Ad Astra: A las estrellas new age
Leves spoilers, casi mínimos.
Es muy probable que haya caído en la trampa de entrar al cine a ver Ad Astra con las expectativas tamaño rascacielos y, por ende, jamás podrían ser satisfechas.
Tres puntos tocará esta reseña / análisis, y serán: Apocalipsis, Mindfulness y Nolanesque.
Apocalipsis
Luego de que una descarga electromagnética proveniente del espacio golpease al planeta Tierra Roy McBride (Brad Pitt) es enviado en misión secreta a “contactar” a su padre. El problema es que papi H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones) desapareció hace 30 años y se cree que está orbitando Neptuno, que es bastante lejos aún en este futuro, que no se define ni próximo ni avanzado. Una misteriosa imagen confirma que Clifford está con vida.
Ad Astra está estructurada de manera similar a Apocalipsis Now. Tenemos la misión secreta, las diferentes estaciones, que son la Luna, el lado oculto de la Luna, la estación científica, Marte y el destino final. La estructura del viaje y misión, por supuesto, no es privativa del clásico de Francis Ford, pero la idea de buscar a alguien que se volviera peligroso en el corazón de las tinieblas, sumado a las paradas en el camino y la voz en off de Roy, hacen que se parezca bastante. Es más, allá donde Apocalipsis Now tenía el expediente, las cartas y las grabaciones del Coronel Kurtz, acá tenemos los videos y mensajes del célebre H. Clifford McBride, un hombre comparado a Neil Armstrong, una leyenda del espacio, ya que fue el primer hombre en Saturno y en Júpiter, y encabezó la misión Lima, en la que salió en búsqueda de vida alienígena.
“Ad astra per aspera”, reza el dicho completo en latín de Séneca el Joven: a las estrellas por el camino difícil. Y allí es donde se dirige Roy, acompañado por el Coronel Pruitt, interpretado por un muy mayor Donald Sutherland. Es notable que se haya elegido a Tommy Lee Jones y a Donald Sutherland, dos de los protagonistas de Space Cowboys (Clint Eastwood, 2000), que curiosamente, hace 20 años, hacían de astronautas ya ancianos que tenían la oportunidad de viajar una vez más al espacio. La veteranía ya no es lo que era. Ahora están grandes de verdad.
Dicho sea de paso, y de manera anecdótica: en este futuro, que ya estoy empezando a dudar si no es una suerte de presente alternativo, el espacio está en manos de militares. En vez de Nasa, tenemos el Space Command. Todos los protagonistas tienen grados militares. La misión, por ende, puede imaginarse más compleja, y violenta, que un simple contacto.
Mindfulness
La traducción más acertada sería “prestar completa atención a una experiencia con interés, curiosidad y aceptación”. El término más usado es “Atención plena”.
No soy el más indicado para hablar de estas técnicas. Me suenan a sarasa. Creo que son elaboradas por unos pícaros de los departamentos de Recursos Humanos y consultoras, ávidos de cobrar una comisión para dictarles un curso a los empleados.
La idea, básicamente, es adaptarte lo mejor posible a ambientes laborales cada vez más difíciles. Ajustarte a un sistema abusivo, tóxico y rapaz, para que no incomodes a tus compañeros o jefes con la cara de culo. Una media sonrisa tatuada en la cara, mientras te van destruyendo por dentro. Ni siquiera quieren que sufras esta esclavitud moderna en silencio: quieren que la disfrutes.
Por supuesto, la técnica de “atención plena”, creada por el profesor de Medicina Jon Kabat-Zinn hace unos 30 años, está rociada por una suave lámina de budismo. En algún momento (creo que en la nota sobre Wild Wild Country) había dado cuenta del budismo como religión de preferencia del capitalismo. Sobre esto, Slavoj Zizek dijo:
“…no estoy en contra del verdadero budismo oriental, en realidad el problema es ese budismo occidental que parece haberse convertido en la principal opción espiritual de la gente educada de nuestra era. La inmensa mayoría de los jóvenes gerentes de grandes firmas capitalistas se consideran budistas, practican meditación trascendental, las dinámicas actuales son tan rápidas que los humanos ya no somos capaces de seguirles la pista, cognitivamente somos incapaces de saber en qué consiste este nuevo mundo, el sentido budista permite la distancia que no permite la vida, hace que la gente pueda sobrevivir: no te tomes en serio la realidad, no es más que un juego de sombras. No creo en los que aseguran que el budismo es un camino apropiado para escapar de la locura occidental, todo lo contrario, con el budismo no se escapa, se funciona mejor, uno no se vuelve loco y se convierte en alguien más apropiado para vivir precisamente en una realidad capitalista”.
