The Dark and the Wicked: a propósito de Bryan Bertino, lo incierto y lo ominoso

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Bryan Bertino es para mí uno de los secretos mejor guardados del cine de terror de este siglo pandémico. Su carrera como director arrancó con The Strangers allá en 2008. Quizá la notoriedad de esta película echó una sombra demasiado larga sobre sus otras obras, no menos potentes: Mockingbird (2014) —un ejercicio muy ingenioso y entretenido que mezcla home invasion y found footage— y The Monster (2016) —una de mis favoritas, suerte de prima lejana de The Babadook (Jennifer Kent, 2014) en medio de una ruta de noche—. Su último filme, The Dark and the Wicked, recibió premios y elogios en varios festivales de terror durante 2020. Se estrenó oficialmente en noviembre de ese mismo año en los Estados Unidos. Shudder, el popular servicio de VOD de terror estadounidense, adquirió los derechos para incluirla en su catálogo.
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Louise (Marin Ireland) y Michael (Michael Abbot Jr.) regresan a la granja de un pequeño pueblo de Texas donde nacieron y se criaron. El padre de ambos (Michael Zagst) agoniza. La madre (Julie Oliver-Touchstone) sobrelleva la situación más allá del límite de sus fuerzas. De hecho, la anciana se comporta ya de manera extraña. Ve y dice cosas que sus hijos atribuyen al agotamiento y al pesar. Pero pronto sobreviene la desgracia. Louise y Michael tratan de afrontarla como pueden. Louise se siente cada vez más culpable. Michael, por el contrario, se mantiene indiferente. De un modo u otro, ambos lidian con un pasado implícito y un presente demasiado patente. Y en medio de ese trance, comienzan a ocurrir sucesos misteriosos: apariciones lóbregas, personajes sombríos, voces, ruidos, arañas, lamentos y aullidos de lobos… ¿Es todo eso consecuencia del luto, del pasado que no se quiere nombrar, de una presencia sobrenatural? Cada personaje de The Dark and the Wicked, para bien y para mal, se verá obligado a buscar una respuesta a ese interrogante.

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La elaboración visual de The Dark and the Wicked es sobria pero no por ello carece de fuerza poética. Bertino elige con acierto espacios y paisajes para componer la atmósfera que combinan el gótico rural y el folk horror. El campo abierto por donde vagan las cabras, la arboleda enfermiza en torno a la laguna o la granja con su empinado molino de viento son panoramas que alimentan el sentimiento de aquello que Mark Fisher llama eerie: lo inquietante que emerge al contemplar ciertos espacios donde parece que algo falta, donde la quietud y el vacío se tornan equívocos y donde lo que hay se vuelve ominoso a pesar de no ser extraño. Los efectos especiales se concentran en el sonido antes que en la imagen: lo que falta en ese paisaje amenazante no aparece de manera directa, sino que insinúa su presencia mediante la madera que rechina, los pasos que se adivinan, los susurros o los aullidos que se multiplican. Estos elementos replican cinematográficamente los conflictos que la historia deja en lo implícito y que se pueden rastrear en tres líneas: la distancia entre los padres y los hijos, la desconexión entre los hermanos, y la diferencia entre el mundo urbano (la experiencia vital de los hijos) y el mundo rural (la experiencia vital de los padres).
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Si andan en busca de una película que “explique” abiertamente lo siniestro, The Dark and the Wicked de seguro habrá de decepcionarlos. Hay quien la compara con Hereditary (Ari Aster, 2018). A mí me parece más cercana a The VVitch (Robert Eggers, 2015). Como sea, Bryan Bertino no es muy amigo de exponer motivaciones. Dentro de su filmografía, quizá sea The Monster la que ofrece razones no tan ambiguas. En The Strangers, cuando los protagonistas preguntan: ¿Por qué nos hacen esto?, la familia enmascarada contesta: Porque estaban en casa. En The Dark and the Wicked, los personajes lidian con una incertidumbre no menos acuciante. No me parece que falten indicios ni que haya que descubrir alguna clave particular para descifrarlos. El juego consiste en dejarse envolver por su atmósfera de extrañeza y apostar al final por alguna pista más o menos evidente para componer una hipótesis. En última instancia, lo más probable es que las piezas del rompecabezas no encajen a la perfección. Pero esto es comprensible. Después de todo, lo oscuro y ominoso —al igual que el sueño de la razón— no tiene por qué ajustarse a motivaciones humana: su único deber es producir monstruos.