Infierno grande: una encrucijada de géneros y lenguajes

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Naicó hoy es tan solo un nombre. Alguna vez supo ser un pequeño pueblo pampeano, con comisaría y estación de ferrocarril; cuando el tren dejó de pasar por allí la gente comenzó a emigrar. En el censo de 2010 se contaron tan sólo 3 habitantes en el lugar. Queda no muy lejos de Santa Rosa, allí donde todavía La Pampa es húmeda y verde. Pero en el imaginario de Infierno grande Naicó es un pueblo fantasma del desierto, casi patagónico, lugar de nacimiento y niñez de María, la protagonista de esta historia. Una maestra de pueblo chico.

María está embarazada y tiene un marido dominador, que manipula y sabe meter miedo. Y María le teme, pero no se paraliza; piensa en irse, tramita su traslado a un colegio de otro pueblo. Una discusión más, miedo, una escopeta con la que forcejean y una bala que se escapa…

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Infierno grande es el largo camino de María escapando hacia Naicó, el lugar desde donde partió siendo niña, quién sabe cómo y en qué circunstancias. A lo largo de su escape se encuentra con personajes que tal vez son reales, o tal vez no. Que son indios del lugar, o más o menos. María va hacia Naicó, aunque muchos le digan que es peligroso, que por las noches se ven luces inexplicables que es un pueblo fantasma.

Poco se puede contar de la historia sin revelar secretos, los que seguramente el espectador conocerá a medida que avance el film, pero una cosa podemos revelar, porque así lo hace la película desde el inicio: el niño de María nacerá, y lo sabemos porque es quien lleva adelante el relato del episodio de la huida de su madre, con él en su seno.

El valor adicional que Alberto Romero, su director, le aporta a Infierno grande, es el manejo armónico del cruce de lenguajes. El film comienza con una cuestión de género, como es la violencia moral y física sobre la mujer, continúa como una típica road movie a través de caminos polvorientos, sigue con elementos fantásticos y tiene una fuerte impronta final del western. Es una película realista y con notas fantásticas, todo al mismo tiempo. La cámara tiene una mirada que produce incomodidad, zozobra y por momentos desasosiego. Es ficción con técnicas propias del documental. Un reconocimiento para el trabajo de fotografía de Tebbe Schonning.

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La música de Gustavo Pomeranec es otro de los aciertos que contribuyen al producto final, casi toda compuesta con acordes y arpegios que van llevando la oreja, en un mismo sentido que el ojo, hacia el extraordinario desenlace final.

Alberto Romero es guionista y director. Forma parte del colectivo de directores Puente Films. Este es su primer largometraje de ficción pero fue co-guionista de varias películas.

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La actuación de Guadalupe Docampo merece una mención especial, sobre todo en cuanto a su trabajo corporal con el embarazo, su internalización del miedo y el tempo que le otorgó al personaje. Muy buena labor.

En resumen, Infierno grande es un film argentino, hecho a pulmón, de bajo presupuesto, llevado adelante por artistas que seguramente darán que hablar… siempre y cuando puedan conseguir financiamiento y puedan quedarse entre nosotros. Así sea.