Sex Education 2: solo la verdad nos hará libres
Y la verdad suele no ser definitiva sino que va cambiando, y no es única, porque Sex Education cuenta historias sobre subjetividades, cuyas verdades son dictadas por el deseo. Esa fuerza irrefrenable e incomprensible es la que mueve a los protagonistas y les permite explorar(se), es la que los confunde y los complica. Podríamos pensar que la segunda temporada de la genial serie creada por Laurie Nunn gira en torno a las preguntas sobre el deseo y las verdades que van constituyéndose a partir de las respuestas que los personajes encuentran. ¿Qué me gusta, cómo me gusta, quién me gusta, cómo gusto? Con el placer y el vínculo con lxs otros en primer plano, Sex Education se vuelve a plantar como una de las mejores series que podemos encontrar en la plataforma de Netflix.
Esta segunda temporada crece junto a personajes que en la primera no habían tenido tanto protagonismo, como Ola (Patricia Allison), Jackson (Kedar Williams-Stirling), Lily (Tanya Reynolds), Aimee (Aimee Lou Wood) y los adultos, cuya sexualidad también es explorada. Está muy bien logrado el contraste entre las dos generaciones y, cuando estamos a punto de caer en la tentación de pensar que los más jóvenes están completamente liberados, los vemos cargando una tradición de represiones y dudas que son de sus mayores pero también ya son propias. Las preguntas se abren no solo sobre el deseo sexual sino también sobre los que tienen que ver con la profesión, los intereses, las formas de vincularse y de vivir. La historia de Jackson aquí es clave, cuando se ve obligado a seguir un camino que no es el suyo, la autolesión aparece como solución parcial. Es con la sinceridad como logra liberarse de una presión familiar que, aunque desde el amor, lleva a un límite al nadador. También en esta temporada se complejiza la relación de Otis (todavía más increíble que en la primera Asa Butterfield) con sus padres y es, otra vez, a partir de la palabra sincera y la búsqueda de la verdad que algunas cosas comienzan a sanar.
Hay varios grandes momentos. La serie sabe hacernos reír a carcajadas pero también nos emociona hasta las lágrimas, como con la historia Aimee y el bus o la de Adam (Connor Swindells). Los personajes principales también crecen en complejidad, Otis no es “tan” bueno como en la primera, Maeve (Emma Mackey) no es tan dura y Eric (Ncuti Gatwa) sufre también cuando ya no lo hostigan por su sexualidad. La cosa no es fácil para ninguno de los personajes, no importa cuán seguros de sí mismos parezcan, cuán maduros y autoanalizados se encuentren, el deseo y la duda los llevan por caminos difíciles y sinuosos y todos se pierden y reencuentran en la búsqueda incansable de saber qué es lo que les gusta. La revelación de Ola, la relación entre la madre de Otis y Jakob (Mikael Persbrandt), el divorcio del director Groff (Alistair Petrie) –incorporando uno de los mejores personajes de esta temporada, la madre de Adam (Samantha Spiro)–, el regreso de la madre de Maeve (Anne-Marie Duff) muestran que la verdad de los sentimientos no es definitiva y la única certeza es la de sentir, y desear.
El musical de Romeo y Julieta que hacen en la escuela es un punto muy alto hacia el fin de la temporada, y “cierra” dejando todo abierto para una tercera ya confirmada por Netflix. Si bien la serie cae por momentos, para mi gusto, en algunas escenas demasiado hollywodenses que siguen replicando la idea de un amor romántico no del todo sano, sigue siendo un producto honesto en su propia búsqueda, que trae un montón de problemáticas de las que es necesario hablar. La masturbación, la primera relación sexual, la diversidad sexual (que incluye historias de bisexualidad, asexualidad, fetichismo, pansexualidad, etc.), las relaciones de pareja, las de padres/madres con hijos/as, la escolaridad y las presiones sociales alrededor de, el mundo del trabajo, las adicciones, hasta se incluyen problemáticas de discapacidad en un nuevo y muy interesante personaje, Isaac (George Robinson, quien tiene una discapacidad en la vida real). La mayoría de las veces alejada del crismorenismo, la serie sabe retratar a una generación de jóvenes con buenos personajes, buenos diálogos, buena música y muy buen ritmo. Además de ser entretenida, divertida y emocionante, como ya dije, es necesaria, ofrece escenas actuales para la charla y la reflexión. En tiempos en que la implementación de la ESI está en debate permanente Sex Education nos muestra que los adolescentes (¡y los adultos!) necesitan una educación sexual integral para no seguir repitiendo patrones de un pasado que dejó siempre el deseo en un lugar relegado y con eso no hizo más que ocultar la verdad y reprimir(nos): somos seres deseantes y solo a partir de esa certeza es que podemos vincularnos y construir con otros y con nosotros mismos.