Reseña: Cassandro, El exótico

1. Exótico: término popular de la lucha libre, acuñado desde la década del 40, que refiere a un luchador que va de drag –o travestido– y explota características estéticas femeninas como parte de su personaje. En su mayoría, los exóticos pertenecen a la comunidad LGBTIQ.
2. Lucha libre profesional: deporte de combate cuerpo a cuerpo en forma de performance que combina diferentes técnicas marciales con artes escénicas. Si bien las rivalidades entre los luchadores y las historias de las peleas son guionadas, las identidades de cada personaje y las coreografías de cada combate son propias de los luchadores.
Un hombre moreno de voz dulce habla con Marie Losier por videollamada. El hombre es Saúl Armendáriz y habla de cómo hace más de dos décadas se convirtió en Cassandro, el luchador. Instantes después, lo vemos en el ring; indudablemente la misma persona, pero con un aire diferente: los rizos rubios y el maquillaje, las mallas rosadas sobre las cuales se luce un abrigo brillante con cola y la sonrisa genuina y divertida pero algo coqueta y arrogante hace que no quepa ninguna duda sobre quién es quién en esta persona dual.

Es sobre él sobre quien descansa el documental. No sobre el contexto que lo rodea, no sobre sus propios muy variados demonios, no sobre ser gay en la lucha libre, no sobre su religión santera. Es sobre él. Que esto funcione no es milagroso pero tampoco usual. Difícil es conseguir un sujeto que te haga interesarte aun más en su esencia que en lo que te cuenta. No solo no todo el mundo es Errol Morris sino que menos que menos todo el mundo se encuentra con personas como Mr. Death.
Para ver esta película no se necesita saber nada de lucha libre y tampoco de Cassandro, ni mucho menos de Saúl. Todo lo que haya que contar será contado en ese marco de diapositiva a través de la cual la intimidad de este hombre se presenta y es que Cassandro, El exótico está filmada en 16 mm con una película rosada y brillante que acompaña los tonos reales del vestuario, la casa de Saúl y los paisajes dorados y desérticos de la triple frontera de Ciudad Juárez, El Paso y Albuquerque. Con una cámara que varía entre la espontaneidad de retratar lo que ocurre en el momento y el quedarse con una imagen estéticamente bellísima y cortar 10 veces en pequeños saltos de cámara, creando un efecto tan hipnótico como la voz del hombre que nos guía en el viaje de este documental grabado a lo largo de cinco largos y dramáticos años.
Es una vida dura de Saúl Armendáriz, y cuando no está cubriéndose las lágrimas con glitter para salir vestido de Cassandro a devolverle las piñas al mundo, muestra su centenar de cicatrices –físicas e intangibles– ya con más pena que gloria. La pregunta que atravesará entonces todo es, al fin y al cabo, ¿retirarse o no?, ¿dejar que gane el ego o la razón?

Sí, claro que sí, más o menos lo que se pregunta la mayoría de los seres humanos con respecto a alguna cosa alguna vez, solo que a vos y a mí no nos filma nadie porque no somos estéticos ni simpáticos.
Puede que la pregunta conductora sea un poco cliché, sí. También puede que a la peli le sobren 15 minutos en el tercer acto y que la realizadora a veces tenga una mirada un poco eurocentrista sobre las costumbres mexicanas que al resto de los latinos nos hagan un poco de ruido, pero aun así estamos frente a una película bellísima. La naturalidad con la que pasan los años y lo doloroso de los acontecimientos te envuelven en una atmósfera atractivamente familiar irreemplazable a la hora de realizar este tipo de documentales en los que sin la transmisión del sentimiento no queda demasiado.
Sin adelantar lo que aquí sucede, ya que hasta el 30 de noviembre Cassandro podrá verse completamente gratis y online en la página del Encuentro de Cine Europeo, quiero quedarme con dos de las cosas más importantes que le veo a esta producción.

La reivindicación de la autogestión, del glamour sin importar el dinero real y la apropiación del concepto del freak; porque si somos freaks, genial, armaremos un freakshow al que todos nos vengan a adorar, por los siglos de los siglos, amén. La importancia de hacer familia y de darle la vuelta a todo lo que te quiere matar, brindando por la acción sin marco teórico que logra cambiar el mundo exterior. Resonar para siempre el concepto de habitar. Pero este mérito es del hombre y no del documental, mi lector a estas alturas podría pensar. Y es verdad sí y no, ya que el suceso será real, pero la película lo sabe retratar sin enaltecimientos ni exageraciones, sin volver la homosexualidad el centro de nada, cuando es un factor más de adentro de una persona completa. En una era en la que el capitalismo (y el audiovisual jamás podría estar por fuera de eso) se apropia de toda lucha de alguna minoría, tanto en sus aspectos grandilocuentes como en las migajas del día a día, la normalización de las diversidades sin ocultar su discurso político es todo.
Así que estas nochecitas de preverano tómense un vino, escúchense unos boleros y vean Cassandro, El exótico. Dejen que la obra de Marie Losier los empape de dolor, pero también de esperanza y ligereza. Quizás todavía no se hayan dado cuenta, pero lo necesitan. Sé que yo lo necesitaba.