fred mientras dormía, sedado por el informante del FBI y jefe de Seguridad de Las Panteras Negras, William O´Neal (Lakeith Stanfield), quien también había proporcionado los detalles de la vivienda para el nefasto operativo. Pero ¿cómo se llegó a este desenlace?
La historia arranca en 1968 cuando O´Neal robaba autos haciéndose pasar por agente federal y mostrando una placa falsa. Claro que la suerte se le termina y acaba en una dependencia policial con la tentadora oferta del agente del FBI Roy Mitchell (Jesse Plemons) de evitar una condena de 6 a 15 años en prisión y trabajar como informante de la agencia dentro del partido de las Panteras Negras, especialmente, por el crecimiento del líder carismático Hampton, a quien debería acercarse.

Así es como la vida de estos dos personajes se cruzan, y vemos cómo O´Neal crece dentro del partido y en la consideración de Fred Hampton, incluso gana el sobrenombre de Wild Bill. La historia escrita de los hermanos Kenneth y Keith Lucas (guionado por Shaka King y Will Berson), nominados a mejor guion original, mantiene un pulso exquisito en un thriller con la dosis justa de escenas de acción, la historia de amor del propio Fred con Deborah Johnson (Dominique Fishback), y sin descuidar el contexto histórico y sociopolítico de los 60 y 70. Muy influenciado pareciera, pero sí totalmente insertado y contemporáneo con estos tiempos que corren con el Black Lives Matter, y el Mal encarnado por el propio gobierno y la policía de Chicago, tratando de parar al brillante orador de lxs que menos tienen, con un discurso combativo y marxista, formador de cuadros, con una idea organizativa de unir a lxs desdichadxs en una sola coalición (Rainbow Coalition) a latinos, blancos pobres y las distintas agrupaciones de afroamericanos separados por diferencias menores en el discurso. Solo por eso era un peligro para las agencias gubernamentales, solo por eso lo metieron preso. Pero la salida de la cárcel no le quitó fuerzas en sus ansias de revolución.
Con una banda sonora que acompaña cada momento particular de la trama y que refuerza las sensaciones mostradas y los ambientes, Mark Isham y Craig Harris introducen sonidos musicales que van desde el jazz al funk totalmente acordes no solo con la época, sino con el momento psicológico de los personajes principales. Pareciera un tema menor, pero al enfocar esfuerzos en el apartado musical, terminan de redondear una gran película. Sin ir más lejos, el soundtrack oficial del film está nominado al Óscar como mejor canción original gracias a “Fight for you”, de H.E.R. junto a Dersnt Emile y Tiara Thomas. Pero si cabe destacar cada nominación a la nueva emisión de los premios de la Academia, la fotografía está en manos de Sean Bobbitt, llena de contrastes en las escenas nocturnas, y un equilibrio entre oscuridad y luz que hacen foco aún más en los momentos de los personajes. No es casualidad que las escenas más iluminadas y coloridas sean las de Fred con Deborah o Fred en algún discurso o ayuda a lxs necesitadxs de las barriadas de Chicago. No soy un experto de la fotografía, pero grande por Bobbitt si me generó estas sensaciones.
Es una película de interpretación, y los dos actores principales la rompen cada uno desde su papel. Daniel Kaluuya hace tiempo que viene sorprendiendo, y ya podemos decir que es una realidad, desde aquel episodio de Black Mirror en su primera temporada hasta Get Out (2017, Jordan Peele). Es difícil hacer un personaje como Fred Hampton y no caer en la obsecuencia del carismático líder. Kaluuya colma a su personaje de una humanidad palpable cuando la escena lo amerita, pero lo llena de energía cuando debe encenderse para captar a las masas.
Su contraparte, Will Bill O´Neal, interpretado por Lakeith Stanfield, juega mucho con su nerviosismo a ser descubierto o su miedo a quedar preso. Se mueve entre dos paredes que lo aprietan, en un gris que le queda muy bien al personaje. En algún lado leí que lo más flojo de la película fue no darle un motivo más fuerte para cometer traición, o un rasgo más negativo o positivo para lograr una mayor identificación y entender el accionar de este personaje, pero no estoy de acuerdo. No poseo la verdad ni nada, pero mantener el trasfondo de O´Neal en un gris es lo que refuerza la trama desde mi punto de vista. No sé si fue algo intencionado, pero no empatizar con el traidor alza aún más el conjunto del film y la construcción de este personaje. Porque alguien que comete una traición así es alguien que no entiende la lucha social, es alguien que no comprendería “ser siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier lugar. Es la cualidad más linda de un revolucionario”, como decía el Che. O´Neal se encuentra entre dos disyuntivas: la conciencia y la conveniencia, y Stanfield expresa de la mejor manera ese nerviosismo, en especial en la escena del discurso de “I am, a revolutionary”.

El lado oscuro y villanesco queda muy bien representado e interpretado por J. Edgar Hoover (Martin Sheen) y el agente del FBI Roy Mitchell (Plemons). Sheen en cuentas gotas demuestra toda su experiencia con la interpretación sobria de un ser siniestro, dando las directivas desde las sombras, a veces sin palabras claras, pero con alusiones concretas, y otras con una frase terminante. Pero siempre con cara de póquer. Jesse Plemons actúa como una persona simple e inocente cuando le conviene, como lo vimos en Breaking Bad. Pero una simpleza que se convierte en una frialdad escalofriante cuando la situación se tensa. Haciendo de un papel paternal para O’Neal, tensa la cuerda cuando necesita resultados a toda costa. Siembra la duda en el informante, aduciendo un servicio a la patria y que Hampton esparce odio y separatismo que llevará a derramamiento de sangre.
Para finalizar, Shaka King maneja la tensión de un film como pocas veces vi. Las escenas de violencia utilizan una composición y unos movimientos concretos y útiles para la acción en sí, y se planta con primeros planos a personajes específicos que nos hacen comprender la situación de opresión a la perfección. Igualmente, en los discursos, con primeros planos y primerísimos primer plano, que remarcan la fuerza del orador y la pasión del momento. El título evoca al mesías católico, no voy a ponerme a decir quién es Pedro, Magdalena y todo eso porque tengo casi nada de religión. Pero cómo el mesías negro (Fred) acepta con calma que puede morir en cualquier momento justifica el título, y más aún con el accionar de O´Neal. En esa secuencia final, es como estar en una última cena con los 12 discípulos, sí, no sé si eran 12 en el departamento de Hampton, pero se entiende a lo que voy. El mesías negro es sacrificado-martirizado por la revolución y asesinado por el poder. El final es impactante, y para nosotrxs, cercano, porque podemos poner un Ford Falcon verde en esa escena y el accionar de la policía y los agentes federales bien podría darse en un departamento del AMBA en la misma época.
En fin, Judas and the Black Messiah tiene dos actores que brillan por encima de todo, pero con una historia fuerte, bien contada y una constelación de talentos en el reparto, el diseño de producción, la fotografía, sonido, guion y, sobre todo, la dirección, que con gran seriedad puede brillar aún más en los Óscar.
PD: La escena del discurso es tan fuerte y convincente, que estuve repitiendo toda la semana “I am, a revolutionary”. Notas al pie que a nadie le interesa, pero bueno.