Reseña: Sex Education
Probablemente esto que les voy a decir sea terreno común para un amplio porcentaje de redactores pero lo cierto es que es mucho más fácil (y verboso) escribir reseñas de contenidos que amamos u odiamos totalmente que hacerlo con aquellos productos que no nos resultaron ni fu ni fa. Un poco me sucedió con Sex Education. No la odié ni mucho menos. Pero me cuesta mucho decir que la amé o plantear como he leído y oído, que es en algunos aspectos “revolucionaria”.
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Asa Butterfield –al que adoramos desde La invención de Hugo Cabret– compone a Otis Milburn. Un adolescente que en todo aspecto parece una versión en miniatura de Chandler Bing. Incluso hasta en aquello de tener una madre que es terapeuta sexual, en este caso interpretada por la maravillosa Gillian Anderson que, al igual que la madre de Chandler, también avergüenza a su hijo. Otis lleva una vida relativamente normal en un suburbio inglés que parece vivir en una burbuja atemporal donde ropa, peinados, vehículos, música y mobiliario nos retrotraen directamente a principios de los 90. Esta decisión ¿artística? se detiene en momentos muy puntuales donde no pueden esconder la necesidad contemporánea del teléfono celular. Sacando eso, Sex Education podría ser una versión inglesa de “Freaks and Geeks” conoce a “Perks of Being a Wallflorer” y hacen un trío con “Charlie Bartlett”.
Otis y su amigo Eric (el brillante Ncuti Gatwa) transitan sus años escolares como en cualquier otra serie del estilo. Hay bullies, como Adam Groff, que tiene una relación muy complicada con su padre, el director del colegio. Hay populares malvados, como el trio de Ruby, Anwar y Olivia. Populares buenos como Jackson. Hay populares que no quieren serlo, como Aimee (haciendo un digno homenaje al personaje de Cassie en Skins), y hay rebeldes con una vida de mierda que son el deseo romántico del protagonista, como Maeve Wiley (Emma Mackey, en un gran rol).
Otis descubre bien rápido que tiene un don para resolver los problemas sexuales y sentimentales de estos y otros adolescentes del colegio, y junto con Maeve, montan una suerte de consultorio rentado en el colegio. Por supuesto que ambos tienen lo suyo también y a lo largo de los ocho capítulos (noble decisión por fin de no alargar la trama) intentarán resolverlos con algún éxito.
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Es en estos problemas en los que hay cosas de la serie que no son realistas. Otis, el clásico hombre nerd blanco, es saludablemente muy respetuoso para con el resto de los géneros. Casi a un punto irreal. Desconocemos a la vez de donde ha obtenido todo el conocimiento que tiene sobre sexualidad porque en ningún momento se nos muestra a Otis leyendo la bibliografía de su madre, que sabemos una experta. ¿Aprendió por ósmosis? No sabemos. No es, se entiende, relevante para la historia. Tenemos que suponer que antes de su fase de pubertad, tenía apego a su madre y se nutría de valiosos conocimientos. Esto es una crítica menor si lo vemos así. El tema es que el gran problema que tiene Otis a lo largo de la serie es una renuencia a alcanzar el orgasmo durante la masturbación. Renuencia que se niega a investigar para descubrir de dónde le surge. Otis, por sus dramas, su forma de ser, su inteligencia (incluso emocional por momentos), termina siendo un personaje por completo irreal. Más que nada por su edad. Maeve, a la vez, es una chica que vive en un tráiler, abandonada por todos. No sabemos de qué vive –sacando la terapia sexual– ni cómo se las arregla para ir a diario al colegio con sus numerosos problemas. Aun así, es más real que Otis. Apenas. Pero lo es.
Son críticas que no arruinan de ninguna manera a la serie, pero la hacen peor de lo que podría haber sido.
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Laurie Nunn, creadora y escritora de la serie, confesó que Sex Education era una suerte de homenaje a las películas de John Hughes, pero con menos racismo, sexismo, clasismo o gordofobia (¿?). Quizás eso responda la cuestión de la atemporalidad pero en todo aspecto. Es evidente que para los guionistas, las relaciones románticas se inician más o menos siempre igual. Con toda su modernidad, Sex Education no le escapa a ninguno de los clichés de las series y películas de todos los tiempos. Una vez más, no es una crítica que arruine la experiencia de la serie, que es, primero que todo, hilarante, segundo, muy tierna, y tercero, muy entretenida (¡y breve, gracias a diosito!).
El nivel de las actuaciones es superlativo, con momentos de dirección excelentes que ponen el foco donde va siempre. Podrían haberse evitado algunos momentos melosos innecesarios, pero en general, pega en todos los lugares correctos y es una gran muestra cabal de lo que pueden hacer en 2019 guionistas comprometidos con una ideología. Incluso aunque no nos sea creíble.