Tienda de unicornios: no todo lo que brilla…

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Antes de ser la superheroína más poderosa de la galaxia, Brie Larson produjo y dirigió un film muy alejado de la pomposa industria Marvel, más bien indie diríamos. Tienda de unicornios se estrenó en el Festival de Toronto en 2017, pero recién llega a nosotros este año de la mano de Netflix, y es el debut de Larson como directora. Y aunque el guion no es el mejor, su dirección es prometedora.

Ya había demostrado su talento como actriz en Room (2015) y había conquistado nuestros corazones como Capitana Marvel en la película homónima y también en Endgame. En Tienda de unicornios, Larson vuelve a mostrarnos que no es solo una “cara bonita”, es una actriz conmovedora, dúctil, a la que no queremos dejar de mirar en pantalla. En este caso su papel es el de una joven, Kit, que se siente “fracasada” por no haber podido triunfar en el mundo del arte y debe volver a vivir con sus padres (Joan Cusack como Gladys y Bradley Whitford como Gene). Kit no tiene amigos, habla con sus peluches, ama los colores pastel, se viste “raro”, le gustan la brillantina y, claro, los unicornios. Todo el tiempo en el límite entre “ser especial” y tener algún tipo de trastorno, Kit es tremendamente infantil y creativa, y tiene serias dificultades para adaptarse al mundo adulto. Todo cambia cuando le llegan unas extrañas invitaciones que la conducen hasta la famosa tienda, donde un divertido Samuel L. Jackson querrá venderle un unicornio, y cuando consigue un trabajo de medio tiempo en una agencia de publicidad.

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Allí se da el choque entre dos mundos que esta película necesita para contarse. Kit debe ingeniárselas para mantener su trabajo e incluso acceder a una mejor posición mientras intenta convertirse en merecedora del unicornio, un ser que será su mejor amigo para toda la vida y la amará incondicionalmente. Entonces aprende a sacar fotocopias y construir un establo, o hacer una presentación para una campaña y asistir a un campamento con sus padres para crear un ambiente amoroso para la criatura mítica. Resulta curioso que la película está contada de tal forma que casi no dudamos de que lo del unicornio es verdad, quizá la focalización absoluta en el personaje de Kit produce este efecto. El mundo del trabajo por otro lado es hostil y extraño; un jefe acosador (Hamish Linklater), una secretaria competidora y la inutilidad de todo lo que rodea el mundo de las oficinas nos hacen colocar la atención plenamente en la espera del unicornio. En ese transcurso, Kit conoce a Virgil (Mamoudou Athie), un empleado de ferretería que se interesa amorosamente en Kit y termina ayudándola a comprar heno, construir el establo, etc., sin saber específicamente de qué se trata la cuestión.

La película intenta lograr el tono de los films de Wes Anderson por momentos (en la fotografía) o de películas como Little Miss Sunshine o Submarine, joyas del indie. Pretende mostrarnos vínculos enrarecidos –nada siniestros, sino particulares–, personajes no estereotipados, únicos. Pero, en mi humilde opinión, casi no lo logra, excepto por algunos momentos. El derrotero del unicornio no permite hacer de Kit un personaje complejo, que, sí, es una joven de casi treinta años convencida de que tendrá un unicornio porque se siente sola ya que es especial y habla con sus ositos cariñosos, pero no llega a ser un personaje memorable. En este sentido, el final me pareció bastante decepcionante y poco preparado. Y demasiado mainstream.

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La película me dejó sabor a poco, efecto parecido al de la brillantina cuando se seca y opaca. Sin embargo, entretiene. Es breve, dura solo 92 minutos, y tiene una banda sonora agradable y eficaz. Resulta un debut digno pese a todo. Las actuaciones son buenas aunque los personajes y sus vínculos no terminan de sorprender. Hay que manejar las expectativas, si esperamos de Tienda de unicornios una criatura fabulosa, tendremos que buscar en otra parte.