Chicuarotes: pinche verga

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Hace algunas semanas escribí aquí mismo algunas impresiones sobre Ya no estoy aquí, una película mexicana notable, dirigida por Fernando Frías de la Parra que tuvo su estreno en Netflix.

En aquella reseña lo que destacaba es lo interesante y lo complejo que resulta el abordaje sobre las problemáticas sociales que retrata la película. El concepto de pornomiseria, en palabras del propio director, como un faro al que no había acercarse. Es llamativo que hace unos pocos días, precisamente Netflix, estrenara otro film mexicano, con cierto vínculo si se quiere con Ya no estoy aquí, pero con resultados opuestos.

No es nuestro estilo la hate review. A veces la practicamos con ciertas obras tan distantes para nosotros a quienes nuestras palabras no pueden afectar. No buscamos aleccionar, ni tampoco disfrutamos de andar peleándonos por ahí. Si hay que elegir, preferimos hablar de lo que nos gusta y de aquello que vale la pena hacer llegar a más personas. Como todo en la vida, también hacemos excepciones. Este es el caso.

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Chicuarotes es la segunda película de Gael García Bernal, el actor más renombrado y de mayor éxito que ha tenido México de los dos mil a esta parte. Doce años pasaron desde Déficit, la ópera prima del intérprete, del año 2007. Película que debo confesar no vi, y que luego de Chicuarotes no me genera ningún entusiasmo.

Según pude indagar por ahí, el título del film es un gentilicio con el que se suele llamar a las personas que provienen de San Gregorio Atlapulco, un barrio de Xochimilco, municipio periférico del DF. El chicuarote sería un ají muy duro y picante de la zona y esto tendría relación directa con lo dura y hostil que es la vida en aquella zona. Otro elemento característico sería la presencia natural de axolotes en los arroyos linderos. Sí, ese raro anfibio al que siempre se le asigna cualidades mágicas o místicas.

Para simplificar, uno podría decir que todos estos elementos aparecen reflejados de cierta manera en la película de Gael García Bernal, que narra la historia de dos amigos que intentan ver qué hacen de sus vidas en este contexto imposible. Lo interesante y algo que a priori podría sonar una buena idea es que el actor trabaja todas las situaciones en clave de comedia negra, saliéndose del estigma de la solemnidad que siempre salpica los relatos que transcurren en espacios marginales. Sin embargo, quizá la única lección que enseña esta película, correrse de lo preestablecido no implica un mérito en sí mismo, y en ocasiones, incluso se puede obtener la misma mirada estigmatizante y ridiculizadora que se intenta evitar con el cambio de tono.

Chicuarotes nos presenta a Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal), dos amigos que intentan ganarse el peso en la calle haciendo humor, vestidos de payasos mientras sueñan con huir del barrio. La secuencia inicial de la película nos presenta a ambos personajes haciendo un número arriba de un colectivo, y luego de que nadie les diera un peso, asaltan a punta de pistola a todos los viajantes con la excusa de bueno, si no nos ayudaron por las buenas ahora vamos por las malas.

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Este comienzo obsceno y básico es el que ilustra y actúa como puntapié de todo lo que sucederá a continuación en la película. Más allá de la ambigüedad narrativa –el film oscila todo el tiempo entre diversos conflictos que no son claros, no se instalan con precisión y que al mismo tiempo son abandonados y recuperados sin demasiada razón argumental–, el principal problema en Chicuarotes es el uso de la provocación como un llamado injustificado a la risa. Gael García Bernal parece sobrar todo el tiempo a sus personajes, a quienes no les regala ni les ofrece ningún rastro que permita reconocerlos como humanos. Al igual que el humor de los payasos al inicio, nada es gracioso en esta película.

Si la cultura suele negar a las clases populares y ofrecerles un papel marginal y simplista en las diversas representaciones artísticas, acá directamente lo que hay es un regocijo y un disfrute en exhibir de manera pornográfica lo que al leal saber y entender del realizador ocurre en la comunidad que retrata. Todos son miserables y cínicos, y quienes no lo son se ven obligado a serlo en determinados contextos. No hay otro sentimiento.

No creo que esto sea del todo consciente, quiero creer que García Bernal es un hombre un tanto menos desagradable que su película y que quizá perseguía un fin distinto con este relato, pero realmente hay poco para destacar y mucho para observar y, en mi opinión, para entender cómo estas representaciones ayudan a perpetuar las miradas estigmatizantes sobre la pobreza y las periferias de las grandes ciudades. Lejos de pedir que no miren Chicuarotes, al contrario, creería que deberían verla.

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Un pequeño ejemplo curioso de la película, que devela lo desviado en el planteo del director, aparece en el único momento en el que se ilustra a las fuerzas de seguridad en la trama. Los protagonistas acaban de robar una casa de lencería junto con uno de los “pesados” del barrio y son detenidos por la policía. Dos oficiales mujeres, para nada hegemónicas, se acercan a revisar el auto. Mientras inspeccionan y descubren el robo se dan cuenta de que “el pesado” del barrio había sido compañero de ellas en el colegio, les había hecho bullying y se había burlado de una carta en la que le proponían tener sexo con ambas. La escena se resuelve haciendo que todos zafen del entuerto a cambio de que el muchacho se enfieste con las dos policías, en un gesto de revancha de los feos hacia los lindos. Creo que no tiene ningún sentido que empiece a enumerar todo lo que está mal ahí.

Si alguien me pregunta, para mí es interesante que estas problemáticas se aborden desde el humor, desde lo grotesco y desde otros aspectos y géneros que les son negados a estos espacios y personajes. Ahora bien, esto no implica que en todo eso no haya una idea política y una suerte de ética de la representación, que es lo que falla en Chicuarotes. Algo similar a lo que ocurría en su momento con 7 cajas, la película paraguaya. El problema no era contar un thriller en una villa y poner a estas personas como protagonistas, sino el rol que se les daba como personajes en el relato y las decisiones que se les hacía tomar. En esta película ocurre lo mismo, Gael García Bernal se ríe y nos pide que nos riamos de esta violencia marginal, constante, vacía, injustificada y desprovista de cualquier institucionalidad. Busca generar y genera un distanciamiento entre el espectador y los protagonistas del relato, y en ese distanciamiento incrementa la sensación de otredad hacia estas personas a quienes viene a poner en imágenes en vez de ofrecerles la cámara.

Como dicen los personajes por ahí, una pinche verga. Ni más ni menos.