Planta permanente: las miserias propias de la condición humana

La planta permanente de las instituciones públicas es asociada, en general, con motes tales como la vagancia, la burocracia, la ineficiencia. Somos un poco eso… pero también somos quienes impulsamos proyectos, sostenemos servicios a pesar de los cambios de gestión política y trazamos el mapa para quienes llegan a ocupar cargos y tomar decisiones.

Quienes formamos parte de la planta permanente de alguna institución pública sabemos que existen dos mundos laborales: uno externo en el que lxs empleadxs públicxs prestamos un servicio a la comunidad y otro interno, en el que se ponen en juego los micro-poderes y la cultura organizacional. Muchas veces, uno de ellos prevalece sobre otro. En la mente de muchxs, el interno gana la batalla.

En este caso, la película retrata ese mundo interno que, a su vez, está afectado por los vínculos entre compañerxs de planta (y otrxs en contextos precarizados) y con la gestión política que se incorpora a una maquinaria que ya está en marcha. Siempre trato de recordarme que no hay un día cero en el Estado.

La llegada de la gestión política, del nuevx funcionarix siempre genera algún tipo de cimbronazo en las bases. Puede ser una persona que viene de la militancia, alguien con trayectoria empresarial, en una ONG e, incluso a veces, personas que pertenecen a esa misma planta. Venga de donde venga, su rol es ser funcionarix políticx. Está del otro lado. Del lado de la patronal, que llega muchas veces para acomodar, ordenar lo que ya está en marcha. Tanto en los servicios que se brindan hacia afuera, como lo que está instituido hacia adentro. Esa cultura organizacional de la cual tanto se ha escrito.

Planta permanente nos muestra una dependencia de la Municipalidad de La Plata, específicamente el área de Obras Públicas, ubicada en un edificio enorme y seguramente histórico de esa ciudad. En este caso, llega una nueva funcionaria (Verónica Perrotta) para hacerse cargo de la Dirección y, al igual que en otras oportunidades, trae consigo un bagaje importante de prejuicios sobre lxs empleadxs e ideas preconcebidas sobre cómo debe funcionar el lugar.

Del otro lado, están lxs empleadxs y, entre ellxs, Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari), quienes mantienen una amistad entre ellas y una suerte de comedor comunitario improvisado en uno de los salones abandonados del edificio, donde la mayoría de sus compañerxs comparten el almuerzo a un precio accesible.

Ante la llegada de la nueva gestión, se percibe el miedo entre quienes aún no forman parte de esa planta permanente, los contratos precarios que tiemblan frente a los posibles despidos que suelen suceder en los cambios de jefatura. Representados en simples legajos que se ponen en una pila o en otra: la que representa el adentro y la del descarte. Uno de estos legajos es el de la hija de Marcela, y en el intento de salvataje por parte de su mamá, empiezan las pruebas de lealtades. ¿Hasta dónde se puede llegar para resguardar la seguridad de una compañera?, ¿y la propia?

Ezequiel Radusky logra retratar la humanidad que yace detrás de lo que muchas veces se muestra en números: cantidad de contratos, gasto público, índices de eficiencia e ineficiencia en los organismos y demás datos que parecieran regular de alguna manera ese adentro del Estado.

Por debajo, en el subsuelo, hay algunas personas que se han organizado para estar un poco mejor. A su estilo, con sus reglas, lo cual no quiere decir que sea justo ni con eficiencia, necesariamente.

El primer recorrido de la directora por las instalaciones incluye el paso por el famoso comedor improvisado de Lila y Marcela y un almuerzo de bienvenida junto al resto de la planta que expondrá, por un lado, el espanto de la nueva jefa frente a esta creación popular y, por otro, el lugar de poder que ocupan aquellas amigas, lo cual dará lugar a un enfrentamiento en diferentes niveles.

En este sentido, el poder formal de la directora para organizar el trabajo interno de la planta a su cargo se impondrá a través de su arma más real: la capacidad de dar de baja o de alta contratos precarios. Por su parte, Lila y Marcela intentarán mantener el poder ganado a través del famoso comedor, pero, en breve, verán que hay otras armas que pueden ponerse en juego desde más arriba y que tienen que ver con la generación de su mutua rivalidad y el debilitamiento de los lazos sociales construidos entre compañerxs.

Planta Permanente expone un mundo poco conocido para quienes no lo habitan a diario, con un estilo costumbrista, pero agregando su cuota de humor negro, al estilo de Raduski, manejado con buen timing. Las escenas transitan entre la oscuridad del edificio público y la intimidad compartida de los hogares de Lila y Marcela. La elección de estos puntos de vista es clave a la hora de marcar desde donde nos habla la película, sin embargo, no se queda con la superficialidad de lo obvio, sino que nos obliga a mirar muchas de las aristas que se develan a medida que la historia se desarrolla, haciéndonos ver que, gran parte de esas aristas son miserias propias de la condición humana.