Big Mouth, tercera temporada
Primavera, la estación en la que todo florece, y Netflix estrena la nueva temporada de esta gran serie animada creada por Nick Kroll y Andrew Goldberg, que es Big Mouth. Lejos de perder potencia en la repetición, el grupo de amigues conformado por Andrew Glouberman (John Mulaney), Nick Birch (Nick Kroll), Jessi (Jessi Klein), Jay (Jason Mantzoukas) y Missy (Jenny Slate) sigue divirtiéndonos e invitándonos a pensar una cantidad de cosas urgentes en nuestro presente. La serie sigue apostando a la combinación de lo autobiográfico (los creadores han dicho que el proyecto nace de la mano de sus propias experiencias adolescentes) y lo coyuntural. Drogas, redes sociales, acoso sexual, orgasmo femenino, nudes, cada capítulo se encarga de estos temas que hoy, gracias a las discusiones que se están dando sobre todo desde los feminismos, podemos pensar con mayor profundidad.
Tenemos muchas novedades. Matthew (Andrew Rannells) tiene más protagonismo en esta temporada y lo vemos salir del clóset y experimentar su primer amor. Missy es visitada finalmente por su monstrua hormonal. Jay conoce lo que es vivir en una casa amorosa. Andrew se “enamora” de su prima en Florida. Hay un casamiento infantil; Duke contará su primera vez; la gata de la depresión (Jean Smart) y el fantasma de la vergüenza (David Thewlis) harán alguna que otra aparición; y veremos poco, aunque en todos los capítulos, al bizarro entrenador Steve (Nick Kroll).
Les niñes siguen creciendo y los desafíos parecen multiplicarse. Si tuviera que pensar un eje en el que esta temporada se apoya sería el de las desigualdades de género y la diversidad. El primer capítulo (si dejamos fuera de la temporada el especial de San Valentín que se estrenó hace meses) trata sobre el director de la escuela y el dictado de un código de vestimenta sexista ante el que las chicas se rebelan. Toda la cuestión de para quién y cómo se visten las mujeres se pone en discusión y se exponen las contradicciones y el absurdo de los roles de género. Los varones apoyan la medida de las chicas de ir vestidas “provocativas” (al decir del director) porque les parece sexy. Cuando Missy elige seguir usando su overol unisex, las chicas se ofenden por creerla contraria a la causa. Finalmente, la incomodidad de los y las estudiantes, sumada al cansancio de la directora que está por jubilarse, revierte la medida y gana la cordura: las mujeres también se enojan –como dice el título del capítulo en cuestión– y los hombres no son animales sin posibilidad de autocontrol.
El uso adolescente de las redes sociales y los celulares tiene también un papel protagónico. Hay todo un capítulo dedicado a la obsesión de Nick por su nuevo celular (que, personificado, juega el rol de una “amante”), y otro a las nudes que Andrew envía a su prima y que sus padres ven por su torpeza. “Sos un pervertido”, le grita el padre (Richard Kind), que nunca puede terminar de conectar con su hijo, más influenciado que nunca por su monstruo hormonal, el genial Maurice (también Nick Kroll). La otra monstrua hormonal (cada vez más increíble Maya Rudolph) no se queda atrás en su protagonismo, entre otras cosas, enseña a Jessi a masturbarse hasta lograr el orgasmo, no sin ayuda de su propia vagina (Kristen Wiig).
Entre mis episodios preferidos están el último, en el que la serie despliega toda su potencia visual e imaginativa al servicio de seguir contando una historia y problematizar cuestiones de género y sexualidades; y el dedicado a la pregunta de Jay sobre su posible bisexualidad. Recordemos que en el ático de Nick vive el fantasma de Duke Ellington (Jordan Peele) y que ya la temporada pasada se había lucido con sus canciones para la ocasión. Pero merece una mención especial su composición sobre las múltiples orientaciones sexuales y de género, no solo por su clarísimo y didáctico contenido, sino por las participaciones especiales de Prince, David Bowie y Freddie Mercury: de esas cosas que no se ven mucho en las plataformas de streaming. Otro punto alto y musical es el capítulo en el que los chicos y las chicas hacen una obra escolar sobre el acoso sexual, exponiendo otra vez las contradicciones entre lo discursivo y la acción en el mundo adulto y cómo la renuncia a los privilegios no es algo fácil de pensar.
No hay hoy otra serie como Big Mouth. Aunque no sea la única que trata estos temas, no hay otra serie con su desenfado, su humor escatológico y absurdo –que convive con una gran seriedad–, sus entrañables personajes (que combaten constantemente el adultocentrismo) y su claridad y honestidad teóricas. Detrás de cada guion se nota un cuidado no muy habitual para tratar temas delicados, y hay sinceridad en el planteo de preguntas, hay sensibilidad en el tratamiento de los personajes. Ojalá el año que viene la primavera nos encuentre con una cuarta temporada, porque queda mucho por contar y pensar.