Claudia: las referencias son todo

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Spoilers ahead

Claudia (Dolores Fonzi) es una organizadora de eventos obsesiva de los detalles y la perfección. Un día recibe el llamado de una compañera para que la reemplace como wedding planner de un casamiento, pero no será tan sencillo. Claudia se encontrará con una novia que no quiere casarse, un padre con un extraño comportamiento y una familia muy peculiar.

El inicio es potente: Lali Espósito aparece bailando y cantando frente a la cámara. Hay luces brillantes a su espalda y suena un ritmo pegadizo. Pero una vez terminados los créditos el centro de atención se desplaza rápidamente a Claudia, quien está a un costado del escenario con un handie en su mano. Ella es la que se asegura de que todo funcione.

Posteriormente, su caracterización continúa: acaba de morir su padre, pero no va al funeral hasta que termina su jornada de trabajo. Después, tal vez a modo de refugio, tal vez porque no puede dejar de lado su obsesión, increpa a la organizadora haciéndole saber todos los errores cometidos: la iluminación, el café, el ambiente. Ahí, De Caro, el director, es claro y preciso, con una presentación de la protagonista súper efectiva.

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Pero después empiezan lo que podríamos llamar problemas. En ningún momento queda claro el tono de la narración, y eso afecta tanto al verosímil como al ritmo. Por momentos parece una comedia de enredos, por momentos Claudia hace de Hércules Poirot, después hay un clima de terror, a veces de suspenso, y así sucesivamente. No hay uniformidad para las secuencias que nos presentan.

Dolores Fonzi entrega una interpretación superlativa que en ocasiones roza la psicopatía y otras veces se contiene de manera introspectiva. La veremos histriónica, usando diminutivos para tratar a sus empleados, sin importarle los sentimientos de los que la rodean. De entrada, puede inferirse que quiere que las cosas solo salgan impecables, cuando en realidad desea que salgan como ella quiere. Su perfección es una obsesión pero también una exigencia, una imposición hacia su entorno, y lo demostrará tanto con el cuerpo como con la voz. La acompaña Pere, un personaje bellamente ejecutado por Laura Paredes, y también es necesario destacar a Jorge Prado en el papel de Horacio Sánchez, al padre de la novia.

Los rubros técnicos están muy bien, sobre todo la escena del aparente “carnaval carioca”, que hipnotiza con una cadencia y una atmósfera intrigante, mientras que en paralelo se da un gran diálogo entre la protagonista y Jorge Prado. Hay un cuidado obsesivo de la cámara y la fotografía, esta última acompañada de una paleta de colores que nos obliga a pensar, entre otras películas, en Jackie Brown, de Quentin Tarantino. Sin embargo, esta no es la única referencia cinéfila. Claudia está llena de guiños. El principio me remitió al inicio de Planet Terror, de Robert Rodriguez, con la hermosa Rose McGowan y su baile en el caño. En otra parte aparecen las referencias lynchianas, esa cosa onírica y perturbadora. Y por ahí hay un plano de De Palma, usando la técnica conocida como split-focus diopter (esa que nos pone a personajes en foco tanto en primer plano como en el fondo). También Hitchcock, y hasta me pareció ver una máscara haciendo referencia a Eyes Wide Shut, de Kubrick. El amor de De Caro por el cine es indudable, y tal vez por su afán de poner todo lo que ama en un solo film, lo convierte en una amalgama desordenada. Por supuesto, teniendo en cuenta que estamos en Argentina, seguramente De Caro no tiene idea cuándo tendrá la posibilidad de hacer otra película, por lo que en cierta forma su urgencia es entendible.

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Hacia el final de la película la intriga es difícil de asimilar, porque si bien el pulso narrativo es preciso, no es uno, son muchos. Hay una nebulosa en el tono que deja un poco afuera al espectador, y cuando aparece la pantalla negra que indica que terminó, la sensación es de gusto a poco.