Reseña: El encanto
Bruno (Ezequiel Tronconi) y Julia (Mónica Antonópulos) están juntos hace tiempo, pero su atracción y enganche se parece al de los primeros meses de una pareja. Se buscan, se tocan, se besan, se gustan; disfrutan de tomar vino, tirarse a conversar a mitad de la noche en el suelo de su cómoda casa urbana. Salen a comer afuera y lucen bien, tanto juntxs como separadxs.
Sin embargo, esa cercanía de los cuerpos no traduce la separación de sus deseos. Julia piensa en tener hijxs o al menos intentarlo, Bruno no se anima a preguntarlo de frente ni tampoco a explorar esa opción. Ante el deseo de su pareja, duda y eso lo aleja. Quiere acercarse físicamente pero irse a otro lugar, correrse de esa posición y esa realidad.
Frente a la propuesta de aferrarse a una decisión para toda la vida, Bruno propone un viaje a un lugar exótico, pero ¿es posible posponer una elección que ya se hizo del otro lado?
Julia quiere avanzar pero Bruno no está listo o, al menos, no lo sabe con seguridad. Él quiere estar siempre en otro lugar, en otro momento, en otro cuerpo, en otra mujer.
Este tema que le aterroriza empieza a flotar alrededor de la pareja y su respuesta es la evasión. Así, propone salir a bailar. La atracción vuelve. Cada uno atrae al otro y ambxs como pareja son atractivos hacia el afuera. En un momento, Bruno le dice a Julia: “Tendríamos que hacer esto más seguido”, ante lo que ella le responde que lo están haciendo ahora mismo, sugiriendo que disfrute el momento. Pero no puede… y por eso sigue escapando. “¿Te das cuenta de que siempre me proponés viajar?”, le marca ella. Con el pasar de los días, Bruno sigue escapando quizás hacia su juventud, coqueteando con otras mujeres, buscando fiestas para salir, cada vez más lejos de Julia.
Julia es frescura en todo momento. Ella es el encanto que contagia todo a su alrededor. Bruno lleva su abatimiento y duda hacia dónde va. Si bien quiere ocultar su angustia, por momentos la comparte con algunos de sus amigos y con su padre (un excelente Boy Olmi), quien a pesar de su excentricidad y estilo relajado, puede transmitirle algo de sabiduría en eso que transmiten quienes ejercen la maternidad o paternidad, al expresar que es imposible tener cien por ciento de seguridad al tomar esa decisión.
En clave de drama romántico, El encanto logra mostrar las sutilezas de cada personaje en un contexto complejo pero no trágico, así como las diferentes experiencias que puede traer un hijx. Si para el padre de Bruno no hay un momento ideal para decidirlo, para Claudia (Andrea Frigerio) es algo que “se dio”, sin mayor conciencia de elección.
Definitivamente, Julia y Bruno representan a tantas otras parejas contemporáneas que pueden darse la opción de elegir y decidir en un nuevo tiempo y en un marco de privilegios. Sin embargo, esa libertad también puede abrumar y dar vértigo.
Un vértigo que se convierte en huida por momentos y que deja al protagonista con todas sus faltas al desnudo. La atracción se corta entonces cuando Julia ve un adolescente frente a ella y no a un par con quien concretar un deseo.
La ciudad tiene su papel especial en esta historia. Filmada de forma más poética que caótica como la esperaríamos, Buenos Aires es expuesta como un refugio agradable para la evasión de Bruno y como un entorno armonioso que acompaña la belleza y frescura de Julia.
La elección de calles despejadas y cielos abiertos es un acierto a la hora de contrastar con el encierro de Bruno en su propia cavilación. Estos espacios amplios también hablan de aquella libertad que agobia.
Los ventanales y las vidrieras no solo despliegan y exhiben la belleza de los interiores de negocios y casas, sino que sirven de espejo para los diferentes estados de ánimo de la pareja. Sea de a dos o cada quien por su lado, irán atravesando esta crisis en un entorno que no expulsa, sino que acompaña con ese tono especial de otoño.
Al igual que aquellas vidrieras, El encanto nos invita a mirar nuestro propio reflejo y hacernos las mismas preguntas que Bruno y Julia, con profundidad pero en un tono apacible.