Ad Astra está plagada de conceptos de mindfulness. Desde el soliloquio de Roy al inicio de la película:
“Estoy calmado y estable. Dormí bien. Ocho horas y veinte minutos. No tuve malos sueños. Estoy listo para partir y hacer mi trabajo al máximo de mi capacidad. Estoy enfocado en lo esencial, excluyendo todo lo demás. Solo tomaré decisiones pragmáticas. No me permitiré estar distraído. No permitiré a mi mente distraerse en lo que no es importante”.
Pasando por sus aptitudes de concentración extremas, los análisis psicológicos periódicos, en los que una computadora analiza si está “apto para la misión o no”, hasta la condición de su padre Clifford, todo está profundamente influenciado por esta técnica.
“Estoy entrenado para compartimentar”, dice Roy, que, sin superpoderes, es capaz de mantener la calma cuando los demás están desesperados, y por ende, respirando profundo, logra resultados. Es prácticamente una máquina, pero no una sobreactuada. Brad Pitt es capaz de hacerlo creíble. En manos de otro, tal vez, hubiéramos entrado en un terreno propio de un androide.
Esta sociedad ¿futura? en donde el mindfulness ha triunfado, ha hecho estragos en él, que está completamente solo y ya no soporta ni que lo toquen. Esta atención total a la misión y el resultado ha afectado a otros también. La postura, sin embargo, es ambigua. La película danza alrededor del tema y queda en cada uno su interpretación. Para agregarle elementos a la cuestión, en varios momentos hay referencias católicas (la plegaria a San Cristóbal, por ejemplo), como si se viviera una suerte de sincretismo psico-religioso.
En este relato, asfixiado por la atención plena, tenemos un personaje que no tiene un núcleo emotivo claro. Si bien su peripecia nos muestra un desarrollo, jamás alcanza un grado de emotividad. Allí reside, desde mi punto de vista, el principal problema de Ad Astra: no tiene corazón. Es fría. No emociona a nadie. Su protagonista es HAL 9000.
Nolanesque
James Gray, el director de Ad Astra, tiene una filmografía interesante, aunque no rutilante. Sus thrillers iniciales, Little Odessa (1994), The Yards (2000) y We Own the Night (2007), no lo catapultaron al éxito, pero le dieron un nombre. Luego, a partir de Two Lovers (2008), se dedicó a un cine más personal. Siguieron a esta The Inmigrant y la excelente The Lost City of Z, que guarda similitudes (no spoileables) con Ad Astra. Aquí, Gray, se la juega por la creación de un mundo.
Ad Astra es ante todo plausible. Esta “conquista del espacio” es un modo probable. Tenemos las ciudades en la Luna, con la lucha por los recursos mineros. Los complejos de túneles y espacios comerciales de concreto, parecidos a los de la original Total Recall (Paul Verhoeven, 1990). Tenemos la sociedad de consumo elevada al espacio, y de esto da cuenta Roy en su voice over, caminando por el aeropuerto lunar, rodeado de Starbucks y DHL.
Este futuro no es el de Interstellar, película con la que Ad Astra está íntimamente relacionada, al punto que comparte director de fotografía (Hoyte Van Hoytema), pero tiene esa sensación realista que intenta siempre Christopher Nolan. Si Batman existiera, sería el de Nolan. Si se pudiera influenciar mediante sueños, sería como en Inception. Si conquistamos el espacio, sería bastante parecido, supongo, a Ad Astra.
Tal vez esta creación de mundo, con su imagen particular y sensación de claustrofobia, no solo por el encierro de las naves y bases espaciales, sino también por el mismo vacío y soledad del universo, sean el mayor logro de esta película, que se queda a medias, encerrada en su propio y enigmático tema, sin jamás mostrarnos un sentimiento.