Hollywood: once upon a time
Había bastante expectativa con la última creación del afamado Ryan Murphy, quien supo producir series de altísima calidad como Nip/Tuck, American Horror Story o American Crime Story. Pero Hollywood no parece estar a la altura de esas originales creaciones.
En la década de los 40, post Segunda Guerra Mundial, en Hollywood por supuesto, encontramos a los protagonistas de la historia, unos aspirantes a pertenecer a las huestes del monstruo del mundo cinematográfico. El grupo variopinto que conforman Jack Castello (David Corenswet), Camile Washington (Laura Harrier), Raymond Ainsley (Darren Criss), Roy Fitzgerald (Jake Picking) y Archie Coleman (Jeremy Pope) intenta reunir estereotipos que estarían destinados a fracasar en Hollywood en esa época. Un joven sin dinero, una joven afroamericana y su marido mitad filipino, un joven gay y otro ídem, y además afroamericano. Representantes de una marginalidad real, se vuelve un poco fantasiosa en cuanto todos son jóvenes, hermosos, talentosos y logran triunfar. Sí, perdón por el spoiler, pero eso es lo que pasa en Hollywood, que intenta torpemente imaginar ese mundo cerrado, donde reinan la heteronorma blanca y el patriarcado, como un sitio donde estos personajes pueden caber. Y no solo eso, ganar el Oscar, mucho dinero y ser felices.
Un poco en la línea de Tarantino, que elige narrar la cara oculta del brillante universo hollywoodense y jugar con la ucronía, alterando escenas traumáticas del pasado, la serie de Murphy no logra la suficiente distancia irónica para conseguir la crítica y el efecto deseado. Si busca hacernos reflexionar sobre cómo Hollywood limita nuestras visiones de mundo al representar solo a un tipo de persona (joven, linda, blanca, heterosexual), representando ella misma un supuesto elenco de la diversidad, no logra hacerlo con suficiente fuerza. Los problemas que los personajes deben afrontar por salirse de esa norma terminan representándose de forma superficial y también estereotipada. Además, la facilidad con que logran superarlos nos hace, mínimo, sospechar de la posible verosimilitud. El juego con la ucronía también fracasa, para mi gusto, cuando la serie exagera el éxito que estos personajes consiguen y los despoja de las consecuencias reales de la lucha por cambiar la sociedad de su época. Cuando (spoiler), al final, el personaje de Archie decide besar a su pareja gay frente a todos los fotógrafos y acto seguido gana un Oscar, lejos de provocar emoción o reflexión provoca indignación. Por qué subestimar la violencia que muchas personas sufrieron, en la década de los 40 pero que también sufren en la actualidad, en un mundo que ahora mismo está ardiendo por la muerte de George Floyd. Y qué decir del Hollywood verdadero, que en su última entrega tuvo una sola persona afroamericana nominada para actor/actriz. Ya con que Archie lograra poder firmar su guion el cambio era enorme, hacerle dar esos saltos históricos es dejar en ridículo su posición real en el mundo y su posible cambio.
La serie empieza bien, ojo, la recreación de época es muy atractiva y visualmente no decepciona. El cast es correcto, resaltan quienes dan vida a los personajes con un poco más de profundidad, como Holland Virgina Taylor (Ellen Kincaid), Joe Mantello (Dick Samuels), Patti LuPone (Avis Amberg) y Jim Parsons como Henry Wilson, un personaje bastante caricaturesco pero quizá el más interesante de la serie. El efecto que tiene ver en pantalla al querido Sheldon Cooper como un sádico inmoral e inescrupuloso es interesante. El personaje de Ernie, encarnado por Dylan McDermott es bastante atractivo también, pero se termina arruinado al final, como casi todos, en medio de música para la ocasión, lágrimas, perdones, arrepentimientos y hallazgos morales edulcorados e inverosímiles. La peor escena en este aspecto es la de Henry pidiendo disculpas a Roy, que ya a estas alturas es Rock Hudson por haber abusado sexualmente de él. El racismo, el machismo y el abuso sexual están tratados con la misma superficialidad e inconducencia que la serie pretende criticar.
Se juega bastante también con esto de guiñar a personajes reales del Hollywood. Es entretenido y logra por momentos enganchar al espectador una historia como la de Peg, la protagonista ficticia del guion de la película “de los marginales” o la de Anna May Wong (Michelle Krusiec), ambas víctimas reales de la crueldad y la exclusividad hollywoodense. Por eso molesta tanto hacia dónde se va conduciendo la serie, a ese final que intenta ser una parodia irónica de sí misma (llamándose “final a lo Hollywood”) con todos felices, casados, con Oscar, bien vestidos, en fin, no lo logra porque termina reproduciendo la misma práctica de la que pretende distanciarse. A Murphy se le da bien la parodia y el intertexto, como muestra la genial American Horror Story, pero en Hollywood no logra superar la imitación maniquea de un brillo que ya a estas alturas todos podemos identificar como falso.