¿Dónde está mi hermoso sueño americano? Beautiful boy
I understand why I do things. It doesn’t make me any different. I’m attracted to craziness, and you’re just embarrassed ‘cause I was like… you know, I was like this amazing thing, like your special creation or something, and you don’t like who I am now!
Entiendo por qué hago las cosas. No me hace diferente. Me siento atraído por la locura y vos solo estás avergonzado, porque yo era como… sabés, era como esta cosa maravillosa, como una creación especial tuya o algo así y no te gusta quién soy ahora.
Un padre desesperado escucha a su hijo en consumo. Ambos se sientan enfrentados en la mesa de un bar/café al que iban cuando él era chico. El espacio es algo sombrío pero tiene esa personalidad que le encanta tener a ciertos lugares para distinguirse; como si dijeran “soy así y qué…”. Algo similar pasa con este joven y su padre.
David Sheff (Steve Carell) ha criado a su hijo Nic (Timothée Chalamet), con un estilo propio, signado seguramente por su propia crianza y juventud transcurrida en los años 70. Son de ese tipo de padre e hijo que algunxs podrían(mos) envidiar: cómplices, cool, que disfrutan juntos escuchar un tema de Nirvana en el auto a todo volumen y pueden compartir un porro cada tanto.
Cuando el muchacho consume de manera problemática, lo cool y particular quedan a un lado, para dar lugar a un viaje de intento de recuperación, conocido por muchxs; tanto por las personas que consumen como por los seres queridxs que acompañan ese camino.
Beautiful Boy relata este camino de una forma poco lineal, al marcar hitos en una larga historia de consumo, intentos de ayuda y recuperación que se van mezclando entre sí, sin un orden cronológico, sino más relacionado con las emociones de lxs protagonistas, lo que permite ir y venir entre el presente y los flashbacks de la vida de esta familia. Los hitos refieren, por momentos, al punto de vista del padre y, por otros, al hijo; dando lugar, en pocas pero severas ocasiones, a las mujeres involucradas en la crianza de Nic: Karen (Maura Tierney), la mujer de David y Vicki (Amy Ryan), la madre de Nic.
La narración ayuda a acercarnos a la sensación del camino de la adicción y recuperación en tanto que la temporalidad se pierde en un continuo avance y retroceso que pareciera no tener fin o, peor aún, tener el peor final. Incluso, quizás, no se trate de avanzar y retroceder sino de avanzar hacia un abismo del cual parece imposible salir, retrocediendo, cada tanto, hacia esa “vida de antes”, cuando todo era “normal”.
Al comienzo de la película, Nic aparece en su cama, intoxicado, por lo cual es de inmediato ingresado a un tratamiento en una comunidad, seguramente muy cara, tal como lo demuestra la imagen en primer plano de la tarjeta de crédito que se ocupará de pagar el maravilloso lugar. Si bien este parece un punto de inicio, el muchacho indica que su problema comenzó hace mucho tiempo y, desde ahí, solo habrá imágenes de su vida como adicto, previas o posteriores a esa primera internación, pero en muy pocas ocasiones se mostrarán imágenes de una “vida normal anterior a esto”. No hay un punto cero muy definido del cual partir.
Si bien en eso hay un acierto en la película, dado que no grafica un pasado perfecto ni un futuro maravilloso de final feliz, falla al tratar de explicar todo a la audiencia. En este sentido, el cuaderno de dibujos y notas de Nic que su padre David encuentra es demasiado explícito y poco verosímil. Por otra parte, ante semejante título de película y la ya conocida canción de John Lennon, es por demás redundante que la canción se haya incluido en el maravilloso soundtrack de la película y, peor aún, que el tema sea cantado cual canción de cuna por el padre del chico.
Así y todo, el derrotero de la recuperación se retrata de una forma original y realista. Si bien se describe la historia de una familia norteamericana, blanca y de clase alta, no dejan de llegarnos las situaciones de desesperación del padre y la madrastra por ayudar a Nic, así como los momentos de angustia de cada unx. Por ejemplo, cuando el joven se arrepiente de haber recaído o cuando el padre trata de ayudarlo poniendo un límite a esa ayuda.
Tanto Carell como Chalamet tienen escenas imperdibles, en especial el primero. Las mujeres, por su parte, descollan en sus momentos de protagonismo, siendo ellas las encargadas de darle una fuerza distinta a la lucha familiar.
Beautiful Boy no cansa en su relato ni en la historia que cuenta; no obstante, si bien tiene una forma distinta, no se aleja del cine aleccionador norteamericano. No es Requiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000). No es ese tipo de decadencia, sino una más bien controlada, no por la persona que consume, sino por el director, quien, en este caso, elije mostrar los momentos más sombríos con algo de claridad por encima, lo que da cuenta del tono y del final que busca sugerir.
De cualquier manera, se puede leer una crítica al “sueño americano”. El discurso de Nic a David del inicio de este artículo nos da algún indicio. Hay algo roto, alguna expectativa que no se cumplió. Algo relacionado con la imagen y la esencia. ¿Acaso existe una esencia o podemos crearnos y transformarnos aunque a nuestros creadores no les guste? Las preguntas valen tanto para las personas como para ese pueblo que se aseguró durante generaciones y generaciones de cuál era el estilo de vida que traería la felicidad, para propios y ajenos, sin dejar a nadie afuera… pero asegurándose de homogeneizarla a partir de un mismo estilo de vida.
Nic es el reflejo de ese sueño roto. Si bien la familia Sheff no es clásica, en cuanto es familia ensamblada, viven rodeadxs de arte y son flexibles en varias reglas. Todavía creen en el progreso que traerán los estudios universitarios y en la familia como lugar de referencia para la sanación, sin aludir a una comunidad más amplia. Aquel sueño americano está presente, aunque más no sea para marcar su ausencia o el desencanto de quienes deberían encarnarlo.
La película no presenta nuevas alternativas, sino que se enfoca en contar una historia de dolor particular que representa el de muchxs otrxs, al estilo Ordinary People (Robert Redford, 1980), la cual retrató, en parte, una crisis del modelo norteamericano a partir de una simple historia familiar.
Beautiful Boy hace lo propio sumándoles al desencanto y la depresión, la problemática del consumo a través de recursos que dejan una impresión, sin generar un impacto destructor.