The Devil All the Time: el hombre es el diablo del hombre

Hombres y mujeres viven con temor, saben que el diablo los acecha todo el tiempo, lo que parecen no saber es que el diablo no existe y son ellos mismos los que atraen la violencia y la tragedia a sus vidas, ellos y su Dios. La película coescrita y dirigida por Antonio Campos y producida por Jake Gyllenhaal, The Devil All the Time es de esos productos que ponen en valor el catálogo de Netflix. Se inscribe en la estética del gótico sureño, que reúne narraciones muy diversas (pudimos disfrutarla en productos audiovisuales como True Detective) pero suelen tener en común la atmósfera patética y ominosa de los pueblos rurales –generalmente del sur– de los Estados Unidos, donde el fanatismo religioso y el atraso en políticas de derechos humanos y de la mujer puede ser abrumador. Sin dudas es una película para ver en el cine, pero podemos conformarnos con verla en la plataforma, son dos horas y media de alto disfrute estético y de una historia que nos deja ese nudo en la boca del estómago durante un buen rato después del final.
Basada en la novela homónima de Donald Ray Pollock (2011), The Devil All the Time cuenta con un cast realmente deslumbrante. Con Tom Holland, Bill Skarsgård y Robert Pattinson a la cabeza, el protagonismo coral del film es muy parejo y siempre es un placer ver a actores y actrices fuera de su zona de confort, es decir, interpretando papeles no del todo cómodos o al menos del tipo al que nos tienen acostumbrados. En este sentido, el mismo Holland es la sorpresa de la película, muy lejos del registro cómico y despreocupado de las Spiderman, el joven actor está dando pasos firmes y consistentes en su joven carrera. Él es Arvin Russell (el hijo de Willard –Skarsgård–), que sería el protagonista que une finalmente los destinos de todos los personajes que vemos desfilar durante los años que dura la narración. Todo comienza con un joven Willard regresando de la Guerra del Pacífico y volcándose a la religión, haciendo de esos dos espacios un verdadero infierno que recién podrá desarmarse cuando Arvin sea mayor y haya tomado sus decisiones, alejado del destino paterno de violencia y fanatismo religioso.

El escenario es un pueblo pequeño de Ohio, Knockemstiff, en el que dios y la iglesia son las únicas respuestas que se encuentran en un mundo que se deshace tal como se había conocido. Personajes como el de Roy Laferty (encarnado por un sublime Harry Melling aka “el primo de Harry Potter”), cuya salud mental pende de un hilo, se llenan de un fervor religioso que guía acciones y deseos, que justifica decisiones y que decanta siempre como la explicación ante lo ominoso de la vida, lo incontrolable. Así es como Willard mata a su perro cuando muere su esposa, así es como Roy se tira en la cara un frasco lleno de arañas y luego mata a su mujer (Mia Wasikowska), así es como el pastor Preston Teagardin (Pattinson) puede abusar de las jóvenes del pueblo y así es como Lenora Laferty, la “prima” de Arvin (Eliza Scanlen), para ocultar su vergüenza “decide” terminar con su vida. Excepto los personajes de Riley Keough como Sandy Henderson y Jason Clarke como Carl Henderson, que parecen desarrollar una subtrama no vinculada con la principal, todos están atravesados por un temor divino que los deja en un estado de vulnerabilidad y violencia atroces. Sin embargo, la línea de los asesinatos en serie no es más que el tercer gran demonio en el podio del infierno norteamericano o al menos comparte puesto con la violencia bélica y la enorme desigualdad socioeconómica y racial. Quienes estén un poco más allá del temor de dios y puedan “aprovecharlo” quedarán por encima de los sufrientes, aquellos que, humillados, violentados, atemorizados, pasan la vida en una sordidez casi inaguantable.

La película recibió críticas por su extensión y por carecer de profundidad. Creo que es patente que detrás del guion hay una novela y que la película no sobreexplica y a la vez que se toma el tiempo para que veamos y escuchemos a los personajes. La guerra y la religión, los dos grandes dioses norteamericanos, hacen estragos en ellos una y otra vez, con mayor o menor intensidad, todo el tiempo. Escenas “pequeñas” como la de la abuela de Arvin, humillada por la comida que lleva a la iglesia, se vuelven potentes y memorables, angustiantes. Creo que el mayor mérito de la película (además de, como dije, la fotografía y el cast) es darse el espacio para transmitir eso, en un universo en el que los personajes podrían ser intercambiables (aunque no lo son) porque el problema no es individual en absoluto. Me parece, además, que es una buena película para ver en estos tiempos de disputas políticas y fanatismos religiosos por demás amenazantes. El final nos deja un poco de paz, Arvin logra irse del pueblo, pero sabemos que su historia y la del resto se sigue replicando y que el camino de la redención no tiene nada que ver con dios ni con el diablo, sino con los hombres y las mujeres que se cruzan con él.