Sabrina: huele a espíritu adolescente

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En octubre de 2018 Netflix nos trajo la serie de un personaje familiar pero vuelto siniestro en unas nuevas aventuras, esta vez durante su adolescencia: Chilling Adventures of Sabrina. Todos conocíamos a Sabrina Spellman por la serie de los 90, Sabrina, la bruja adolescente, esta joven que descubría sus poderes y hablaba con el cómico Salem, su gato negro mágico (que para “decepción” de los fans no habla en esta versión). También basada en un cómic, la serie apelaba a un público familiar y adolescente desde el humor y los enredos. Esta nueva versión, inspirada en el cómic homónimo de 2014, no solo innova en las tramas sino en los tonos y la construcción de los personajes: Chilling Adventures of Sabrina es toda una novedad, y no creo que haya una serie parecida.

Por un lado, tenemos todo el mundo adolescente de Sabrina (Kiernan Shipka) y sus amigxs, Harvey Kinkle (Ross Lynch), Rosalind «Roz» Walker (Jaz Sinclair) y Susy/Theo Putnam (Lachlan Watson). Todo el mundo de la secundaria con sus típicos condimentos, como las competencias, inseguridades, y amoríos, se mantiene la mayoría del tiempo digno sin caer en el crismorenismo. Y creo que por dos razones: ese mundo se combina con otro bastante más disruptivo y atípico que lo alimenta, y además, ingresan por esta vía temáticas muy actuales y muy bien tratadas por la serie como la identidad de género y el bullying. El mundo es el de la Academia de las artes oscuras, la “escuela de magia”, también plagada de adolescentes que, si bien comparten algunos de los problemas típicos, parecen estar más allá de los conflictos mortales. Sin embargo, los vínculos que Sabrina puede establecer allí son mucho más difíciles que los que tiene con sus amigos mortales, con preocupaciones “como todos”. Lo que sería el lugar de innovación o diferencia, la escuela de magia termina siendo una institución rancia y conservadora llena de reglas y rituales sin sentido.

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En el “mundo oculto” de Sabrina (como se traduce para Latinoamérica el título) esos dos mundos pueden convivir y tener iguales jerarquías, no hay conflictos más importantes que otros, todo es digno de ser sufrido, atravesado y superado porque allí reside el problema principal: Sabrina no sabe en cuál de los dos quedarse, a cuál de los dos pertenece. La historia comienza cuando está a punto de cumplir 16 años y, como es hija de un brujo (aunque también de una mortal), debe firmar el “libro de la bestia”, donde promete su alma a Satanás con su firma de sangre. Turbio. La decisión que debe tomar Sabrina es si quiere seguir con su vida “normal” mortal con sus amigos o seguir su pulsión paterna de sangre –el deber– y entregarse a una vida inmortal de obediencia al mismísimo Satanás.

Difícil decisión, y sobre todo porque en el medio ocurren todo tipo de cosas que requieren la atención de esta joven bruja que, diríamos, no se pierde una. Acompañada de sus tías Zelda e Hilda (fabulosas Miranda Otto y Lucy Davis respectivamente) y de su primo Ambrose (Chance Perdomo), Sabrina pasa toda la primera temporada intentando decidirse por una de sus dos partes, la mortal sin poderes o la inmortal poderosa. Y qué difícil, porque desde el primer capítulo a espectador y personajes se nos sugiere con insistencia que Sabrina no es una bruja más, sino que tiene un potencial especial. Esto hace también que Satán esté especialmente interesado con que la joven firme el bendito (perdón, maldito, libro). La revelación será que justamente por su naturaleza dual es que Sabrina es tan especial. Y las revelaciones secundarias vienen a ser que la magia también puede hallarse en la vida de los mortales. No está todo tan claramente separado, la lógica binaria no les sirve a los personajes.

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La serie está llena de “cositas” muy hermosas para los gustosos del terror, que van desde los guiños literarios (el mago llamado Ambrose Bierce o la bruja Shirley Jackson, el capítulo del hermano de Harvey en diálogo con “La pata de mono”) hasta los juegos de inversión en el mundo de las brujas, que en vez de a “Dios” rezan a “Satán” y todo lo “bendito” se vuelve “maldito” o infernal. Esta perspectiva siniestra reconfigura lo familiar, y en este mundo donde todo es posible (brujas, magos, hombres lobos, demonios, muertos vivos) lo “normal” se diluye y tanto en el mundo mortal como inmortal la norma es lo raro y lo distinto. Creo que esto es lo que más disfruté de la historia.

Con respecto a la estética, en algunos puntos cercana al cómic, predomina el color saturado, la imagen estática, de viñeta casi, la alternancia entre lo siniestro y lo familiar en los escenarios y los personajes. La casa familiar, la escuela, la academia, el bosque, todo es espacio propicio para la subversión de lo siniestro. La serie es realmente hermosa de “ver”. Quien supo ser la pequeña hija de Don Draper en Mad Men, Kiernan Shipka, no decepciona, al contrario, deslumbra en muchos momentos. Todas las actuaciones de los personajes secundarios son muy buenas y acordes a la trama y a la estética.

CHILLING ADVENTURES OF SABRINA

La serie combina terror (sí, miedo por momentos, sobre todo cuando dialoga con literatura de género) con temáticas adolescentes, y tampoco se priva de contar sobre el mundo adulto y sus problemas: la monogamia, la herencia, el patriarcado. El mundo definitivo de Sabrina es el mundo nuevo, el mundo en el que las brujas que no pudieron quemar empiezan a empoderarse para combatir las instituciones rancias y patriarcales que vienen hace siglos poniendo las leyes en todos los mundos posibles. Esta joven poderosa irá aprendiendo, nunca sola, siempre sorora, cómo hacer frente a la figura de un dios masculino –no todopoderoso– que quiere decidir sobre quién es ella y qué debe hacer. “Se va a caer”, sugiere en muchos momentos la serie, y advierte: son las nuevas generaciones las que lo van a tirar, no sin un poco de magia, claro está.