The Wind: cuento de amor, de locura y de muerte

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The Wind es el primer largometraje de Emma Tammi. Se entrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto en septiembre de 2018. En su momento, el filme recibió críticas positivas. Sin embargo, a casi dos años de su estreno, es una injusticia que se hable poco y nada de esta película. Me topé con ella en uno de mis safaris por las redes. Los comentaristas mencionaban cada tanto a The VVitch (Robert Eggers, 2015) como una referencia inmediata. Después de verla, yo agregué dos películas más: The Babadook (Jennifer Kent, 2014) por su ambigüedad psicológica y Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015) por su estilizada crudeza.

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The Wind arranca in medias res con una escena de desgracia que involucra a dos matrimonios vecinos: los Macklin y los Harper. El hijo de Emma Harper (Julia Goldani Telles) nace muerto. Como consecuencia, Gideon (Dylan McTee) decide vender su casa y volver a la ciudad. Isaac Macklin (Ashley Zukerman) lo acompaña y deja a Lizzy (Caitlin Gerard) sola en la cabaña, en medio del campo, a expensas de un viento incesante que reaviva sus recuerdos. De este modo, Lizzy traerá al presente los detalles que provocaron esa desgracia. Pero este proceso no consistirá solamente en revivir escenas del pasado, sino también en invocar ciertos demonios que la rutina de la vida matrimonial había conseguido disimular más o menos.

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Técnicamente, The Wind es una obra exquisita. Emma Tammi se luce en la planificación de las escenas para construir la historia sobre alternancias constantes: pasado y presente, oscuridad y mediodía, los momentos de paz y los momentos de conflicto, el infinito vacío del campo y la asfixiante soledad de la cabaña en la que Lizzy sobrelleva su espera. A esa planificación se suma el trabajo de fotografía de Lyn Moncrief sobre el color y la textura de la imagen. El resultado se refleja en la construcción de escenas con aberraciones sutiles que recuerdan los primeros ensayos de reproducciones fotográficas. Cabe destacar también la banda sonora de Ben Lovett, quien compone una música que combina a la perfección el folk con estridencias y disonancias del terror. En el apartado actoral, la labor de Caitlin Gerard es fascinante. Le pone el cuerpo a la tribulación que crece dentro de Lizzy a fuerza de soledad, de silencio, de incomunicación, y que por momentos brota con una crudeza desenfrenada.

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El otro pilar sobre el que The Wind se sostiene es el guion de Teresa Sutherland. En efecto, The Wind es un relato de folk horror que entronca con el terror gótico europeo. No es casual que, en el transcurso de la historia, los personajes lean en voz alta pasajes de dos obras que están en el origen de este género: The Mysteries of Udolpho (1794), novela escrita por Ann Radcliffe, y Frankenstein; or, The Modern Prometheus (1818), célebre relato escrito por Mary Shelley. Pero por otra parte, The Wind se inspira también en los diarios personales de las primeras mujeres que se establecieron en Kansas a mediados del siglo XIX. En una entrevista, Sutherland comentó una conversación que tuvo con una señora oriunda de Kansas. En una parte de esa conversación, la señora le dijo lo siguiente: “Los hombres se marchaban como cowboys. Pero alguien tenía que quedarse en la casa y para eso estaban las mujeres. Les tocaba proteger la casa incluso cuando estaban embarazadas, o cuando había inundación o quemazones en los campos”1. En este sentido, The Wind es también un testimonio del desmedido esfuerzo de las mujeres para sostener el hogar.

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The Wind bien podría pasar por un cuento de Horacio Quiroga. Como el monte agreste en la obra del escritor argentino, el viento en The Wind encarna un símbolo. “¿Sabías que el viento enloquecía a las mujeres?”, le dijo la señora de Kansas a Teresa Sutherland. Mil veces Lizzy le dice a Isaac que en el viento hay algo extraño. Pero Isaac no le cree. Isaac no quiere que Lizzy diga esas cosas. “No te comportes como una maleducada delante del vecino”, le dice Isaac cuando Gideon está a punto de llegar de visita con su esposa.