First Cow: buñuelos en el lejano oeste

La quietud de un río en tardes otoñales, donde el follaje se funde en una perfecta paleta de colores análoga creada por la naturaleza, dos exploradores encuentran sus caminos lejos de la fiebre del oro, armando un negocio clandestino de buñuelos.
First Cow es un drama estadounidense dirigido por Kelly Reichardt , basado en la novela de Jonathan Raymond, The Half Life, y sobre la cual escribieron el guion en conjunto.
La película fue estrenada mundialmente durante el Festival de Cine de Telluride en 2019 y también fue seleccionada para el 70° Festival Internacional de Cine de Berlín.

Su estreno en salas de cines por medio de la distribuidora A24 duró unas pocas semanas debido a la pandemia, pero se reestrenará cuando estén habilitados los cines. Igualmente fue lanzado para plataformas on demand en julio de este año.
Cookie, interpretado por John Magaro, es un cocinero que vaga solo por Oregón en 1820. Anteriormente se había unido a un grupo de cazadores de pieles en búsqueda de fortunas, pero se cruza en su camino con un inmigrante chino, King Lu (Orion Lee), con el que forma no tan solo una amistad, sino también un negocio clandestino en el cual el modo de llevarlo al cabo es mediante el robo de leche de la única vaca en el lugar, que pertenece a un rico terrateniente inglés.
En los primeros momentos de la película vemos cómo un barco atraviesa el calmo río, una clara demostración de la violenta irrupción de la tecnología sobre la tierra, y cómo el avance de este se pierde en el horizonte.
A su vez, la estructura de la película nos propone un presente atemporal donde una chica (Alia Shawkat), junto a su perro, encuentran unos esqueletos enterrados juntos, como “Los amantes de Módena”, que se presuponen una mujer y hombre, pero después se comprueba que eran dos hombres. Esta introducción nos plantea un final casi cantado donde luego mediante un flashback nos encontramos en la historia de nuestros dos protagonistas Cookie y King Lu.
La directora nos lleva a cuestionar las representaciones de amistades masculinas dentro del western, y las muestra de manera más sensible sin el peso de la toxicidad del concepto rudo y macho de un cowboy-vagabundo.

Podría decirse que la amistad se convierte en un bromance hacia el final de la película, para demostrar que una relación entre hombres puede también llevar a charlas de temas mundanos, compartir sueños, y no cegarse por la vengaza y el sexo. La amistad es mucho más que eso, incluso en un género como este.
La composición de los planos nos transporta hasta 1820 con esa tierra virgen, donde los árboles reencuadran y a su vez acompañan a los personajes con un estilo de contención amable y delicada. Una manera de demostrar que la vida anterior era sencilla y había respeto por la naturaleza.
No por nada en toda la tranquilidad y el detalle que propone la directora se ven demostrados en el 4:3 que elige para crear una atmósfera más intimista de la trama, y de una amalgama de texturas y colores que nos remontan a las pinturas de Albert Bierstadt.
Quizá no todo el mundo esté preparado para el ojo perfeccionista de Reichardt, pero para comprender hay que detenerse un segundo a mirar el paisaje, y dejar que las imágenes fluyan conforme al tempo del lugar.