Reseña: Years and Years
Vuelvo, con el cambio de la marea.
Este 2019 es definitivamente el año de las miniseries. Después de la formidable Chernobyl y la muy esperada y adorable, Good Omens, HBO estrena Years and Years, coproducida con la BBC.
La primera impresión que causa este relato es pavor. Muchos se han enojado con Years and Years (YaY), muchos han pataleado en las redes sociales. Mi opinión: es por miedo. YaY es más terrorífica que Hereditary, que It Follows y que Midsommer. Espanta más que todo el terror moderno. Y es un melodrama. El miedo es un motor poderoso, sobre todo para enojarse, para generar rabia. Russell T. Davies, uno de los grandes guionistas surgidos de las canteras de la BBC, lo explota al límite. Muchas veces comparada con Black Mirror, me resulta una forma poco efectiva de describirla. El espejo negro destila odio por la humanidad; Years and Years es empática con sus personajes.
YaY es una suerte de saga familiar, que sigue el devenir de los Lyons, abuela, nietos, sus parejas y bisnietos, durante aproximadamente quince años. Pensemos en Cuéntame cómo pasó, la serie original española que lleva 18 años al aire, con remakes en Italia, Chile y Argentina (Contáme cómo pasó), pero en formato futuro distópico. La serie empieza hoy y se proyecta pasado el 2030. La palabra clave puede ser distopía, pero aún más importante es el término “plausible”.
El eje está puesto en las relaciones familiares. La abuela Muriel (Anne Reid) es la matriarca de la familia. Vive sola en un caserón en Manchester. Sus nietos son los hermanos Stephen (Rory Kinnear), asesor financiero, casado con la contadora Celeste (T´Nia Miller), Edith (Jessica Hynes), activista y ensayista política, Daniel (Russell Tovey), empleado municipal, en pareja con el maestro Ralph (Dino Fetscher), y Rosie (Ruth Madeley), quien trabaja como jefa de cocina en un servicio de viandas escolares, y nació con espina bífida.
Stephen y Celeste tienen dos hijas Bethany y Ruby. Rosie por su parte es madre de Lincoln y Lee. El relato empieza con el nacimiento de Lee, segundo hijo de Rosie. Bethany, por su parte, tiene unos 15 años y será protagonista de una de las tramas centrales.
Esta familia vive en el Reino Unido, que se está separando de Europa, y no puede consolidarse políticamente. En paralelo al devenir de la familia Lyons, vivimos el ascenso al poder de Vivienne Rook (Emma Thompson), una mujer de negocios que decidió dedicarse a la política. Su estrategia es polarizante, disfrazando fascismo con el viejo cuento de “lo que le interesa a Doña Rosa”. Mientras tanto, EE. UU. y China viven una escalada en su guerra comercial y la economía mundial se desploma.
No sé si sirve de algo mencionar las reacciones en las redes que provoca el personaje de Vivienne Rook, ya que no es usual en un análisis salirse del relato. Pero estimo que es precisamente lo que quería Russell Davies. Al inicio de YaY, Rook está en un debate televisado. Los Lyons están mirando la TV, cada uno en su casa. Rook se sale del discurso, del famoso cassette que ponen políticos y deportistas, a la hora de declarar. Su discurso es vacío e inflamatorio. Propio de un vecino en almacén, taxista o compañero de oficina. Los Lyons tienen reacciones diferentes. A algunos les parece un poco de aire fresco entre tanta bobada, a otros les parece espantoso. Pero nada del otro mundo. Nada que provoque realmente una grieta enorme. Es un personaje menor, peleando por una banca de diputado.
Ahí nomás, en la primera escena, Davies hace el plantado. Todas estas cosas pasan frente a nuestros ojos. Nosotros las permitimos. Esto es algo que se recuperará en el futuro. La reacción contra YaY es la que se tiene usualmente contra los relatos, ya sean ficciones o documentales, que nos interpelan (leer con cántico de Homero: soy intelectual, muy inteligente). En este caso se hace desde la ya famosa paradoja de Popper:
Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia.
