The Maus: acerca de los monstruos banales

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La creación de monstruos es un campo en el que la especie humana se ha mostrado particularmente fértil. La historia y la ficción están pobladas de estas criaturas que despiertan horror más allá del tiempo y del espacio. Quizá sería bueno emprender algún día un censo para saber cuál de esos territorios ostenta el número de población más alto. No me animo a decir cuál gana. Lo cierto es que los monstruos se han empecinado en cruzar las fronteras de estos países vecinos. Así, ciertos monstruos de la historia pasaron a convertirse en criaturas mitológicas, demoníacas o celestiales. A su vez, estas han inspirado a ciertas criaturas humanas para transformarse en monstruos de carne y hueso que ponen el despertador para levantarse, que pagan impuestos, que sacan a pasear al perro y van al baño como cualquier otra persona común y corriente. Parafraseando a Hannah Arendt, podríamos llamar a estos individuos monstruos banales, criaturas ordinarias que en el mundo cotidiano cometen atrocidades.

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Un ejemplo del último caso se plantea con descarnado ingenio en The Maus (2017), primer largometraje del cineasta asturiano Yayo Herrero y que está disponible en el catálogo de Netflix. The Maus relata la serie de eventos desafortunados que le ocurren a Alex (August Wittgenstein) y Selma (Alma Terzic) cuando el auto en el que iban hacia el aeropuerto se descompone en un camino boscoso en el corazón de Bosnia y Herzegovina. El celular no tiene señal y no se atisba lugar donde pedir ayuda. Por lo tanto, deben ir a pie hasta su destino sin apartarse del sendero, puesto que el bosque está sembrado de minas antipersonales. Mientras Alex intenta que el auto reaccione, Selma susurra como un mantra: Ya Hafizu. Ya Hafizu. Alex es alemán, hijo de la Europa floreciente. Alex tiene confianza en la tecnología y el buen entendimiento entre las personas. Selma es bosníaca, sobreviviente de la Guerra de los Balcanes. Selma sabe bien que en ese territorio distante de la Europa luminosa las reglas son muy distintas. Y por eso se encomienda en voz baja a esa entidad protectora. Las contradicciones, en consecuencia, se plantean desde el principio. Pero (como ocurre siempre con este tipo de situaciones) no las vemos de entrada. Se tornarán nítidas de a poco. Mientras Alex dice ser el “ángel guardián” de Selma, la llama a ella Maus, que quiere decir ratón en alemán. Seguro conocerán la historieta que tiene ese mismo nombre, escrita por Art Spiegelman. Cuenta la vida en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial en clave de perros, gatos, cerdos y ratones. Queda claro entonces que no hay inocencia en la elección de esa palabra. Sin embargo, todo se tornará claro y distinto cuando Alex y Selma se crucen con Vuk (Aleksandar Seksan) y Milos (Sanin Milavic), los guardabosques servios. Vuk y Milos también llamarán “ratoncito” a Selma. Aunque con el tono sarcástico de los torturadores.

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The Maus es una película poética e implacable. Toma el tópico de los salvajes del slasher europeo del estilo de Frontière(s) (Xavier Gens, 2007) o Eden Lake (James Watkins, 2008) y lo estiliza con una composición de imágenes que se emparenta con el trabajo de Darren Aronofsky en Mother! (2017). La cámara sigue principalmente a Selma, elige mantenerla gran parte del tiempo en primer plano mientras el mundo a su alrededor se difumina en lo incierto. Así, veremos muchas veces sombras, siluetas, o incluso escenas que no sabremos si ocurren en el presente o en el pasado, en la realidad o en la imaginación de Selma. Otro recurso fascinante al que apela la narración es el que se prefigura con el título del filme, que combina inglés (The) y alemán (Maus). Los personajes alternan el inglés con el alemán, el serbio y el bosnio. Tratar de entender lo que sucede resulta arduo porque el contexto es siempre ambiguo, siempre incierto. Las buenas maneras de Alex son meros gestos inútiles. Las maneras brutales de Vuk y Milos son señas indescifrables. Y el silencio de Selma se impone como un enigma.

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Como ya he dicho al principio, no me animaría a decir si es la historia o la ficción el territorio de preferencia de los monstruos. Pero si de algo estoy seguro, es que temo menos al diablo que a esos hombres comunes y corrientes que en el mundo cotidiano cometen atrocidades.