Tiger King: cuentos de la selva

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Estafas, homicidios, suicidios, espectacularidad, intrigas, amor, tigres: en sus siete episodios es tanto lo que tiene para contar Tiger King que es casi imposible no maratonearla en esta cuarentena. La nueva serie documental de Netflix entretiene y espanta, muy al modo de Wild Wild Country, otra joya del género que en demasiados momentos nos hace decir en voz alta “no, esto no puede ser real”. Pero parece que sí, en tiempos en que la trillada frase que afirma que la realidad ha superado a la ficción, el documental dirigido por Eric Goode y Rebecca Chaiklin demuestra que los humanos y sus ocurrencias siempre pueden sorprender, aunque no para bien.

La serie tiene varios protagonistas, pero el que sin dudas se lleva todas nuestras miradas es Joe Exotic, un hombre que parece nacido para ser personaje (al modo de nuestro foráneo Ricardo Fort), no solo por sus excentricidades sino por su adecuada proyección de valores y defectos, en este caso, de muchos ciudadanos estadounidenses. Reaccionario, violento, amante de las armas, amateur de la incursión política, Joe Exotic dice siempre lo que piensa y no duda al invocar el ideal de libertad y grandeza norteamericano todas las veces que lo desee. Joe es admirado por toda la gente que visita su zoológico y produce fascinación hacia este lado de la pantalla. ¿Está loco, es un criminal, un pobre tipo, un marginal, un amante dedicado? Tantas caras tiene Joe como, y esto es una sorpresa, las tiene el negocio que se ha armado en Estados Unidos alrededor de la venta y compra de “grandes felinos”, es decir, tigres, leones, linces, ligres, animales majestuosos cuyo poder seduce a miles de personas. Vemos este efecto en él y en Bhagavan Antle, otro dueño de un zoológico privado que explica varias veces el efecto de los grandes felinos en las personas: todos quieren acariciarlos, estar cerca de ellos, fotografiarse con ellos, someterlos, en suma. Porque el poder que emanan estos animales, al ser dominado por el mercado que los convierte en un objeto de consumo más, pasa directamente al consumidor. Tener un tigre, tocar a un tigre, jugar con un tigre te convierte en un ser poderoso.

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En la supuesta vereda opuesta de los explotadores tenemos a Carole Baskin, una mujer cuyo único objetivo en la vida es, a decir de ella misma, “proteger a los grandes felinos”. Ella también tiene un zoológico pero que en realidad es una reserva, porque la gente no puede tocar ni acercarse a los tigres. Su popularidad es incluso mayor que la de Joe Exotic, a quien su propio programa de TV, su intento de reality show, sus discos (sus canciones son de los momentos más divertidos) y su estilo glamoroso y despampanante no le alcanzan para tener los millones de seguidores de los canales de The Big Cat Rescue, la fundación protectora de grandes felinos que conduce Carole junto con su tercer marido. Es una influencer nata por lo que parece, y ni la sombra que pesa sobre ella en relación con la misteriosa desaparición de su segundo y multimillonario marido impide que miles de personas visiten su reserva y paguen la entrada correspondiente para hacerlo.

Al parecer Carole no está tan contenta con el documental que, según afirmó en su blog, es “sensacionalista”. Para qué negarlo, la historia en sí es sensacionalista y lo extraordinario que se va revelando capítulo a capítulo es lo que nos deja completamente enganchados con el documental. Incluso me resultó más efectivo narrativamente que Wild Wild Country, porque cumple casi todo lo que promete; las expectativas que va creando se ven compensadas, y en muchas ocasiones, con creces. No vale decir mucho más sobre la trama ya que Tiger King tiene la estructura de un policial, y los enigmas se nos van presentando de manera tal que tenemos tiempo de hacer nuestras propias hipótesis y esto resulta muy entretenido en el plano de lo no-real. Al incorporar a Rick Kirkham (el ex productor del programa de Joe y de su fallido reality show) y al propio documentalista, la serie juega todo el tiempo con qué de lo que vemos es real y qué producido. Muchísimas horas de material filmado, sobre todo en el zoológico de Joe, nos hacen dudar, pero también nos entusiasman con la sensación de que lo estamos viendo todo. Como dije, hay que hacer una importante suspensión de la incredulidad para entrar en la historia, pero una vez que lo hacemos es tarea del espectador seguir reforzándola, porque lo que se cuenta en Tiger King va subiendo su propia vara de poder de asombro a cada paso.

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Aunque por momentos el documental se deje fascinar por los protagonistas y los personajes que los orbitan (tan o más fabulosos que los primeros, como los cuidadores John Reinke y Kelci Saffery, el primer esposo de Joe, John Finlay, o el businessman Jeff Lowe), no pierde de vista la dimensión política de la historia. “Estados Unidos tiene un problema importante con los grandes felinos” es una de las frases que asombra por lo delirante que suena, pero es así. Hay solo cinco mil grandes felinos que viven en libertad en el mundo y en la tierra de los Joe Exotic hay diez mil que viven en cautiverio. Estados Unidos tiene un problema con los delirios de grandeza de sus habitantes, un problema muy grande con la forma en que trata a los seres más débiles, ya sean trabajadores o animales. Mahatma Gandhi dijo que “la grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que se trata a sus animales”, y si algo deja claro la escena final de Tiger King es que Estados Unidos es una nación cuya espectacularidad y grandeza solo devienen de estas intrigas, abusos, desmesuras y estafas que vemos desfilar durante los siete capítulos. El sabor después de verla es amargo, pero invita a pensar la forma en que admitimos el trabajo, y la explotación en general, en nuestras sociedades de consumo, en las que termina ganando siempre no el más fuerte, sino el que más dinero tiene.