Druk: ¿quién se ha tomado todo el vino?

A veces hay que irse lejos para poder volver. A veces nos vamos lejos y ya no volvemos.

Thomas Vinterberg nos ha acostumbrado a traspasar los límites de la incomodidad para desnudar la hipocresía y dejar en evidencia que no todo lo que brilla es oro. De una manera más moderada que en La celebración (1998) o La cacería (2012) nos vuelve a poner en jaque al plantearnos una hipótesis sin saber si lo hace desde un lugar de crítica o defensa. En esta ocasión no son los personajes necesariamente quienes nos incomodan, sino quizás la falta de claridad inicial en la postura de Vinterberg. Me permito dudar de que esto sea casual.

En Otra ronda (2020) un grupo de amigos y profesores de un colegio secundario en Dinamarca se dan cuenta de que sus vidas se han vuelto aburridas, monótonas y sin motivación (o quizás siempre lo fueron y recién ahora lo notan). En el festejo de cumpleaños de uno de ellos, los cuatro deciden probar una teoría planteada por un psicólogo según la cual las personas deberían mantener un nivel de 0,05 en la sangre a fin de liberar sus inhibiciones y relajarse, de manera tal de poder disfrutar y tener mayor creatividad. La desmotivación en sus trabajos y vidas familiares los llevan a aceptar el reto con total dominio y registro, en forma de experimento.

Como es de esperar, en una primera instancia el uso del alcohol resulta positivo para que los profesores se suelten, motiven y, en consecuencia, motiven a su entorno, ya sea en la escuela o en casa. Sin embargo, el avance hacia instancias más profundas del “experimento” trae consecuencias no tan controladas.

Si bien la historia expone los casos de los cuatro amigos, hay un claro protagonista que es Martin (Mads Mikkelsen). Su negativa a tomar alcohol en el cumpleaños debido a que tiene que manejar es lo que dispara la propuesta y es su mirada la que sigue guiando el resto de la historia. De hecho, en una escena que resulta bisagra, Martin mira a través de la ventana mientras adentro el resto se prepara para el desborde total. Será su decisión la que marcará el destino del relato.

Otra ronda es una de las nominadas a los premios Oscar como mejor película de habla no inglesa y ya ha dado qué hablar durante el año de su estreno. Hay quienes dicen que es apologética, quienes la tildan de aleccionadora e incluso quienes la rescatan por dejar una moraleja. Podría reducirse a una simple historia de ficción centrada en cuatro individualidades, pero no creo que sea posible. Vinterberg deja escabullirse algunas partes del todo mientras relata una historia particular. Incluso al mostrar las vidas de los protagonistas hay una suerte de selección arquetípica: el solitario, el hombre de familia, el apático, el fracasado. Sin embargo, quizás la frase de la mujer de Martin sea la que más se acerque a aclarar la postura de Vinterberg (y sigo dudando de que quede clara) cuando le dice a su marido que no le importa si toma, ya que la mitad del país vive borracha.

Claro que hay un desarrollo especial de estos personajes para que el público empatice, se encariñe y vea una parte de su juventud perdida en ellos; pero la película no se queda allí, sino que escarba un poco más profundo para que nos miremos como sociedad, en especial, aquella que goza del privilegio de aburrirse por no tener que lidiar con problemas ligados a la satisfacción de las necesidades básicas.

No hay crítica explícita ni apología. No sé si Vinterberg se decide. Hay una habitación en la que se está gestando un escape descontrolado de esa vida entumecida y una ventana para mirar hacia afuera… hacia algo más. Queda en cada unx elegir hacia dónde voltear la mirada.