Raya and the Last Dragon: el oxímoron perfecto

Disney estrenó en simultáneo su última obra animada en algunos cines seleccionados y en su plataforma Disney Plus a todo el mundo por un costo adicional con un resultado bastante alentador para estos tiempos.

El mundo cambia. Hace unos años era impensado que Disney, que desafiaba a Netflix estrenado sus películas en cartelera, sacara de forma online sus productos en simultáneo con la pantalla grande. Pero la pandemia lo cambió todo, y ahora el estudio se replantea su manera de hacer ingresos. Y estos tiempos traen aparejadas otras diferencias. La compañía del ratón opta por una modernización de sus personajes, pulir el desarrollo de sus historias, contar algo sobre esta nueva generación. El universo de Kumandra se caracteriza por las divisiones, las luchas constantes, los intereses económicos y las diferencias culturales bien marcadas. Esta producción fue cuidadosamente planeada por el departamento de arte para que las historias hablaran por sí solas y no tuvieran que perder tiempo en desarrollos profundos de los personajes. Es allí donde se ubica nuestra protagonista Raya. Raya es una princesa de Disney, eso lo sabemos todos, pero Raya es una nueva princesa de Disney ya alejada de toda esa combustión cursi y femenina que tenía el estudio pegada como calcomanía. Más cercana a la osadía de Mulan que al narcisismo de Bella.

Como bien dice el título de la obra, Raya va en búsqueda del último dragón luego de que una devastadora fuerza malvada acabara con todos los seres místicos y, ahora, la única salvación de la humanidad radica en Sisu, una joven y desatenta dragona que logró escapar de la garras de la maldad hace 500 años. Además estará Namaari, otra princesa guerrera de la tribu contraria, quien hará todo lo posible para detener a la joven humanista. Ahora bien, Raya tiene un objetivo claro: restaurar la confianza en la humanidad. Aceptar las diferencias y trabajar en conjunto será el lema de esta aventura que irá sumando personajes a medida que la trama avance.

Como es costumbre, Disney siempre es una clase de cine que da cátedra a cualquier comisión de animación. Esta obra codirigida por Don Hall (Moana, Big Hero 6) y el debut del mexicano Carlos López Estrada en la animación demuestra todo el crecimiento de la empresa de los últimos años en el apartado de técnica y talento. Un sin barreras que año a año el estudio se enfoca en derribar. Agrega como base una enriquecedora banda sonora realizada por el músico James Newton Howard (La Aldea, Los juegos del hambre).

Sin embargo, en la actualidad, hay dos palabras totalmente separadas en el mundo cinematográfico: Disney y apuesta. Pensemos que hasta la llegada de Tangled (2010), la empresa de animación más importante del mundo solo tuvo intentos fallidos de obras animadas en el 3D como lo fueron La familia del futuro, Bolt, Chicken Little. Una muestra de películas menores con temáticas donde el estudio no se sentía cómodo y con recaudación paupérrima. Solo, y solo, con volver a la base de sus ingredientes es que Disney logró dominar esta nueva técnica de animación. Todo sus logros procedentes del 2D fueron plasmados en el 3D con Tangled. La obra tiene una princesa arquetipo, diseñada por un legendario animador del estudio (Glen Keane), adaptada de un cuento clásico (Rapunzel, de los hermanos Grimm), con tintes románticos, brujas malvadas, animales salvajes que actúan de forma doméstica y, sobre todo, canciones. No hay margen de error. Tangled es (y será) la mejor película del estudio en 3D porque representa toda la historia de Disney en un solo film que alcanza una espectacularización visual a más no poder. Luego llegaron algunos ajustes y sus resultados fueron más o menos por esa misma línea como son los casos de Frozen o Moana, otras dos grandes princesas exitosas del ratón.

Ahora, volvamos a Raya. Ella no es cualquier princesa, ella tiene un color de piel que se asemeja más al latino promedio que a la piel cáustica europea que calca el estudio de animación en sus primeros años. Ella no tiene un enamorado, ni pierde el tiempo con tirar flores a nadie; sigue su camino sin olvidar su objetivo. Raya, y acá el cambio más importante en la historia de las princesas de Disney, no canta. Ella no se lamenta con letras armoniosas, ella pelea, ella da discursos emotivos para que la sigan. Una princesa que no tiene nada de princesa, o mejor dicho, una princesa que no tiene nada de Disney. Raya aparenta ser un cambio de palanca en el estudio. Pero no todo es tan cierto. Por fuera puede parecer un producto diferente, uno más osado que toda la filmografía anterior. Pero Disney es Disney.

Detrás de todo ese envoltorio empoderado se sigue manteniendo una visión cursi, una captación hegemónica de las culturas y un estándar de belleza según las revistas de moda más aburridas de Europa. Sin olvidarnos de las criaturas místicas que se domestican, chistes de flatulencia, diseños tiernos y juguetones que nos recuerdan a personajes de Frozen. La empresa de animación más grande del mundo nunca dejará cabos sueltos. Y es esa osadía e ingenio que tiene el estudio para transformar a la criatura mitológica de un animal que escupe fuego en un mero juguete merchandising. Y Raya, como la cara más visible de todo este paquete bien envuelto.

Para finalizar, la cuestión sobre Raya and The Last Dragon es: ¿la obra realmente plasma los deseos de su nuevo público o es que logra imponer su imagen de la vida a través de los intereses de sus consumidores? Será o no será. Aunque luche, se enoje, se aleje de la corona, no afine sus cuerdas vocales, no tenga novio, Raya no dejará de ser una princesa más de Disney. Sí, Raya siempre quedará encasillada en ese rol con el cual fue concebido. Dentro de todo, Raya logra un sello distintivo en la compañía y, así, domina en todas sus formas al nuevo espectador.