The Irishman: Scorsese y sus buenos muchachos

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Una nueva entrega de los Oscar se avecina, y si Marty filmó algo, es serio candidato a llevárselos. Netflix apostó fuerte a un proyecto ambicioso de Scorsese que por años no contó con el apoyo y la confianza de los grandes estudios. Si bien esto significó vender el alma al diablo y limitar la reproducción por las pantallas comerciales, gracias a la N nos llega una gran película. La pelea entre las plataformas y los estudios tradicionales está planteada.

The Irishman (o El Irlandés para ser criollos) nos trae a Frank “El Irlandés” Sheeran que rememora su pasado con la mafia ítalo-americana y su particular amistad con Jimmy Hoffa, película basada en el libro de investigación Escuché que pintas casas, de Charles Brandt, publicado en 2004 con bastante repercusión y controversia, ya que hay quienes no creen en las confesiones del Irlandés, sin embargo, esto no fue impedimento para que Scorsese hiciera su film. A fin de cuentas, hablamos de ficción. No puede ser la verdad, pero sí una verdad.

La película inicia con un hermoso plano secuencia lento, recorriendo un asilo de ancianos, velocidad que quizá nos habla de la senectud del protagonista, la música I’ll Remember, de The Five Satins, nos indica que veremos algo que alude a los viejos tiempos, a la nostalgia y, por qué no, a las decisiones que uno toma, y ¿arrepentimientos? Al final del plano, un octogenario Frank Sheeran (Robert De Niro), postrado en una silla de ruedas, toma la posta del off y casi rompiendo la cuarta pared, cuenta su verdad en primera persona.

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A partir de aquí, se nos plantean los ejes en los que se moverá la película: el actual, con Sheeran en el geriátrico, el inicio de El Irlandés como camionero y gánster, y el viaje en ruta junto a su amigo Russel Bufalino (Joe Pesci) hacia un casamiento que, a la vez, es la antesala del final de Jimmy Hoffa (Al Pacino).

Está de más decir que el cast es excelente, los nombres hablan por sí solos. Martin Scorsese se dio el gusto de volver a trabajar con Pesci y De Niro después de casi 25 años, siendo la última vez Casino; y de dirigir por primera vez a Al Pacino, pero el tener esos cracks no significa que la trama andará sola. El trabajo de Marty se ve en que dirigió a los tres con distintas edades, marcándoles posturas y ritmos de voz, ya que uno no habla a los 30 igual que a los 60. Pero volviendo a los protagonistas, me gusta ver cómo se complementan y yuxtaponen con respecto a sus interpretaciones. Pesci con Russel Bufalino logra una actuación soberbia, lejos de los personajes explosivos que siempre le conocimos. Su postura, su calma para hablar, sus gestos, marcan más peligrosidad que los arrebatos de furia de Nicky Santoro y Tommy DeVito. Mientras que el Hoffa de Pacino es lo opuesto: histriónico, bocón. Explota con facilidad, carga con mucho orgullo y soberbia, hablamos de quien fue la segunda persona más poderosa y famosa después del Presidente de su época, el líder de los camioneros.

Y entre estas dos personalidades, entre estas dos amistades, se encuentra Frank Sheeran en la piel de un soberbio De Niro. El Irlandés es un tipo que después del Ejército en la Segunda Guerra Mundial quedó sin rumbo, como muchos. Es un tipo que solo sabe seguir órdenes, con ansias de pertenecer, sin preguntas, solo cumple con lo que piden. Eso no deja de lado que deba seguir el mandato social de tener familia, ser esposo, ser padre. Y como todo, lo hace con frialdad. Como en todas las películas de mafia, las amistades y lealtades siempre están en entredicho, nunca las unas están exentas de las otras. Bufalino es su gran amigo, quien le da estabilidad económica, quien lo acerca al poder y quien le salva la vida literalmente varias veces. En cambio, la amistad con Hoffa es la más sincera, ya que después de la Guerra el sindicalismo le permitió mantenerse; puede robar y abusar de los derechos sindicales. Un poco se ve reflejado en Jimmy, el líder de los trabajadores, el marginado. Y entre estas dos amistades, Peggy, la hija menor de Sheeran, es la brújula moral de la película. Tras ver a su padre apalizar a un comerciante por tratarla mal siente desprecio por él y por lo que representa su padrino Russell; sin embargo, siente cariño por el histriónico y sonriente Hoffa, a quien ve más auténtico y limpio por así decirlo, como bien marcaron en el último podcast de la 24).

