Reseña: Once Upon A Time In Hollywood

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Libre de Spoilers. Pero lo preferible es entrar al cine sin saber nada.

Once Upon A Time… se merece una análisis, y probablemente lo haga de acá a un mes, cuando la mayor cantidad de gente haya podido verla en el cine. En este caso, la reseña, deberá soslayar los aspectos más importantes. De otra forma sería un auténtico cretino.

Cuando la película está comenzando, tres cosas están terminando en Hollywood, todas al mismo tiempo: la edad de oro de los estudios, el sueño hippie y la carrera de Rick Dalton (Leonardo Di Caprio). Su amigo, empleado y doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt) lo acompaña en sus penas. Tenemos una relación sincera. Tarantino filma una buddy movie sin necesidad de hacer una contienda, ni una comedia disparatada. Cliff y Rick son buenos amigos y la pasan bien juntos. Un poco menos que un matrimonio, como se dirá en algún momento.

La carrera de Rick se está yendo al garete. De un pasado como protagonista de un Western televisivo, pasando por un estancamiento tratando de pasar a las ligas mayores del cine, a este presente en 1969, en el que sobrevive con los restos. Marvin Schwarz (Al Pacino) productor y agente de artistas (personaje real) le advierte que su presente de “villano de la semana” en los shows de televisión es un camino de ida. Le ofrece una solución: spaghetti westerns. Irse a filmar a Italia. Tarantino no se priva de nada. Lo que se dice en pantalla se resignifica porque dirige Quentin, el último amante genuino. La diatriba de Rick ante el ofrecimiento es especialmente graciosa porque es una película de Tarantino, quien ha homenajeado hasta el hartazgo a los géneros de explotación. “No llorés frente a los mexicanos”, dirá Cliff mientras le pasa sus raybans a Rick.

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Dalton vive en la calle Cielo Drive. Sus vecinos son la pareja que forman Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polanski (Rafal Zawierucha), con el curioso agregado de Jay Sebring (Emile Hirsch), ex novio y peluquero de Sharon Tate. Cliff vive en un tráiler, detrás de un autocine.

Rick y Cliff viajan en auto, desde los estudios a Cielo Drive, a los bares, a las calles de Los Angeles. Gran parte de la película sucede en autos. Los Angeles es una ciudad construida en el inmenso llano, donde llueve poco y brilla el sol. Se transita por largas autopistas, y avenidas, suena la radio y Tarantino hace gala de su habilidad para elegir música que funciona mejor en sus películas que por sí misma.

Pero les decía, estamos en el fin de una era. Algo está en decadencia,  algo no funciona en estos hippies que se ven en la parada del colectivo haciendo dedo. Cliff no deja de encontrarse con Pussycat (Margaret Qualley) en las calles.  La primera escena entre ellos, el mínimo gesto de Pitt al volante, haciendo el símbolo de la paz con los dedos en V, la cámara lenta, la mirada sobre el lente, es todo el poder combinado de un enorme director, un fabuloso Director de Fotografía (Robert Richardson) y un actor nacido para la cámara. Cuando tengan dudas de lo que el cine puede hacer en dos tomas, vean a Margaret Qualley cruzando la calle y a Brad Pitt reaccionando a su saludo.

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El relato, como es habitual en su director, se toma su tiempo. Tarantino ama los pies de página, y arma con los pies de página secuencias memorables, como la de Bruce Lee (Mike Moh) o la del accidente del bote, que curiosamente es un flashback dentro de otro. Las líneas se bifurcan, y tenemos entonces tres principales; la línea de Cliff, la línea de Rick y la línea de Sharon Tate.

La línea de Rick se convertirá en el homenaje a la industria del cine y la TV. Habrá un festival de actores secundarios y cameos. Confirmamos que Tarantino es fan de la serie Justified. Ya había casteado a Walton Goggins en Django y The Hateful Eight. En Once Upon A Time… se trae a Timothy Oliphant y a Damon Harriman, los personajes Rylan Givens y Dewey Crowder respectivamente.

Además, pone en cameos a Scott McNairy (Halt and Catch Fire/True Detective/Godless), a Luke Perry (Beverly Hills 90210/Riverdale), Clifton Collins Jr (Westworld/Ballers) y muchos, muchos, más.

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Mientras Rick actúa, Cliff arregla su casa, le hace de chofer y vive un extraño encuentro con los miembros de la secta Manson, que incluyen un espeluznante viaje al rancho Spahn, su lugar de residencia. Rick es Marlboro Man. No puede pasarle nada. Es un héroe americano. Brad Pitt, más parecido a Robert Redford que nunca, saborea este papel, sin necesidad de estar comiendo, o haciendo nada. Es un hombre que no tiene nada más que su perra, una hermosa pitbull llamada Brandy, y que al mismo tiempo, tiene al mundo, literalmente, agarrado de las bolas. Puede pelear, puede trepar, puede hacer un trompo 360 en un auto de mierda y salir bien parado y con el jean impecable de cualquier situación.

Por su parte, Sharon Tate, un personaje que desborda dulzura e inocencia, vive el inicio de su fama Hollywodense. Va a las fiestas de la Mansión Playboy, se abraza con Steve McQueen (un increíble Damian Lewis) y tiene una de las mejores escenas, por lo tierna y cariñosa, que haya filmado Tarantino jamás. Caminando por las calles de Los Angeles, ve que una película en la que participó está en cartel, y va a la ventanilla a sacar una entrada. Lo que sigue es, probablemente, el mayor canto de amor al cine y a quienes lo hacen que se haya filmado desde La noche americana de Truffaut.

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Tarantino, con este relato que no es coral, pero que serpentea por varias vertientes, hace una suerte de Boogie Nights a su estilo. Están presentes sus leitmotivs, sus obsesiones y fetiches. Es un autor autoconsciente. Sabe lo que quiere, y sabe que lo esperamos ansiosos. Los pies y el amarillo, el neón y la música, la voz en off y las idas y vueltas en el tiempo. Todo está ahí,  ejecutado con armonía. Hace el anti-documental por excelencia, y ajusta cuentas, mientras le recita palabras de amor a un tiempo y a unas personas que no volverán y otras que, tal vez, solo hayan existido en la imaginación febril de los verdaderos amantes.

Y lo mejor de estas mil palabras es que, con todos los elogios, y la emoción que despertó en mí Once Upon A Time… ni siquiera tuve que contarles lo verdaderamente importante de esta película: que es la fe de Tarantino en el poder de este arte que se empeñan en declarar muerto, pero que acá baila, canta, dispara y toma Whisky Sour. Si es verdad que está muerto, y pasan cosas como esta película, entonces ya no le temo a la muerte. Ahí está Quentin, el redentor.