Ahora bien, Russell T. Davies dice que esto no nos está ocurriendo por un principio que estamos llevando a cabo a pesar nuestro: no nos pasa por tolerantes a ultranza. Nos pasa por abúlicos. ¿De dónde salen tipos como el diputado Olmedo o Amalia Granata? ¿Salen de nuestro pensamiento consciente de que en una sociedad democrática debemos escuchar y tolerar todo? ¿O es más bien que no queremos que nos molesten? Solo queremos llegar a casa, abrir una cerveza y poner una serie. Y aún más: ¿está tan mal esto? Bueno, no está mal, y puede ser una idea que, ante el mismísimo sistema al que nos hemos sometido, en el que trabajamos 12 horas por día, puede ser entendible. Pero ese es el huevo de la serpiente. De allí nacen los Bolsonaros, los Trumps, los Boris Johnsons, los Mateo Salvinis.
Edith, la activista política, lo dice en un almuerzo familiar, ante la pregunta sobre el calentamiento global y las tormentas incesantes, se sonríe ante la sorpresa de su familia por el clima, las tormentas e inundaciones: ¿quién puede decir, hoy por hoy, que no sabe que eso está pasando? ¿qué hicimos para evitarlo?
Years and Years no se queda acá. China y EE. UU. llevan al mundo al colapso financiero. Los bancos se quedarán con los ahorros de la gente. Hace unos años, en la Argentina se instalaron en los shoppings una suerte de “casa fantasma” o “casa del terror”, típicas de las ferias yanquis. No funcionaron. En la puerta ponían una media res falsa, sangrando. Al parecer, en muchas partes del mundo eso era atemorizante. Acá nos preguntábamos a cuánto estaba el vacío en esa carnicería rara que habían puesto al lado de Frávega. La parte de los bancos es muy 2001. La conocemos. Da un poco de impresión, pero lo hemos visto una y otra vez, acá en la cruz del sur.
Por otro lado, es muy notable cómo da cuenta de otras transformaciones. Según Davies, dentro de unos años, no habrá más lugar para los asesores financieros y los contadores. Serán reemplazados por inteligencia artificial. Asimismo, la industria de los servicios vivirá cambios dramáticos. Vamos hacia un mundo de pluriempleo, en el que reemplazaremos un trabajo matador de 12 horas, por 4 trabajos terribles de 4 horas cada uno. El triunfo de la “Amazon way of life”: seremos todos repartidores, ya sea en bicicleta, moto o furgoneta.
Los terraplanistas y antivacunas estarán aún más presentes entre nosotros, en nuestras familias y amigos. Hemos tolerado a la gente que dice que el ser humano no llegó a la Luna, que lo filmó Kubrick, que es propaganda imperialista. Nos hemos vuelto conspiranoicos y estúpidos. ¿Vale la pena discutir o vale la pena combatir? ¿Debemos volver a explicar la ley de gravedad? Tanto toleramos que se joda a la ciencia que al final nos jodimos nosotros.
En Occidente, probablemente no tengamos problemas con cuestiones de género, identidad sexual y preferencia sexual. Pero Davies dice: vayan a explicárselo a Putin, que mantiene una política de persecución que, sumada al cierre de fronteras, va a provocar un genocidio. Y allí está otro de los ejes de YaY: los refugiados. ¿Cuánto nos falta aquí en nuestras pampas para pensar que los venezolanos no tienen por qué opinar de nuestra política interna? Estamos a una encuesta de que algún lado de la grieta lo diga.
Nuevamente, el terror de Years and Years es el terror de lo plausible. Algo así decía Michael Moore de The Handmaid’s Tale: “la mejor parte de The Handmaid´s Tale son los flashbacks, en los que Offred trata de dilucidar cuál fue el punto en que ya fue muy tarde. Cuál era el límite para tomar acción y detenerlo. Porque todo sucede de a poco, la escalada es gradual. Así es como el fascismo funciona”.
Lo mismo exactamente puede decirse de Years and Years. Es casi inevitable pensar que esto va a pasar así. Estamos todos a dos minutos de ser repartidores en bicicleta, por literalmente dos mangos con veinte, trabajando turnos rotativos, 50 horas por semana. Estamos a 2 minutos de la medianoche. De la guerra y el hambre. Y lo vimos venir, y no hicimos nada.
Bueno, no sería justo decir eso: Russell T. Davies cumplió su función como artista y lo hizo. Kudos, Russell. Kudos.