Costumbrismo bien, sobre “Las Vegas” de Juan Villegas.

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La cultura audiovisual argentina está bastante vinculada a lo que solemos denominar “costumbrismo”. Si bien la utilización del término es incorrecta, ya que no hacemos mención con él a la corriente artística del siglo XIX, lo cierto es que guarda alguna relación. Para ponerlo fácil: cuando nos referimos al costumbrismo, hacemos hincapié en obras que muestran la realidad cotidiana de un determinado lugar, por lo general, con cierto romanticismo.

Así, una película costumbrista se encarga de mostrarnos gente de a pie, como nosotros, que atraviesa situaciones con las que fácilmente podemos identificarnos, pero en un registro idealizado o pintoresco.

Como puede verse, para una obra anclada en el costumbrismo es imposible eludir los clichés y los estereotipos; son aquí una imperiosa necesidad de la trama y el argumento. Una película costumbrista no puede, en consecuencia, no ser popular. Lo difícil, entonces, está en el punto medio, en lograr que la utilización de esos arquetipos se efectué en justa medida para no caer en el ridículo. Por otro lado, es importante que exista algo por detrás de toda esa carnadura cotidiana, una historia que se sostenga o tenga algo para decir, si no estaríamos ante una obra que busca la empatía por la empatía misma, sin ningún otro propósito que ese.

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Para observar los matices que podemos encontrar dentro de nuestro costumbrismo cinematográfico, películas como Mundo grúa y Pizza, birra y faso podrían compartir estantería en el videoclub con El hijo de la novia; No sos vos, soy yo; Cohen vs. Rosi o Alma Mía.

Pensar esto es importante. Es habitual que en nuestro país la palabra costumbrismo cause cierto recelo. Se emparenta a la televisión, a las novelas de Quique Estevanez o Polka, donde esta idea de lo cotidiano aparece tan exprimida que termina siendo una caricatura; a su vez, en un mundo tan intelectualizado como el de nuestros cineastas de morrales y grandes lentes, lo popular o entretenido es casi siempre una herejía.

Esta descripción inicial sirve para explicar el pantanoso terreno en el que se mueve Las Vegas, última película de Juan Villegas (Sábado, Los suicidas, Ocio, Victoria), que narra el encuentro que mantienen una madre joven y su hijo adolescente con su padre y la nueva novia de este, mientras esperan año nuevo en Villa Gesell.

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El nombre de la película se corresponde con el que tiene el complejo de departamentos en el todos se hospedan; a la vez, es en ese mismo lugar en el que Martín (Santiago Gobernori) y Laura (Pilar Gamboa) se conocieron de chicos cuando veraneaban con sus padres y donde concibieron con menos de veinte años a su hijo Pablo (Valentín Oliva), quien ya tiene en la actualidad dieciocho años.

Este tema de la edad será entonces el eje temático de la película. La poca distancia entre Pablo y sus padres es un elemento particular que la película explota para hacernos reflexionar sobre la idea del crecer y madurar.

A diferencia de Pinamar, de Federico Godfrid, con la que Las Vegas tiene varios puntos en común, la película de Villegas decide alejar el relato de un coming-of-age de Pablo y apoyarse en la comedia de enredos para, a partir de situaciones un tanto exageradas, narrar los conflictos de los personajes. En ese juego Las Vegas funciona, hace reír y se anima a caer en el costumbrismo y la utilización de los estereotipos sin que este uso sea vacío.

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El problema de la película aparece cuando deja de confiar en esto; por momentos, pareciera que Villegas tiene miedo de que lo confundan por la calle con un director de Polka y opta por tomar decisiones que traicionan los elementos más disfrutables de la película, como si renegara de ellos. Es en esos momentos cuando las actuaciones se desdibujan y adquieren un tono más parecido al cine de Martín Rejtman, saliendo de la frescura y el dinamismo que tanto disfrute generaban. Hay ciertas decisiones en los diálogos y en las puestas de cámara que tampoco son acertadas. Por algunos pasajes el filme se transforma en uno de Hong San-Soo, aunque, lamentablemente, el pastiche desconcierta y distrae más de lo que aporta al disfrute de la película. El punto más alto es Pilar Gamboa, que cada vez que aparece en pantalla mejora y soluciona todos los problemas.

Las Vegas, cuando no reniega del costumbrismo ni busca enrarecerlo, funciona y sirve como ejemplo de un estilo de películas que nuestro cine nacional no hace tanto y debería hacer más.