Minari: la familia es lo primero

Ganadora tanto del premio a mejor película como del premio del público en el último festival de Sundance, la sexta película de Lee Isaac Chung, producida por la ya renombrada A24, se alza como uno de los pesos pesados de este año 2021 que comienza, aunque, en teoría, la película sea del 2020.
Minari transcurre en la década de los 80 y se cuenta desde el punto de vista de David, un niño coreano-americano de siete años que se muda a una zona rural de Arkansas con su familia para cumplir el sueño de su padre: tener su propia granja y vivir de la venta de vegetales coreanos.
Desde su llegada a su nueva vivienda, una casa rodante en medio de varias hectáreas de campo, las múltiples rispideces de la familia le serán accesibles al espectador. Minari es el relato de una familia que intenta permanecer junta y pertenecer a un lugar que no se siente propio. Más allá de los objetivos personales de cada uno que a veces puedan verse enfrentados, todo el grupo familiar sufre y lucha por esas dos primarias intenciones.

Zanjados los preliminares para quienes no la hayan visto, hay dos cuestiones de interés a la hora de hablar de esta película; la primera es su particular estética: Minari no es una película asiática. Es una película estadounidense con todas las letras y eso, por su puesto, se traduce al film. Obviando la parte en la cual la película sucede en Estados Unidos y eso hace que ciertos aspectos –sobre todo la dirección de arte y las locaciones– se decanten para ese lado, la puesta en escena de Minari no es la típica de una producción asiática y menos de las que suelen tocar este tipo de temáticas. Díganle cine costumbrista, dramas intimistas, cine indie –aunque no lo sea–, o como quieran. Creo que el tipo de película y el tipo de estética se comprenden, sea así que estemos hablando de Hirokazu Koreeda, Takeshi Kitano, Yasujiro Ozu, Lee Chang-dong o, incluso, el mismísimo Bong Joon-ho, quien a pesar de tener una estética quizás más emparentada por momentos con el cine americano no termina de entenderse en lo visual como un producto occidental. Sobre esto, es destacable como en Parasite las escenas referentes a los Park –la familia rica– están filmadas de un modo mucho más convencional a lo que es en occidente, mientras que las partes que refieren a la familia Kim siendo ella misma se condicen más con la estética de los directores recién nombrados. Tangente terminada, prosigo.
Este tipo de cine recién enumerado, que tiene una puesta en escena muy particular, sobre todo en cuanto a la puesta de cámara, poco tiene que ver con la última peli de A24. Y es que, de nuevo, Minari no es una película asiática. El constante uso de tomas con movimiento –sobre todo desde autos–, los pocos planos abiertos, con una tendencia a ir al primer plano lo más pronto posible, lo corto de cada una de las tomas previo al corte, el uso del plano y contraplano para realizar cualquier conversación…
Son elementos de la puesta en escena de cualquier otra película occidental que puedas imaginar. ¿Significa esto que la película no tenga una buena estética? ¿Que no hay planos memorables en el film?

Por supuesto que no. Sobre todo en lo que a dirección de arte respecta, junto con ciertos momentos clave de la dirección de fotografía, la estética de Minari es muy bella. Es solo que, aunque quizás sea una opinión personal, la decisión primordial que atraviesa la película puede resultar shockeante si el espectador esperaba encontrarse con otra cosa.
Aunque, desde un punto de vista analítico, quizás esta decisión tenga una razón de ser: el objetivo de contrastar, en lo visual, lo que contrasta en la trama, ese desencaje entre la familia y el país en el que viven. Si bien la película posee más de un tema, uno de los más importantes es este: la otredad. Y creo que la película toma muchos otros colores cuando se mira a través de este prisma. Porque el relato de Minari está plagado de escenas y situaciones cuasi surrealistas que, quizás, puedan no estar siendo narradas desde un punto de vista objetivo y omnisciente, sino desde el punto de vista de un pequeño niño –o toda una familia– de Corea que intenta adaptarse a Arkansas.
Porque quien fuese que cayera, de un día para otro, en un lugar tan distinto a su hogar, lo vería bajo un tinte de fantasía –para bien o para mal– subjetivada por lo indirectamente conocido del lugar. Y si ese lugar es tan mítico como el viejo sur, ya entramos en terrenos abrumadores.
Minari es una película bella en historia y construcción de personajes, digna de un profundo análisis estético por sus mezclas y sincretismos que, de aquí sin más, le dejará a cada uno algo para profundizar.