Heridas: las tinieblas del corazón humano
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No soy muy afecto al terror ligado al golpe de efecto, al mero jump scare. Me inclino más por experimentar matices antes que puros sobresaltos. Por lo tanto, a la hora de ver cine de terror, trato de explorar en ese campo menos familiar. En tal sentido, creo que con el terror no siempre se trata de experimentar el miedo puro (y mucho menos de forzarlo con resortes y palancas más o menos eficaces). Antes que esto, mi experiencia se liga mejor a sensaciones que oscilan entre lo cerebral y lo visceral: lo siniestro en un extremo y lo perturbador en el otro. Hereditary (Ari Aster, 2018), por ejemplo, encajaría en el primer caso y creo que Heridas (Babak Anvari, 2019) calzaría sin problemas en la segunda categoría.
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Heridas (disponible en Netflix) es el segundo largometraje de Anvari, director iraní que ganó celebridad con Bajo la sombra (2016, también parte del catálogo de Netflix), filme del mismo género que recibió numerosos premios. Bajo la sombra cuenta la historia de la lucha de una madre y su hija contra una fuerza maligna. La historia de por sí tiene su cuota de espanto pero lo que le otorga una potente carga simbólica es la situación en la que se enmarca: la ciudad de Teherán asediada por los misiles iraquíes. Lo sobrenatural aparece así como un síntoma de lo histórico: la sombra de un misil se cierne mucho más amenazante que la sombra de un demonio. En Heridas, Anvari elabora de nuevo una historia en dos planos. Por un lado, se trata de la historia de Will (Armie Hammer), el barman nocturno de Rosie’s, un boliche de mala muerte en New Orleans y, por otro, se deja entrever el acecho de fuerza demoníaca convocada por un ritual secreto. Will no es un mal tipo pero parece ser que su vida no marcha del modo que a él le gustaría. Su trabajo se limita a tratar con borrachos que casi siempre se tornan agresivos. La relación con su novia Carrie (Dakota Johnson) se empantana en la rutina. Su único desahogo es su amiga Alicia (Zazie Beetz), quien frecuenta el bar con su novio Jeffrey (Karl Glusman). Will se siente atraído hacia Alicia pero ella no está interesada en él. Los sucesos se desencadenan con una pelea en el bar. A Eric (Brad William Henke), un parroquiano que vive en la planta superior del establecimiento, le abren un tajo en la mejilla con una botella partida. Will llama a la policía. Los testigos de la pelea, un grupo de adolescentes menores de edad, huyen de Rosie’s pero uno de ellos olvida su móvil. Will se lleva ese teléfono a la casa. Al revisarlo, encuentra fotos y videos macabros. Poco después comienza a recibir mensajes que hablan de un ritual gnóstico vinculado con esas imágenes. A medida que pasan los días, las fotos y los mensajes se tornan más y más amenazantes. Y en concordancia con ello, el malestar que siente Will respecto de su vida se vuelve también cada vez más acuciante. De ese modo, Will va dejando de ser un buen tipo, ¿pero en qué acabará convertido? Esa es la gran pregunta sobre la que el filme no hará más que brindar indicios. Al espectador le tocará en su momento dar la palabra final.
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Una de las enormes virtudes de Heridas es la austeridad. La película se vertebra en la manera en que Armie Hammer muestra el tránsito de Will desde el perfil de un tipo afable con alguno que otro mambo a algo mucho más oscuro. De manera cifrada, el proceso de Will homenajea el cambio de naturaleza que también sufre Seth Brundle en The Fly (David Cronenberg, 1986). Los efectos visuales en la cinta de Anvari son mínimos. Tienden sobre todo a destacar la descomposición de la herida metafórica y real, representada por la creciente presencia de insectos. La música y los efectos del sonido son aquí los más potentes creadores de la atmósfera siniestra: marcan el ritmo in crescendo con que ocurre la transformación de Will. Pero por sobre todos estos elementos destaca el ingenio para contar una historia con una tensión gradual y muy precisa. Suele ser común en las películas sobre rituales secretos que, al principio, la historia presente a los personajes y que poco después, cuando los aspectos tenebrosos del culto comienzan a manifestarse, los personajes acaben relegados a meros testigos o víctimas de esas prácticas muchas veces sanguinarias. Heridas transgrede esta regla y pone el foco en el cambio de naturaleza de Will. De este modo, lo sobrenatural se manifiesta como un síntoma de lo existencial: el desgarro que deja salir a los demonios duele menos que la herida que le muestra a Will el vacío de su propia vida. Y lo perturbador subyace precisamente no en lo demoníaco que habita en otra dimensión, sino en lo oscuro que anida en el corazón de Will.
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No por casualidad Heridas arranca con una cita de Heart of Darkness (Joseph Conrad, 1899) que menciona el susurro de la selva que hace eco en el corazón vacío de Kurtz. Como tampoco es casual que Carrie, la novia de Will, esté elaborando una tesis sobre The Hollow Men, en la que explica la diferencia que existe entre lo que uno cree que necesita y lo que de verdad le hace falta. Lo perturbador de Heridas, precisamente, prospera en ese ámbito o, mejor dicho, en ese hueco: no en la oscuridad de lo demoníaco, sino en las tinieblas del corazón humano.
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