Las películas del Rey, sobre Joel de Carlos Sorín

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A finales de los 80 circuló en Argentina una noticia que comentaba que un compuesto llamado Crotoxina podía curar el cáncer. Rápidamente la noticia se expandió por todo el país y se encendió la polémica. Al poco tiempo, como era de esperar, se demostró que eso era falso y nada más que un engaño. Un año más tarde de estos hechos, en 1987, un documental se emitía por las pantallas de la televisión abierta en nuestro país. Allí el Dr. Kurz, un científico, anunciaba el descubrimiento de la Bio-K2, una nueva droga proveniente del ñandú que permitiría a la humanidad vivir más de cien años. Al cabo de los minutos, el documental se deschavaba y demostraba que en realidad no era más que un engaño, una sátira, una manipulación a los espectadores para demostrar como el mismísimo dispositivo documental por sí mismo era suficiente para transmitir una sensación de verosimilitud. El director de ese falso documental era Carlos Sorín, quien previamente había realizado La película del rey, su multipremiada ópera prima y la película en cuestión era La era del ñandú.

El caso de Sorín es uno de esos que da un poco de lástima. Luego de muchísimos años dedicados a la publicidad, recién a los cuarenta pudo llegar a dirigir películas. Si a eso le sumamos el hecho de que en los 90 no dirigió ninguna, la carrera del realizador se comprende de nueve filmes divididos en más de treinta años.

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Si digo que el caso da lástima es porque Sorín sin dudas es uno de los cineastas argentinos vivos más importantes de nuestra cinematografía, con una peculiar maestría para retratar conflictos anclados en nuestra idiosincrasia que solo puedo equiparar a la de Adolfo Aristarain (con quien Sorín además comparte edad y número similar de películas).

Con Joel, su última película, Sorín nos recuerda cuánto extrañamos a cineastas de su generación, gente formada en el interior de la industria audiovisual pero con la agudeza necesaria de trasladar esa sapiencia a un cine de autor, enfocado en contar conflictos personales de un modo interesante, genuino y bello.

Nuevamente con la Patagonia como escenario fundamental del relato (algo que Sorín ya había hecho en otras seis de sus películas), esta vez anclado en Tolhuin, una pequeña localidad en la provincia de Tierra del Fuego, el filme cuenta la historia de Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile), un joven matrimonio pisando los cuarenta que no puede tener hijos y decide adoptar.

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La película inicia con una hermosa secuencia en un bosque, en que Cecilia va a buscar a Diego al trabajo para decirle que la han llamado del juzgado de Tierra del Fuego para explicarles que hay un niño para adoptar y que ellos son los primeros de la lista. A partir de allí vemos toda la preparación de ambos para el momento del encuentro con el pequeño. Joel, el niño en cuestión, vivía con su abuela en Buenos Aires hasta que esta falleció, quedando luego al cuidado de su tío. Cuando este cayó preso, terminó en un hogar de menores y ahora encuentra la oportunidad de tener una familia nuevamente gracias a Cecilia y Diego.

Bajo esta premisa Sorín enarbola un relato maravillo sobre la construcción de los vínculos y los afectos. La actuación de Almeida, protagonista absoluta del filme, es superlativa y logra perderse –y hacernos perder– en su personaje. Diego Gentile acompaña, mostrando una gran faceta dramática, saliéndose del costado cómico que tanto le hemos visto. El caso de Joel Noguera, el niño, también es superlativo. Sorín hace un trabajo de puesta en escena tan logrado que ayuda a transmitir de una forma muy genuina los rasgos y los comportamientos del pequeño, que no parece estar actuando nunca.

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A estos ingredientes dramáticos, sobre el primer tercio de la película, Sorín le agrega uno más para reversionar el clásico conflicto de pueblo chico, infierno grande. La película da un giro y ya deja de centrarse enteramente en la construcción de un vínculo parental especial para pasar a retratar cómo un pueblo puede ante un acontecimiento sacar a relucir sus peores miserias. La obra gana así en amplitud temática y pasa a ser de visionado obligatorio para cualquier padre, docente o persona interesada en la educación.

Ver una película así invita a creer que hay una serie de autores que podrían estar haciendo películas y no las hacen. Insisto, no puedo dejar de pensar qué lindo sería tener un estreno de Aristarain cada tanto. Encontrar a realizadores con la capacidad de poder contar de forma tan genuina la construcción de los vínculos hace que repensemos verdaderamente si muchas veces no es la ficción la que más puede acercarnos a la realidad.

Sin golpes bajos, sin lugares demasiado comunes, con complejidad argumental, con actuaciones hermosas y con una prodigiosa puesta en escena, Sorín se las ingenia para crear una nueva pequeña y mínima obra maestra.