Matar al padre: “Cuando dejes de quererme”
Una mujer espera la muerte de su padre al lado de la cama de un hospital. Una vez acontecido el hecho esperado, se desprende de sus últimas pertenencias, no sin antes revisar que no quede nada de valor.
En uno de los bolsillos de su ropa, encontrará una carta dirigida a ella.
Desde ese momento, la película viaja a un pasado no tan lejano que, de igual manera, dará lugar a nuevos flashbacks con el objetivo de desentrañar el misterio sobre la muerte del “verdadero padre” de la protagonista, Laura (Flor Torrente).
Años antes de la escena en el hospital, Laura había recibido un llamado de parte de su tío en España, explicándole que habían encontrado el cuerpo de su padre biológico en España, cuya ausencia, desde los 3 años de vida de Laura, había sido explicada, hasta el momento, en un abandono de la niña y su madre por parte del hombre.
Su madre ya había muerto al momento de recibir la noticia pero Laura cuenta con la compañía de su padrastro, Fredo (Eduardo Blanco), quien busca contenerla a través del humor que será su marca registrada durante toda la película. Laura reivindica la figura paterna encarnada en Fredo al comienzo de la historia: “mi papá está acá”.
No obstante, viajará a la localidad de Durango, una comuna del País Vasco en España, para desentrañar el misterio de la muerte de Félix, aquel padre biológico de quien no guarda ningún recuerdo.
Allí se abre la trama policial, adornada por algunos de los elementos más clásicos del género, como el clima lúgubre creado por el entorno boscoso, nublado y casi siempre lluvioso o con neblina, que hará explícito Fredo en su comentario: “esto parece Transilvania”. A esto se le suma la mujer padeciente, que pasará a involucrarse en un rol detectivesco, traspasando los límites de su lugar de familiar del (presunto) asesinado. Ella será la única que vista colores brillantes a lo largo de todas las escenas que suceden durante la investigación, como forma de resaltar su vitalidad e impulso por encontrar la verdad. Tampoco faltarán los obstaculizadores en la investigación, como aquel primer contacto que habla de un caso cerrado, recomendando que es “mejor no remover la tierra”, haciendo caso omiso al hecho irónico de haber encontrado el cuerpo del occiso enterrado en el bosque.
La vitalidad de Laura será punto de atracción para el agente del seguro de vida de Félix, Javier (Miki Esparbé), quien, al igual que la protagonista, cruzará el umbral de su función para acompañarla en la investigación del caso.
En la línea de los policiales más tradicionales, la trama se va abriendo a medida que se van señalando sospechosos (en este caso todos hombres), en general, cercanos al entorno de Félix. Por momentos, estas múltiples opciones complicarán la historia por demás, mezclando venganzas por celos, sacrificios y persecuciones políticas relacionadas con ETA, aprovechando el paso por ese territorio.
Laura sobrelleva el derrotero acompañada de sus dos aliados. Por una lado, Javier, con quien irá tejiendo un lazo afectivo a medida que se den los avances y retrocesos en la historia, y Fredo, por su parte, hará sus aportes humorísticos, descontracturando el ambiente y generando algún que otro malestar por parte de su hija al sentirse incomprendida en semejante situación.
Los vínculos resultarán de lo más interesante en este policial con tantos factores clásicos. La muerte del padre biológico implica no solo desterrar la versión de un abandono, lo que le permitirá a Laura reencontrarse con alguien que nunca conoció… ni conocerá. Solo podrá hacerlo a partir de los relatos de quienes lo rodearon, los que traerán su propia carga emocional y bagaje en relación con Félix. Si bien ella explicita que nada cambiará la relación con su padrastro, el vínculo con Fredo es inevitablemente modificado debido a la nueva “presencia” de Félix. Hay un padre muerto presente y un padre vivo invisibilizado a través del ridículo en ocasiones. El tercer hombre en juego es quien acompaña a Laura desde una postura genuina y abierta. Él la quiere, pero ella está demasiado desencantada de los hombres a su alrededor para dejarse querer.
Será necesario “matar al padre” en un sentido más psicológico para que esos velos puedan correrse y Laura baje la guardia.
Los territorios tendrán su lugar privilegiado en la historia también. Fredo se llama Alfredo y es presentado por su propia hija como un tipo que imita un supuesto acento italiano, aunque le salga muy mal. Javier es español, pero le encanta hablar como argentino y en el medio está Laura, que no soporta ninguna de las dos impostaciones, ya que ha tenido suficiente engaño en su vida. La carga afectiva de las tierras de origen dará su toque especial, abriendo nuevas posibilidades, más allá del cuento clásico del misterio de un asesinato.
En definitiva, la Cuando dejes de quererme tiene su sentido en el título. Es un policial, sí. Pero el móvil de esta historia no es el crimen sino el sentimiento.