Badur Hogar, una Screwball salteña.

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Una de las mejores intenciones políticas del hoy casi inexistente INCAA entre el 2007 y 2015 fue la de intentar incentivar la producción audiovisual autóctona de las diferentes regiones del país. Digo intenciones porque bueno, digamos que no logró aquel fin por completo y que en los últimos años la retirada del Estado de la producción audiovisual ha sido significativa, por no decir total. Esto no es novedad, quienes filman por el Instituto cada vez son menos, en la mayoría de los casos son proyectos aprobados previo al 2017, en otros son películas con rodaje declarado de tres semanas (¡vaya farsa!) y, los restantes casos, escasos ganadores de algún que otro concurso.

Como resultado de esta idea de «federalización» de nuestra cinematografía de vez en cuando llegan a la cartelera porteña ciertas películas que nos llevan a otras geografías y costumbres tradicionales de alguna que otra provincia o región del país. El BAFICI suele ayudar a esto al asignarles pantallas a modo de preestreno a estos films y luego facilitar su distribución. Badur Hogar, la nueva película de Rodrigo Moscoso (Modelo 73) es un ejemplo de este tipo de producciones.

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La película es una Screwball salteña de manual. Una comedia de enredos, con un personaje femenino central que le impregna misterio al argumento y situaciones alocadas que son retratadas con mucha verosimilitud. A riesgo de equivocarme, creo que si se repasan todos los elementos de este género de comedia, Badur Hogar los cumple todos, lo que me lleva a asumir otro riesgo más y afirmar que no es una mera coincidencia sino una suerte de ejercicio de género y estilo.

Si Moscoso se proponía jugar a adaptar la Screwball clásica y trasladarla a una Salta del 2018, habría que darle la derecha y decirle que lo ha hecho a la perfección. Su opus 2 logra con mucha naturalidad y humor, reflejado en las actuaciones y las diversas situaciones que se suceden, destacar las características centrales del cotidiano salteño actual.

La historia se centra en Juan Badur (Javier Flores), un perdedor de casi cuarenta años que se dedica a limpiar piletas en un microemprendimiento que tiene con su amigo metalero (un genial Nicolás Obregón). Juan es medio un vivillo, no le gusta trabajar e intenta en lo posible no hacerlo. Al cabo de unos minutos entendemos cómo es que logra sobrevivir realmente nuestro protagonista: es el hijo de una familia «turca» de clase media-alta que lo mantiene. Otra de las cosas que sabemos al comienzo de la película es que Juan tiene alguna enfermedad, no sabemos bien qué, pero algo le ocurre a su salud.

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En una de sus idas al trabajo Juan se encuentra limpiándole la pileta a Martín (Daniel Elías), un ex compañero y rival del colegio que se presenta como un adinerado empresario, casado con la novia de la adolescencia del protagonista. Juan miente un poco sobre su vida para que no lo vean como un perdedor y da el puntapié inicial para otras mentiras que sobrevendrán y lo irán llevando de a poco a vivir situaciones disparatadas.

En ese suceso de eventos desafortunados, típico de la Screwball clásica, Juan conoce a Luciana (Bárbara Lombardo), una porteña que por problemas personales se ha marchado a Salta para refugiarse con su padre. Luciana viene a ser aquí la femme fatale, un personaje hipnótico y con una belleza cautivante que irá relacionándose e involucrándose sentimentalmente con el protagonista a lo largo de la película.

Desde la puesta en escena Badur Hogar no es una película muy compleja. La cámara y la iluminación están puestas al servicio de la comedia, los diálogos y la acción-reacción de los chistes y remates. El trabajo del director está orientado casi con exclusividad a la interpretación; la dupla Flores-Lombardo no solo es muy fresca sino que además logra transmitir con mucha naturalidad y a través de pequeños gestos las ideas centrales de sus personajes. A su vez, como debe suceder en este tipo de obras, los personajes secundarios son excelentes y están construidos con mucha delicadeza.

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Por lo demás, Badur Hogar es una película austera y pequeña. Esto no es despectivo, al contrario, es un mérito en el manejo de los recursos. Moscoso toca las teclas del género que debe tocar para hacer funcionar su película y logra con creces ese objetivo sin la necesidad de incurrir en pirotecnia innecesaria. Algo importante y que celebro en lo personal es que se evite con decisión incurrir en un costumbrismo chabacano y que la comedia se trabaje con mucha honestidad.

En resumen, se trata de una película que da cuenta de que un cine nacional con historias populares y accesibles a un público amplio no solo es posible, sino que, además, los relatos pueden ser narrados con mucha efectividad, sin despampanantes presupuestos y un star system que los rodee (como el que propone Campanella).