Reseña: Young Wallander

Ya escribí tanto sobre la obsesión por la creación de universos que, tal vez, la obsesión sea mía.

A riesgo de ello, voy a escribirles hoy sobre Young Wallander, nueva serie que nos cuenta los orígenes del detective sueco. Pero empecemos por el principio. Y el principio ya estaba escrito desde hace años, cuando me tomé el trabajo por primera vez de hablar del nordic noir y su nave insignia, en el número 10 de nuestra revista.

Kurt Wallander es el protagonista de la serie de novelas policiales creadas por el escritor sueco Henning Mankell (1948-2015). Ha sido el personaje récord en cuanto adaptaciones para la pantalla grande y chica se refiere: cuatro veces, contando la serie de esta reseña, en las últimas dos décadas; tres de ellas en Suecia y la restante en Inglaterra.

La serie de 9 películas originales, de la mano de Rolf Lassgard, fue producida entre 1994 y 2007. A esta le siguió una serie de TV de 32 capítulos y 3 temporadas, que mezclaba casos de las novelas con guiones originales, protagonizada por Krister Henriksson, entre 2005 a 2013; luego la versión de la BBC, en plena fiebre por el noir nórdico, con Kenneth Branagh como Kurt Wallander, que tuvo 12 capítulos entre 2008 y 2016, y ahora, en 2020 The Young Wallander, serie de 6 capítulos, protagonizada por Adam Palsson.

Los porqués del suceso literario y televisivo son poco evidentes. Wallander no es un personaje que tenga característica sobresaliente alguna. No tiene las capacidades de observación especiales, ni es capaz de detectar mentiras a partir de los microgestos faciales, ni es un especialista en comportamiento criminal, ni psicólogo, ni es tampoco un aclamado forense, con doctorados en huesología. Wallander no cita a Shakespeare ni a Oscar Wilde ni a ninguna celebridad literaria o filosófica. No los cita porque no los leyó. Wallander bebe bastante, aunque no es un ebrio perdido; no tiene gran puntería ni pelea demasiado bien; solo estudió en la Academia de Policía, y según sus propias palabras, “tampoco es que estudiásemos mucho”.

En su versión original, Wallander es más bien gordo, aunque no obeso. Ha estado casado, aunque se nos presenta divorciado. No tiene éxito con las mujeres. Es padre de una hija llamada Linda, con quien no se lleva muy mal ni muy bien. Wallander vive en la Suecia socialdemócrata, más precisamente en la ciudad de Ystad, un pequeño paraíso y las puertas del infierno, al mismo tiempo. No tiene problemas económicos, pero no le sobra el dinero. Wallander se lleva bastante bien con sus compañeros, pero no es amigo de ninguno. Está deprimido y empieza a tener problemas de salud. Su juventud y sus sueños lo han abandonado.

El único rasgo sobresaliente de Wallander es su tenacidad inquebrantable.

Henning Mankell nos presenta al inspector Kurt Wallander en el año 1991. La novela se llama Asesinos sin rostro y arranca en una fría mañana, en las afueras de la pequeña ciudad de Ystad, en la costa sur de Suecia, a un paso de Copenhague, Dinamarca. Dos ancianos han sido asesinados a hachazos en su granja. Es invierno: la nieve y el barro son el paisaje. Una de las claves de la saga es el lugar en el que transcurre: Ystad es un paisaje real, que lo tiene todo: costa del mar Báltico, playas y peñascos, bosques, castillos, zonas urbanas y rurales, además de rutas hacia ciudades adyacentes.

Como decía, el momento en que conocemos a Wallander, esa fría madrugada del invierno de 1991, es el momento en el que el inspector está teniendo una sensación que lo asalta por primera vez en sus 42 años de vida: el mundo se está yendo al carajo. Su confirmación viene a ser este asesinato absurdo, perpretado en una de las ciudades más tranquilas de Suecia. No hay espectacularidad en el misterio. No hay rebusque en la trama, rara vez hay vuelta de tuerca. Solo hay un mundo embarrado, frío y neblinoso, con un asesino suelto, al que hay que atrapar cueste lo que cueste. Es notable como se demuestra, por los labios de Wallander y la pluma de Mankell, que hasta ese momento la sociedad sueca no había abandonado el optimismo. En Asesinos sin rostro comprendemos cómo un país entero está entrando en el desasosiego y la violencia. Comprendemos que se van a caer del filo de esa navaja, y que nuestro héroe tal vez pueda cumplir con su cometido, y sin embargo, acabar derrotado.

En el policial negro americano, llegábamos al argumento sabiendo que estábamos frente a un mundo que ya había pasado la crisis, para adentrarse en la decadencia. En su defecto, y ya estaría hablando de los años 50, se nos presentaba un escenario donde el “american way of life” había triunfado, en apariencia, y la trama tenía que ver con la podredumbre subyacente y los marginados que habían quedado afuera de la fiesta.

La serie de novelas de Wallander se extiende durante una década y media. En esta década observamos lo que Mankell considera que son los factores fundamentales del fin sueño sueco: la intolerancia, el racismo, el fascismo. Para Mankell, Suecia no resolvió su situación frente al nazismo. Durante la Segunda Guerra Mundial, el país escandinavo se mantuvo neutral. Maniobró diplomáticamente y logró evitar la ocupación alemana. Sus vecinos, corrieron una suerte distinta. Finlandia y Dinamarca se convirtieron en Estados títere. Noruega fue ocupada. Mankell, sin hablar directamente del tema, sugiere que no hizo falta que los nazis se esforzaran con Suecia, que se mantuvo neutral en los papeles en un momento en que no se podía ser neutral. Henning Mankell hace referencia al nazismo latente en el pueblo sueco, sobre todo ante las oleadas inmigratorias.

