Ford v Ferrari: trajes versus overoles
Desde que la Academia (Oscar) empezó a ternar entre 8 y 9 películas en la máxima categoría, cada año suelen colarse algunas películas más “chicas” e independientes, metidas entre las grandes producciones y otras quizás de menor despliegue pero con las temáticas que le guste (o deba poner foco) ese año a la Academia.
Ford v Ferrari no se inscribe en ninguna de esas tres opciones. Si bien tiene una buena producción en lo referido a puesta en escena y otras categorías técnicas como edición y sonido, no es comparable a 1917, por ejemplo, que este año se había presentado como “la” película de gran escala. Tampoco se trata de una película pequeña, independiente, con bajo presupuesto, actores y actrices poco conocidxs, como fue en su momento Room o Historia de un matrimonio en 2020.
Esta película está en el medio. Con un relato clásico sobre la amistad de dos hombres y la superación de ambos frente a una adversidad, se ubica en el justo medio entre una de gran despliegue y otra de producción más independiente. Entre una de un tema controversial y de polémica y otra de guion básico. Entre una historia con toques de drama y una con toques cómicos y guiños simpáticos. Así todo, funciona, como casi todas las de ese estilo.
Como en aquellos relatos clásicos, la historia inicia con la presentación de los protagonistas, previo al nudo del conflicto. Carroll Shelby (Matt Damon) gana una de las carreras de autos más difíciles: Las 24 horas de Le Mans, viéndose obligado a retirarse de las carreras, por motivos de salud, al poco tiempo de haber obtenido aquel galardón. No obstante, encuentra la forma de mantenerse en el mundo de las carreras, al convertirse en diseñador de ese tipo de autos, lo que lo llevará a encontrarse con los directivos de Ford, la industria que ha liderado la venta de autos familiares en EE. UU., llevando, a través de ellos, parte del sueño americano. El problema es que estamos en los 60 y Ford ya no es lo que era. Atrás quedaron los años de post guerra y la tendencia ahora son los autos deportivos, que llegan a la vista de hombres (porque en este caso era una venta exclusiva para ellos) a través de las carreras que, hasta ese momento, dominaba por completo la firma y escudería italiana Ferrari.
De esta manera, Shelby se alía con Ford para crear su primer auto deportivo pero, como en toda buena historia clásica de superación, debe llevar a su aliado, el incorrecto Ken Miles (Christian Bale). Un inadaptado social que sabe más de motores que cualquier otro y, como si esto fuera poco, es un eximio piloto. El combo perfecto: el diseñador impecable junto al piloto rebelde. El problema es que a los hombres de traje no les caen bien los pilotos desgreñados, incorrectos y puteadores.
El título plantea una controversia entre dos facciones: Ford y Ferrari. Ford como el hombre de familia perfecta americana y Ferrari como el primo europeo, buenmozo y mujeriego. Ford quiere ser un poco más como Ferrari y por eso se la juega en las pistas.
Sin embargo, la controversia más interesante y desarrollada por James Mangold es aquella que se da entre los directivos y encargados de marketing de Ford y el pequeño equipo de logística. El choque entre las necesidades, intereses y estrategias de cada parte se pondrán en juego en cada uno de los pasos que den hacia el lanzamiento del auto de carreras de Ford y la meta emblemática de Le Mans.
Esta será la trama más interesante, sobre la cual se terminarán de construir los personajes y vínculos entre ellos… y me permito hablar en género masculino ya que, excepto por el rol de la mujer de Shelby, el resto de los protagonistas son varones.
Como suele suceder en las historias de amistad entre hombres, habrá elementos de juego que rocen en vínculos sexo-afectivos: las peleas físicas en las cuales aprovechan para tocarse, la admiración, el amor-odio y la defensa a ultranza del compañero frente a las amenazas externas serán parte del condimento simpático que se agrega a una historia simple y ya contada.
A pesar de haber visto similares, Ford v Ferrari entretiene, logrando que empaticemos tanto con los protagonistas de traje como con los del overol, incluso quienes no curtimos el mundo de las carreras.