Reseña: Los dos Papas

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Sobre fin de año, Netflix nos regala para pasar las fiestas un camión de películas de calidad dispar pero con nombres fuertes. Una de ellas es esta, Los dos Papas, protagonizada por Jonathan Pryce y Anthony Hopkins y dirigida por Fernando Meirelles, el irregular realizador detrás de Ciudad de Dios. Y cuando digo “irregular» me refiero también a esta película.

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Pryce se ganó el dudoso honor de interpretar a Jorge Bergoglio hace unos años gracias a Game of Thrones, cuando en ocasión de representar al personaje del High Sparrow, volvió demente a todo internet en pleno por su similitud física con el papa Francisco (similitud sin duda buscada por el equipo técnico de GoT). Si a eso le sumamos su malogrado Juan Domingo en la bosta de Evita, la suma daba.

Más sorprendente es el parecido de Hopkins con Ratzinger. Solo físico, porque el bueno de Antonio no hizo más que repetir sus últimos cinco papeles de viejo pero esta vez con una sotana y un gorro simpático.

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Meirelles adapta su propia novela El Papa en su cinta, que con flashbacks aislados, nos cuenta cómo es que Bergoglio, un jesuita franciscano más parecido a Mujica que al propio Bergoglio, llegó a la cima de la Iglesia católica. Y lo hace sin esconder varios golpes a las últimas dos décadas de la iglesia y al propio pasado de Francisco y su relación con la dictadura militar. Esto no implica que se lo acuse de lo que lo acusa medio país, pero al menos no lo elimina del centro de la historia. Estos pasajes de la película son protagonizados por Juan Minujín que sale bastante bien parado de compartir cartel con los dos monstruos que son Pryce y Hopkins.

En general, el cast internacional hace un buen trabajo con un guion que se desvive por dejar bien parado a Bergoglio y mostrarlo como algo que no fue.

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Esto, sumando una serie de cuestiones técnicas de la dirección, es la principal crítica negativa hacia Los dos Papas.

Bergoglio es representado como un cura terrenal, cercano a la gente, querido por casi todos. Lógicamente este costado (que 90% de los argentinos no conocimos) es amplificado para que surja el contraste con el áspero anciano anclado a los ritualismos más rancios y arcaicos de la Iglesia católica que personifica(ba) Benedicto. Justamente ese contraste, por momentos tan (con muchas A) burdo nos otorga escenas risibles que logran que pensemos que el High Sparrow de GoT era una interpretación más fiel de Francisco que esta que suena más bien a lavada de cara.

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De cierta forma se muestra la polémica interna de la Iglesia –representados ambos lados en ellos dos– sobre el tema de los abusos sexuales. Sin embargo, una vez más, Francisco es señalado como un adalid de la justicia real, en tanto Benedicto, conocedor de la situación en detalle, es una suerte de encubridor que busca resolver la situación como si la Iglesia fuera la Cosa Nostra y practicaran la omertá.

Semejante manejo implica mostrar dos formatos contrapuestos de la Iglesia católica. Uno de ultraderecha y atado a las costumbres más antiguas, y otro progresista y moderno pero que no deja de recordar que mucho de lo que hablan los escritos son reinterpretaciones que se hicieron para adaptarlos a tiempos más confusos. Como le dice en un pasaje Bergoglio a Benedicto: “San Pedro era un hombre casado, no siempre fuimos célibes».

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Los numerosos y extensos diálogos que mantienen los unen y, por otro lado, terminan configurando un pase de mando que se transforma en esta Iglesia progresista y liberal que tenemos hoy.

No hay remate.

Meirelles hace un notable trabajo con las escenas que involucran el diálogo entre los papas. Ese trabajo se ve afectado de forma brutal en los flashbacks donde hay cambios de formato y de fotografía muy fuertes que son poco menos que un papelón.

La recreación de época no está mal para ser una producción de Netflix, aunque se notan los planos cortos en las escenas filmadas en el país.

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Hay alguna escena de la amistad entre ellos que no se la cree ni el más ferviente católico aunque esté documentada con fotos y videos. No resta a la calidad general de la película pero no la hace el documento serio que pretende ser de lo que sin duda fue el momento más importante a nivel institucional de los últimos 50 años.

La historia intenta explicar en un relato bastante lineal por qué un papa abdicó a su trono en vez de gobernar hasta su muerte, y por qué decidió que su sucesor iba a ser uno en las antípodas de su ideología. El resultado no es claro ni por asomo pero el camino, con un diálogo chispeante e interpretado con mucha naturalidad, es lo bastante entretenido como para hablar de una película que se deja ver tranquilamente.