The Lodge: más respeto que (no) soy tu madre

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Laura (Alicia Silverstone) y Richard (Richard Armitage) se están divorciando. Laura no sobrelleva muy bien la separación. Aidan (Jaeden Martell) y Mia (Lia McHugh) notan la creciente angustia de su madre y atribuyen a su padre la responsabilidad. La situación empeora cuando Richard anuncia a Laura que va a casarse con su nueva pareja, Grace (Riley Keough). Como consecuencia, Aidan y Mia deben volver a la casa de su padre. En rebeldía, los niños levantan una muralla afectiva para distanciarse de Richard y Grace. A fin de resolver este estado de tensión, Richard propone a los niños pasar la Navidad en una cabaña lejana, en medio de un bosque nevado. Durante los primeros días en la cabaña Richard equilibra lo mejor que puede la relación entre Grace y los niños. En esas circunstancias surge una emergencia que obliga a Richard a volver a la ciudad. Grace asegura a Richard que ella puede manejar la situación y le recomienda que se ocupe de la emergencia. Richard se marcha entonces. Y a partir de ese momento, todo va tornándose extraño: objetos esenciales de la casa desaparecen, el grupo electrógeno deja de funcionar, los relojes insisten en mostrar una misma fecha. Grace sabe que los niños no la quieren. Pero ellos juran y perjuran que no tienen nada que ver con lo que está ocurriendo. ¿Hay acaso alguna fuerza extraña operando en medio de la tensión? Los fantasmas del pasado de Grace reaparecen y los niños contemplan ese proceso sin ninguna sorpresa y hasta con cierto regocijo perverso.

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The Lodge (Severin Fiala y Veronika Franz, 2019) compone un cuadro con aires de terror sobrenatural. Sitúa en este espacio a tres personajes que no desean estar juntos. Y en este juego, el mayor acierto del filme no es opacar sus motivaciones sino volverlas traslúcidas: los espectadores vemos esas motivaciones insinuadas como a través de un vidrio esmerilado. De este modo, The Lodge propone también un cuadro de terror psicológico. A la manera de Henry James, la historia simula seguir líneas narrativas propias del género pero para transgredirlas de manera súbita, obligando al espectador a replantearse todo lo que ha visto y conjeturado hasta la inesperada vuelta de tuerca. De este modo, la atmósfera se torna más y más asfixiante y los personajes más y más siniestros. El terror sobrenatural avanza un casillero hacia el terror psicológico. Pero en el momento menos esperado, un hecho imprevisible nos devuelve al casillero inicial del terror sobrenatural. En este sentido, The Lodge es una pieza de relojería que se sostiene por la solidez de su maquinaria narrativa y por la extraordinaria potencia actoral de Riley Keough.

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Severin Fiala y Veronika Franz probaron un mecanismo parecido en su anterior película de 2014, Ich seh, Ich seh, mejor conocida por su traducción libre (y menos ingeniosa) al inglés: Goodnight, Mommy. En The Lodge aparecen de nuevo los niños que desconocen a la figura materna y la someten a pruebas desalmadas a fin de demostrar si la persona que encarna esa figura de autoridad se trata o no de una impostora. A diferencia de Goodnight, Mommy, las pruebas de Aidan y Mia en The Lodge quizá no sean tan gore como las de Lukas y Elias en Goodnight, Mommy, pero no por ello resultan menos atroces.

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Antes de que lo extraño se desencadene, Grace y los niños deciden pasar una noche viendo películas. Los niños eligen para ver The Thing, de John Carpenter. A medida que la historia se va volviendo oscura, Grace pregunta a los niños: ¿No quieren ver una película diferente? Poco después, Grace despierta. Es de mañana. Se ha quedado dormida sin darse cuenta. La pantalla de la TV transmite una escena de Jack Frost, esa película navideña en la que un padre se convierte en un muñeco de nieve. Los niños le hicieron caso a Grace. Pusieron una película diferente aunque no menos siniestra: así como en The Thing el monstruo asumía formas familiares, en Jack Frost ese tierno muñeco de nieve en realidad es un fantasma reencarnado. Lo de la ternura navideña no es más que una mascarada.