Tenet: dábale arroz a la zorra el abad

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Hay un problema esencial con los palíndromos y es que, en cuanto tales, funcionan exclusivamente como pruebas de ingenio. En tanto herramientas narrativas, pueden contar poco y nada. De allí que Tenet (2020), el último juguete cinematográfico de Christopher Nolan, sea la película más Michael Bay que el cineasta británico haya filmado nunca. Dos horas y media de escenas cargadas de C4, arsenal de Call of Duty, autos europeos, ciudades exóticas, trajes de alta costura, falsificaciones de Goya, yachting y el acento exquisito de Michael Caine. Todo esto combinado con un fino colchón de ciencia ficción que, aunque desprende un perfume británico, no le quita al conjunto ese sabor a comida chatarra.

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Me detengo aquí para hacer una confesión: me declaro partidario de Nolan. The Prestige (2006) me parece no solo una obra maestra del steampunk, sino también una de las mejores historias del cine. Sueño con saber qué ocurre con la peonza al final de Inception (2010). Y con Memento (2000) nunca estoy seguro de si Leonard es un tipo con muy mala suerte o uno de los peores psicópatas del universo de celuloide. The Prestige, Inception y Memento son para mí parte de una trilogía cuasi borgeana cuyos temas son, respectivamente, la ilusión, el sueño y la memoria. Incluso Insomnia (2002) podría leerse como una apostilla a esta trilogía al tocar el tema del insomnio y, por ende, lo insoportable de lo real. Creo que es con Interstellar (2014) donde se anticipa un giro en su estilo, y que me parece que, no por casualidad, coincide con la partida de Jonathan Nolan. Dunkirk (2017) es ya un ejercicio visual con escaso desarrollo de personajes que, no obstante, cargan con el peso de ser protagonistas de la Segunda Guerra Mundial. Es esta gravedad lo que viene a otorgarles consistencia en medio de un divertimento al que ciertamente no le falta dramatismo, pero que carece de espesor narrativo. Dunkirk es menos un relato que un juego virtuoso en el que sus criaturas están siempre a punto de volatilizarse. Esta sospecha coincide con la incertidumbre del ataque alemán y, por ende, salva a los personajes de desvanecerse en lo inconsistente.

Tenet propone un juego parecido al de Dunkirk. Sitúa a los personajes al borde la volatilización. Pero, a diferencia de Dunkirk, El Protagonista (John David Washington) ignora esto en Tenet. La paradoja del relato consiste en que él constituye la clave para evitar la consumación de esta amenaza. Los espectadores nos hallamos en la misma ignorancia. Lo esperable es que descubramos junto con El Protagonista aquello que no sabemos a lo largo de la historia. Este ha sido un procedimiento común en el cine de Nolan. En Tenet, sin embargo, Nolan nos ahorra este trabajo a los 20 minutos de metraje. Nos revela la existencia de un mecanismo misterioso por medio del cual se domina la entropía. La consecuencia de esto es que, en un universo en el que todo tiende al desorden, ciertas personas consiguen revertir este proceso. Así, por ejemplo, la bala incrustada en un muro vuelve al cargador de la pistola y los fragmentos desprendidos del muro regresan a cubrir el orificio y devolver la superficie a su estado original. Wow, piensa uno frotándose las manos. ¡Las consecuencias que va a tener esto en las dos horas y pico que quedan! Todo lo contrario. Lo que sigue después es una especie de versión no autorizada del Agente 007 en una película que no podemos nombrar porque, claro, no es una versión autorizada. Tenet se convierte en un muñequito pirata de las aventuras protagonizadas por Roger Moore, el más psicodélico de los James Bond del cine. Ese que precisamente parodia la trilogía de Austin Powers, con sus personajes unidimensionales y su sci-fi de cotillón. Tenet incluso se da el lujo de resucitar la figura del villano malvado, un malísimo maloso que quiere volatilizar el mundo solo porque es malo. Esa es toda su motivación. Y porque tiene muchísimo dinero. Y porque es ruso. Su nombre es Sator. Y se salva de la parodia (aunque la bordea con gran estilo) porque lo encarna un Kenneth Branagh desaforado. Y no hay mucho más que agregar. Hay explosiones por doquier. Operaciones de sabotaje en edificios o en autopistas que parecen refritos de la trilogía The Dark Knight. Persecuciones, balaceras y combates orquestados con esa falta de pulso que hasta mi abuelita sabe es el punto más flaco del estilo de Nolan.

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Pero está la cuestión de la ciencia ficción. El palíndromo al que Tenet hace referencia. Comparada con las películas que he citado en el parágrafo 2, Tenet es la obra más pobre de Nolan en el sentido de invitar a pensar consecuencias a partir de una premisa fantástica, en este caso, la entropía inversa. El único fin que tiene este elemento extraño en la historia es resolverlo todo recurriendo a la vieja confiable: deus ex machina. Y sí, hay un palíndromo. Pero no pasa de ser una prueba de ingenio que adelgaza el relato y volatiliza a sus personajes. Paradójicamente, el peor enemigo de El Protagonista no es Sator: es el propio Nolan.

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Tenet puede despertar el interés de quien quiere entretenerse con el cine de acción hardcore de presupuesto astronómico y cierto tufillo de sofisticación. Pero a aquellos que guardan fe en que este tono pueda revertirse cuando la historia toca el botón de rewind, les sugiero con pesar que abandonen toda esperanza. No encontrarán mucho más que lo que ya vieron al principio: una versión bootleg de James Bond.