The Predator, con los músculos de Arnold.

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The Predator es la nueva entrega de la franquicia que vio la luz allá por 1987 con Arnold Schwarzenegger, liderando un grupo lleno de testosterona y músculos superanabolizados con armas gigantes que no parecían prácticas pero hacían resaltar los bíceps, más la dirección de John McTiernan, el capo detrás de Duro de Matar 1 y 3. Pasaron 30 años de la primera Depredador (los que la veíamos por los canales de aire le decimos así, no en inglés) y hoy es parte de la cultura pop tanto la película como el extraterrestre que conocimos y con una narrativa transmedia que creció en cómics, videojuegos y películas.

En esta nueva oportunidad para revitalizar la franquicia toma las riendas de la dirección Shane Black, quien en la primera Depredador colaboró en el guion y actuó siendo paradójicamente la primera víctima de un Yautja (nombre de la especie de este alien depredador). El bueno de Shane se sube al tren de la nostalgia pero le suma todos los ingredientes que están de moda en las películas o series de hoy en día. Esto es: un niño autista, una mujer de armas de tomar, héroes inadaptados, compañeros con patologías psicológicas y, claro, ingeniería genética porque más grande significa mejor, ¿no nos enseñó eso el Indominus Rex?

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Cuando el francotirador Quinn McKenna (Boyd Holbrook) descubre la presencia de un depredador durante una misión en una selva centroamericana (guiño a la primera película), esto lo lleva a ser interrogado por una agencia gubernamental, la misma que buscará la ayuda de la bióloga Casey Brackett (Olivia Munn) para estudiar al depredador. Quinn es enviado con un grupo de ex militares que están locos, para ser silenciado, a la vez que el Depredador por ser analizado se escapa mientras un Yautja más grande, fuerte e inteligente llega con dos perros depredadores (sí, los Yautja tienen perros parecidos a ellos). Ahora, ambos depredadores van por la tecnología perdida en manos de Rory McKenna (Jacob Tremblay), hijo autista de Quinn.

Las actuaciones no son malas pero tampoco se puede decir que destaquen: cumplen. Lo más reprochable está en la construcción de personajes y a saber, a agujeros de guion. Por momentos se quiere marcar que la relación padre-hijo es nula o problemática pero nunca logra desarrollarse bien para lograr aunque sea algo de emoción. El personaje de Olivia Munn si bien sale del estereotipo de damisela en peligro, cae varias veces en el apartado de chistes sexistas del grupo de militares locos, que si bien funcionan como grupo de acción en contraposición al grupo militar macho alfa de la peli de 1987, la excesiva cantidad de chistes por momentos dan la sensación de no estar viendo una película de Depredador. Ya meter en los chistes al mismo Depredador y a uno de estos nuevos depredadogs marca que los caminos elegidos para revitalizar esta franquicia no fueron los mejores. Sobre la ingeniería genética de los Yautja, que no se desarrolla ni se explica bien, solo se dice que ahora son más grandes, más fuertes e inteligentes porque combinan el ADN de las especies que cazan con el suyo.

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Antes de estrenar The Predator, Shane Black aclaró que es una continuación de Predator (1987) y Predator II (1990) pero este Depredador más allá de la apariencia no tiene nada que ver con aquel que conocimos; ¿dónde quedó el cazador sigiloso que emboscaba a los mejores soldados yankees? Black se olvidó de esto y ahora tenemos un Depredador que va por ahí explotando todo a troche y moche; ¿dónde quedó el Depredador que se llevaba cabezas como trofeos de una gran caza? Ahora quiere llevarse a un niño porque es inteligente y supone una nueva evolución para su ingeniería genética.

Tantas incongruencias hace ver más original y fresca Predators (2010) dirigida por Nimród Antal. No estoy diciendo que haya que hacer lo mismo que en la primera, porque es inmaculada, pero con un universo Yautja que se enriqueció en cómics, novelas y videojuegos y que abarca desde cultura, leyes, religión, rituales, orden social, tecnología y muchos etcéteras, tenés mucho de dónde agarrar y mostrar.