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Pasando por destacados momentos de la historia de EE. UU., como el ascenso de Kennedy a la presidencia con ayuda de la mafia, su muerte, el asesinato de Albert Anastasia, el asesinato de Joseph Colombo en Columbus Circle, la frustrada invasión a Bahía de los Cochinos y el Watergate, nunca se pierde el eje que es la relación de Sheeran con Hoffa y la Mafia. Scorsese nos tiene acostumbrados a relatos con la cámara de intimismo y derrumbes, y esta no es la excepción. Si en Mean Streets (1973) nos hablaba de criminales de poca monta que hacían trabajos para gánsteres del barrio, en Goodfellas (1990) subió un escalón con Henry Hill y sus decisiones bajo la órbita de grandes capos. En Casino (1995) sube un poco más, y ya escuchamos de la Familia, los que toman las decisiones y los que deciden quién muere y quién no. De The Irishman puede decirse que completa esta tetralogía, y esta vez conocemos a los que cortan el bacalao: Hoffa poco a poco deteriora su relación con la Mafia, en especial con Tony Provenzano (Stephen Graham), y su amenaza con contar lo que sabe hace que Salerno (Lombardozzi) y Angelo Bruno (Harvey Keitel) den la orden. Desaparecer a un tipo como Hoffa no se toma a la ligera.

Siguiendo con el cast, los secundarios destacan y dan forma a este universo gansteril con gran color. Ya conocidos por Scorsese de su serie Boardwalk Empire (2010-2014), Stephen Graham como Provenzano y Bobby Cannavale (también actúo en Vinyl) en la piel de Skinny Razor sirven de pivote para los personajes de Hoffa y Sheeran, respectivamente. Sin dejar de lado a Harvey Keitel, el primer actor fetiche de Scorsese, con quien vuelve a trabajar después de 31 años tras La última tentación de Cristo (1988).

Si podemos considerar esto un cierre del ciclo de historias de gánsteres en la carrera de Scorsese, lo hace a todo trapo, ya que no pierde el virtuosismo que lo caracteriza. La elección de las canciones intensifica las sensaciones que transmite con la posición de la cámara y lo que cuenta en cada escena. Las características secuencias de montaje con la infaltable mano de Thelma Schoonmaker fueron, son y serán un deleite, junto a la fotografía de Rodrigo Prieto, conforman un dream team tanto técnico como actoral. Más guion del creador de éxitos, Steven Zaillian, las 10 nominaciones a los Oscar 2020 dan rédito de esta afirmación.

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Quizás haya mucha crítica hacia los efectos de rejuvenecimiento, en especial en una escena donde un Robert De Niro debe golpear como alguien de 40 pero se nota a leguas su edad real en los movimientos. No es algo que se me pasó por fanatismo a Marty (eso sí lo admito), pero vamos, no se trata de eso la película, no es una de Michael Bay donde solo importan las explosiones. Hagamos que ahí Robert tiene 40 y listo.

Sé que dejo muchas cosas fuera, sé que me extendí demasiado, pero, una película de 210 minutos merecía que me extendiera con las palabras. Para finalizar, me pongo nostálgico, con esta obra, ¿es un adiós de estos monstruos? Pesci sabemos que sí, ya que volvió del retiro solo por Scorsese, mientras que De Niro y Pacino por fin vuelven a tener papeles a su altura después de años en películas flojas o no trascendentes. Marty se dio el lujo de hacer la película que quería, ya se había quitado las ganas con Silence (2016), y ahora empieza a trabajar en varios proyectos, incluida la biopic de Teddy Roosevelt, por ende, con The Irishman nos tira un “hasta luego”.