Knives Out: receta perfecta.

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Para dar comienzo a la receta de hoy voy a indicarle que mezcle en un bowl:

  • un elenco de actores y actrices de palos muy distintos, pero con un común denominador de talento;
  • una premisa de misterio y drama policial bastante ganchera;
  • un tono perfectamente logrado entre la comedia y el suspenso;
  • un nivel cinematográfico no sólo excelente desde lo técnico, sino altamente pensado desde la realización.

Integre hasta conseguir una masa homogénea y cocine en horno a fuego bajo por aproximadamente dos horas.

¿Qué obtendrá con esto? Pues sí: un peliculón de esos que dejan contento a absolutamente todo el mundo; o casi. Pero la verdad es que, si alguien le da con un caño a Knives Out, es probable que sea una persona que haya perdido todo rastro de alegría y diversión dentro de su vida pretenciosa y snob. Así que por esa gente lo lamento. Lo lamento muchísimo.

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Prosigo entonces: la película pinta el retrato de los Thrombey, una rica y excéntrica familia –de esas ghetto bien ghetto– metiéndose en los más profundos recovecos de las relaciones y las psiquis de cada uno de sus miembros. Algo así como en los Royal Tenenbaums, pero un poco más oscurito. ¿Por qué? Porque la familia está lidiando con la fresca muerte de su cabeza, Harlan Thrombey, quien se ha suicidado cortándose la garganta.

La investigación policial del hecho servirá de pivote para que el espectador vea y conozca todas las piezas de la intromisión del enigmático detective privado Benoit Blanc, quien asegurará que el patriarca de la familia no se ha suicidado, sino que ha sido asesinado.

De allí en más, Blanc procederá a dar vuelta la calma vida familiar con la ayuda de Marta, la enfermera de Harlan, a quien nombra su Watson personal.

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Las versiones, teorías, alianzas y rupturas de una familia maliciosa impulsan el relato, mostrando los blancos, los negros y, por sobre todo, los grises de cada una de estas piezas imperfectas.

Y hay que decir que Knives Out lleva tatuado en rojo el nombre de su director Rian Johnson, con varios de los elementos que lo vuelven tan reconocible: Knives Out es una película hecha claramente para ser taquillera, que está llena de actores que venden rostro y cuya trama y ritmo son capaces de enganchar a cualquier tipo de público. Pero –acá y siempre– el querido Rian le da una vuelta de tuerca a esta clásica combinación de éxito. ¿U olvidamos que es la misma persona que hizo The Brothers Bloom, The Last Jedi y un par de memorables capítulos de Breaking Bad (entre varias otras más)?

El Rian sabe y no sabe de manual, sabe de alma. Su dirección está presente en la impecable estética, marcada en ese montaje ligeramente notorio, en las progresiones de los planos, en todos los plantados que recupera a medida que el relato avanza… su dirección está presente en todos los detalles –y no tanto– que hacen que la película sobresalga y no se pierda en la mediocridad.

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Anyway, no les digo que Knives Out vaya a cambiarles la vida ni que vaya a dejarlos flasheados como muchas películas han hecho en este, pasado pero todavía fresco, 2019. Pero les puedo prometer que les va a hacer pasar un buen rato.

Porque la magia de esta película es que puede enganchar a tu vecino, el hincha de Rápido y Furioso, así como a tu vieja fanática de Agatha Christie o a tu compa de la facultad que mira películas de la nouvelle vague por gusto propio. Y también te va a enganchar a vos.

Con una película de calidad que te hace reír, dudar y hasta –por momentos– lloriquear, Rian Johnson se las arregla para desarmar la falacia de que lo industrial es sinónimo de malo, dejándonos frente a una obra que, si bien no es lo mejor del año, ranquea alto.