Qué va a ser de ti lejos de casa, nena qué va a ser de ti

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Después de casi dos años de espera, llega una nueva amenaza a Hawkins. En realidad, nunca se fue. Los hermanos Duffer continúan la historia que comenzaron allá en 2016, y que fue delicia para mi generación: cuatro amigos, un monstruo, una niña con poderes e innumerables referencias al cine de terror, de aventuras, el fantástico, y a la estética de los 80. Pero, lamentablemente, la repetición de cierta fórmula que funcionó a la perfección se fue agotando y la tercera entrega de la serie no me gustó tanto como las anteriores. El que avisa no traiciona.

El grupo de niños y niñas que jugaba a calabozos y dragones y andaba en bicicleta por el pueblo ya no lo es, ahora es un grupo de preadolescentes con inquietudes “típicas” de su edad. Van al centro comercial, el flamante Starcourt, y solo hablan de los chicos y las chicas que les gustan. Al menos la mayoría, el pobre Will, el niño, que fue raptado en la primera temporada y poseído en la segunda, en esta tercera tampoco la pasa tan bien: ve cómo sus amigos van reemplazando las costumbres infantiles y él queda completamente rezagado. Las chicas no le gustan, quiere seguir jugando, ir a su casita en el bosque, digamos que los traumas de las temporadas anteriores pudieron haber influido. Ahí el primer conflicto; el segundo, Mike (Finn Wolfhard) e Eleven (Millie Bobby Brown) son novios y Hopper (David Harbour) no soporta verlos pegoteados todo el día, así que habla con el chico para que se aleje. Esto da lugar a un montón de cuestiones comunes y bastante sexistas en los que la reflexión es: los chicos sufren de estupidez emocional y se tiran pedos, y las chicas son maduras, sororas e independientes. Para mi gusto, una mirada “feminista” muy mal entendida. También parece haber un amorío en puerta entre la madre de Mike (Cara Buono) y Billy (Dacre Montgomery), que no conduce a ningún lugar. Además, como Stranger Things no es una comedia romántica (¿no?) tenemos el verdadero conflicto: el Demogorgon o “Desuellamentes”.

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Nunca se fue, o sí pero está volviendo, no queda claro. Esto es uno de los tantos momentos del guion que dan cuenta de cierta “vagancia” de los hermanos Duffer. No digo que sea fácil, pero en el afán de continuar una historia que podría haber cerrado en su momento –cerrado literalmente, recuerden el final de la segunda temporada–, los guiones empiezan a tropezar consigo mismos y a volverse un poco más torpes. Entonces el problema, otra vez, es el Demogorgon, cuyo modus operandi ahora es un poco más activo y organizado. Por otro lado, personajes humanos colaboran con la catástrofe: un grupo de rusos (motivo del cine yanqui no solo de los 80, vale aclarar) ha llegado a Hawkins para reabrir el portal que Eleven con tanto esfuerzo había cerrado. No es spoiler, esto se muestra en los primeros minutos de la temporada que empieza prometiendo algo que no sé si termina de cumplir.

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A medida que avanzan los capítulos, los conflictos laterales van perdiendo fuerza y ocurre algo que, para mi gusto, resta: los protagonistas se separan hasta acabar formando tres grupos. Los “Scoops Troop”, “Griswold family” y “Eagle’s Nest”. La incidencia en los hechos y el ritmo de las historias propias resultan muy desiguales y si tuviéramos que elegir a qué equipo pertenecer, al menos uno saldría perdiendo por ser bastante aburrido. Con los personajes sucede algo parecido, algunos aparecen bastante desdibujados o como sombras de lo que fueron –Lucas (Caleb McLaughlin), Mike, la propia Eleven–, mientras que otros han crecido y adquieren una complejidad que los hace sumamente entretenidos –Hopper, Steve (Joe Keery), el increíble Dustin (Gaten Matarazzo)–. También hay un par de personajes nuevos que suman un montón, como Alexei (Alec Utgoff), Robin (Maya Hawke, que no solo es la hija de Ethan Hawke y Uma Thurman, sino que además, al fin, pone el cuerpo para el primer personaje que aporta un poco de diversidad), Murray (Brett Gelman) y Erica (Priah Ferguson) –que ya habían aparecido, pero no con tanta recurrencia–, y Grigori (Andrey Ivchenko), el ruso malo más malo que podamos imaginar.

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Estéticamente no decepciona, las escenas de la pileta pública (es verano y los 80 explotan en las mallas y los maquillajes), el parque de diversiones, el shopping, la colina donde ponen la antena, el laboratorio, todas locaciones fuertes y muy evocativas. La música y la fotografía son un disfrute constante. El argumento tiene sus momentos, hay algunas escenas buenas de terror y otras muy emotivas. Las referencias parecen más flojas en general pero el diálogo con Terminator es de lo mejor de la temporada. Y el final, bueno, no puedo decir nada, pero quédense mirando las escenas poscréditos a ver si se les va la indignación.

La cuarta temporada está en marcha y claro que la veremos, aunque temamos que la caída argumental ya sea irreversible, qué les voy a decir, los amigos no mienten.