Y si hay un factor común entonces entre el universo de Wallander y esta nueva serie The Young Wallander, es justamente ese: el contexto social en el que ocurren que, a pesar de haber pasado 30 años, es parecido. Esto es muy importante, máxime cuando esta suerte de precuela es contemporánea, sucede en el 2020, tal vez la apuesta más fuerte de esta renovación. Además, el elenco es mixto, entre suecos e ingleses. Sumemos a eso a los inmigrantes keniatas, turcos, y demás. Un festival de acentos, con la carga irónica que el que peor habla inglés, idioma original de la serie, es el protagonista.

Malmo, 2020

Kurt Wallander maneja el patrullero. Siempre quise empezar un párrafo así. Igual, es mentira. No lo maneja, su compañero Reza Al-Rahman está al volante. Atienden llamadas por riñas hogareñas, ruidos molestos, y todas esas cosas que en las series hacen los policías de uniforme, una casta de nivel inferior a los “detectives”.

Cuando termina su guardia, Wallander, veintipocos años se dirige a su hogar. La primera sorpresa es la escenificación de inspiración focaultiana: el agente de policía vive en un complejo habitacional. Una barriada, un “Project” como le dicen los norteamericanos. Es un barrio humilde y desmejorado, atravesado por las bandas criminales, el narcotráfico y la inmigración de África y Oriente Medio. Estamos ante un ejemplo de la Suecia Fuerte, “Fuerte Apache”, la Suecia “Baltimore”. Las series europeas, en especial los policiales, son sumamente efectivos a lo hora de mostrar ciertas realidades que están detrás del póster de la Europa limpia, organizada y con las necesidades básicas resueltas. Hay una fracción que vive con estándares muy similares a la clase media baja latinoamericana. Por supuesto, la pobreza sueca está alejada de los extremos aberrantes de la pobreza vernácula. No es una villa miseria. Pero el espacio sugiere, desde el principio, un ambiente espeso. Un clima peligroso.

Y es así como una noche, sobresaltado por una alarma y el humo, Kurt Wallander baja por las escaleras de su monoblock y encuentra un pequeño incendio en la sala de máquinas del edificio, y a medio barrio, despierto por el ruido y reunido junto a las canchitas del futbol. Un joven sueco, Hugo Lundgren, blanco como la nieve, está atado al alambrado. Tiene una cinta adhesiva en la boca. Debajo de la cinta, una granada. Está rodeado de vecinos, casi todos inmigrantes. Alguien sale de la nada y retira la espoleta.

Wallander empieza con todo. El principal sospechoso del crimen es Ibra (Jordan Adene), su vecino, que está en las inferiores del club zonal, luchando por conseguir un contrato. El barrio descubre esa misma noche que Wallander es policía. Se nos cuenta su paso forzado de agente a detective. Su relación con su amigo y compañero de patrulla Reza Al Rahman (Yasen Atour). Su investigación por el submundo de las pandillas criminales suecas (buen nombre para una banda de hardcore). Nos enseña una realidad que no está muy alejada de la de cualquier urbe.

Como un buen policía es tan bueno como sus informantes, Wallander traba relación con el personaje más interesante de la miniserie: un capo de la delincuencia local llamado Bash (Charles Mnene). A su vez, aprende el oficio del jefe de detectives Hemberg (Richard Dillane) y de la detective Frida Rask (Leanne Best). Mientras el caso avanza, aparecerá la tenacidad característica del personaje.

La investigación nos lleva a la Suecia opulenta, a los magnates fabriles suecos. De Wallander aprendió, en su momento, Stieg Larsson: parte de la podredumbre sueca la encontramos en estas familias, que tienen más que ver con el poder y la corrupción de lo que nos gustaría pensar: el boom del noir nórdico funciona en parte porque rompe con la mirada idílica que se tiene de ellos no solo en Argentina, sino en gran parte del mundo. Aparecerá también el elemento externo: el tráfico de armas de Europa del Este, otro de los condimentos del nordic noir. Este elemento proviene de la Guerra de los Balcanes o de la caída de la Unión Soviética.

Young Wallander entretiene y se queda corta. Arranca como una tromba, pero pierde el aire. Adam Palsson nunca logra convencer del principal activo de Kurt Wallander como protagonista de estas historias: la capacidad de generarnos empatía. El misterio es sencillo y su resolución se ve venir de lejos. Los personajes secundarios ayudan, pero están diseñados para un lento desarrollo de varias temporadas: para eso se requiere una primera temporada exitosa y eso está en duda.

El peor pecado de Young Wallander es que nos hace pensar que tal vez hubiera sido mejor situarle en 1970, hablar de los problemas del hoy desde el ayer. Tomar el camino de Endeavour, que cuenta los inicios del inspector Morse, o el de Prime Suspect 1973, que hace lo propio con Jane Tennison. O, aún más revolucionario, que el personaje principal no se llame Kurt Wallander: lo bautizamos Steve Erickson y a otra cosa. Basarte en un personaje clásico, querido por millones, y luego sacarlo de su época, de su espacio y finalmente despojarlo de su característica principal, no parece la idea más feliz.

El noir nórdico puede sobrevivir a todas las trapisondas de productores de TV y de streaming, como las mediocres Sorjonen y Karppi. A estudios de cine que los adaptan y abandonan, como pasó con The Girl with the Dragon Tatoo, de David Fincher o The Snowman, de Tomas Alfredson. Solo tienen que dejar de explotarlo y olvidarse una década de su existencia, o aún mejor, dejárselo adaptar a alguien al que realmente le guste.