El canto de la selva: la otra cara de Hamlet

El príncipe Hamlet se encuentra con el espectro de su padre, el cual vagará eternamente mientras no quede vengado su asesinato cometido por su hermano para apropiarse de su mujer y su reino. Hamlet toma el pedido de venganza como un mandato y abre así la puerta a uno de las tragedias más violentas de la dramaturgia europea, en la que luego de intrigas, envenenamientos y aceros cruzados, mueren todos… y todas. En cambio, Ihjãc, un joven indígena krahô, el protagonista de El canto de la selva (Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos) recibe de parte del espectro de su padre muerto un mandato contrario al de Hamlet: debe celebrar el banquete fúnebre, una ceremonia festiva, luego de la cual el espíritu del padre podrá marchar finalmente a la aldea de los muertos. Una resignificación de Hamlet, una especie de “anti Hamlet”. Ihjãc teme estar convirtiéndose en un chamán, poseído por el espíritu de su Maestra, la Guacamayo, que no se olvidará de él y no lo dejará en paz, se siente enfermo y escapa a la ciudad cercana. Sorprende porque hasta ese momento, todo hacía pensar que la selva era todo el mundo conocido.
El canto de la selva es la contracara del relato europeo del Hamlet. El padre del protagonista murió por causas naturales, no hay ninguna venganza por ejecutar y los personajes de esta historia no pelean entre sí, no hay luchas por el poder, solo el devenir para sobrevivir. Violencia hubo antaño, en las matanzas de krahôs por parte de los agricultores y así las recuerdan los viejos del grupo.

El film es una ficción que pone en escena la creencia de la aldea de los muertos y a la vez es un ensayo antropológico, donde imperan la ambivalencia y el dúo de antagonismos: la frontera entre la “civilización” y la vida natural, la aldea y la ciudad, lo “primitivo” y lo “moderno”, la vida comunitaria y el capitalismo. Desnudez y vestimenta, chozas y teléfonos, hospital y chamanes, todos son elementos que se van mostrando en la película como si fueran metiéndose unos dentro de los otros sin solución de continuidad, como si fueran parte de un proceso natural. La lengua krahô es la que se utiliza en la aldea, pero el portugués aparece de inmediato cuando el joven va a la ciudad.
La etnia krahô vive en el noroeste del estado de Tocantins en la Tierra Indígena, Kraolândia, región del sertão, del Nordeste de Brasil, paisaje de sabana con sectores selváticos.
El canto de la selva o Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos (título original que no necesita traducción y que se ajusta mejor a la trama y al tema) es una película de trámite pausado, sin música incidental, que solo tiene el sonido de la selva y el canto de la gente. El paisaje es exhuberantemente verde. La cámara se mueve muy suavemente en el entorno y acompaña con planos de acercamiento a los personajes. Cuando la cámara se traslada a la ciudad, en mano del operador se mueve vertiginosa. Las actrices y los actores son gentes del pueblo krahô.

El film fue dirigido por el portugués João Salaviza (graduado de la Academia Nacional de Cine y Teatro (ESTC), en Portugal, y la Universidad del Cine, de Buenos Aires) y por la brasileña Renée Nader Messora (graduada en la Universidad del Cine, de Buenos Aires), que desde 2009 trabaja con la comunidad. Su trabajo se centra en el uso del cine como herramienta para la autodeterminación y el fortalecimiento de la identidad cultural. El guion fue escrito por ambos directores, mientras que Renée se hizo cargo de la excelente dirección de fotografía.
La película pasó por muchísimos festivales, latinoamericanos y europeos, obtuvo numerosos premios, entre ellos, el Premio del Jurado Un Certain Regard (Una cierta mirada), del Festival de Cannes 2018.
Gran película.