Hillbilly Elegy: untar obviedades

Ron Howard ha sabido entretener y relatar buenas historias a través de excelentes producciones hollywoodenses. No se puede negar que tiene ojo para el éxito y una mano hábil para llevar a las pantallas (grandes o chicas) productos que, en general, tienen buenos resultados comerciales. Si bien no se ha corrido de los cánones más clásicos de la industria y suele elegir historias centradas en EE. UU., entretiene haciéndonos olvidar, por momentos, que estamos alimentando ese Hollywood hecho para reforzar la idea del sueño americano. Si en algún momento llegamos a pensar que aquel sueño estaba en decadencia o que había mutado, Trump nos espabiló para gritarnos en la cara que (Norte)América iba a ser grande otra vez.

En Hillbilly Elegy, Howard toma el bestseller de J.D. Vance para retratar la historia de tres generaciones de una familia blanca, de origen rural a través de sus propios ojos: el del único hijo que ha logrado ir a la universidad (o a la previa que ellos llaman college) y que, en la actualidad, intenta conseguir un lugar en la élite de Yale. Para esto, J.D. debe luchar o enfrentarse a su pasado y presente signado por esas características de campesinado blanco, tradicional y conservador que no encajan del todo con la clase alta a la que quiere sumarse.

En el mismo momento en el que se define su futuro académico y laboral, J.D. es llamado por su hermana para regresar a su pueblo para ayudar a Bev, su madre, quien ha sufrido una nueva sobredosis. Desde allí, en una movida un tanto clásica, la película irá mechando partes de este relato actual con fracciones del pasado, en tono de melodrama.

Hasta acá, una clásica película que cuenta la historia de autosuperación de una persona que, a pesar de su entorno, logra llegar a ser parte de esa clase social responsable de perpetuar aquellas mismas condiciones que le hicieron difícil la llegada a la cima. Resumiendo, en pocas palabras ese hermoso círculo vicioso del sistema…

El problema de esta película no solo radica en repetir una historia ya contada, sino en hacerlo sin ningún tipo de filo y, por ende, profundidad. Si el filo es lo que ayuda a que penetre un objeto punzante, podríamos decir que, en Hillbilly Elegy, Ron Howard eligió un cuchillo untable. Por su forma, no hay otro resultado que el de embadurnarnos con emociones exageradas que rayan el grotesco, porque si, al menos, se sumergiera en ese género, podría tener algún otro efecto en su público.

Lamentablemente, ni dos actrices tan experimentadas como Glenn Close y Amy Adams logran transmitir otro tono que no sea el del aturdimiento constante, lo que da como resultado un altiplano: hay un clima elevadísimo pero chato. Termino con las metáforas para decir que, quizás Hollywood se haya perdido la oportunidad de contarnos algo que podría explicar parte de la historia del resurgimiento del conservadurismo más recalcitrante en EE. UU. y la región. Seguramente no haya sido su intención; sin embargo, al menos podrían habernos acercado un producto menos berreta.

A pesar de todo, es una de las elegidas a los Óscar de este año, lo cual no hace otra cosa que reafirmar ese gusto de la Academia por incluir siempre alguna historia de autosuperación basada en golpes bajos.