Pintalo de negro: sobre Bosch

 

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Está la gente a la que le gusta el policial y la gente a la que le gusta La casa de papel. Estoy decididamente entre los primeros, y si me vienen leyendo, habrán adivinado mi pasión por el género. Puedo decirles sin titubear que soy adicto a todas sus vertientes: ya sea el policial clásico inglés, el hard boiled americano, el misterio nórdico, el policial sin policías; soy un conocedor de los detectives, los investigadores privados, los periodistas investigativos. No me es ajena ninguna de las vertientes de los buscadores obsesivos de verdad y justicia.

Ya escribí sobre decenas de esos personajes. Desde Poirot y Miss Marple, pasando por Sherlock Holmes y Wallander, siguiendo hasta Lisbeth Salander y Jimmy McNulty. Es, de alguna manera, un placer enorme llegar hoy a escribir sobre Hieronymus “Harry” Bosch.

El mundo de Connelly

Michael Connelly creó a Harry Bosch a principios de los 90. Connelly (no confundir con John Connolly, creador del detective Charlie Parker), trabajaba como periodista de policiales del L. A. Times, pero luego del éxito de sus primeras novelas de Bosch (El eco negro, El hielo negro y La rubia de hormigón), se volcó a la novela policial de lleno. Definirlo como el autor de las novelas de Bosch es una reducción. La obra de Connelly se asemeja a la de los grandes autores de fantasía: es, antes que nada, un creador de mundos.

En sus calles de Los Ángeles conviven varios personajes ya célebres que entrecruzan sus destinos. A veces planta un personaje en una novela, como secundario, y lo retoma cinco años (y cinco novelas después) como protagonista. Es así que tenemos cruces que son casi Stephen Kingescos, otro inmenso creador de mundos.

Además de Harry Bosch y sus novelas, Connelly creó al “abogado del Lincoln” (The Lincoln Lawyer), Mickey Haller. Si el nombre le suena, es porque Matthew McConaughey protagonizó una adaptación al cine. Este personaje es el hermanastro de Bosch. Por otra parte tenemos a Terry McCaleb, un profiler del FBI que en su primera novela recibe un trasplante de corazón, y una vez recuperado, sale en busca del asesino de su donante. Por supuesto, ya vieron la película sobre esta novela, protagonizada y dirigida por Clint Eastwood. Se llamó Blood Work, y se la conoció como Deuda de Sangre. Terry McCaleb tuvo también su serie de novelas, y por supuesto cruzó su camino con Bosch, así como Rachel Walling, otra agente del FBI, que investigó a un asesino serial en El poeta, culpable de haber matado al hermano del periodista Jack McEvoy. Ellos dos cruzan sus caminos, con Bosch, Haller y McCaleb, por supuesto. Y cuando no se los cruzan, se los menciona.

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Neo Noir

Bosch es claramente un personaje neo noir. Y arriesgo a decir que el mundo del neo noir debería circunscribirse a la ciudad de Los Ángeles. Hay algo en esa inmensa ciudad baja, que se relaciona íntimamente con el género. Recordemos, los mejores films neo noir, como Training Day o Brick, suceden allí. El sol rasante, los canales secos, los barrios infinitos y las autopistas laberínticas son un marco interesante. El policial cinematográfico y televisivo siempre se llevó bien con Los Ángeles.

El background del personaje es ideal para el género. Su madre prostituta fue asesinada cuando era niño. Se crio en orfanatos y hogares de acogida. Se unió al Ejército, Fuerzas Especiales, peleó una guerra (en las novelas, Vietnam, en la serie, Tormenta del desierto), y luego se unió a la policía de Los Ángeles. Llegó a detective de 3ra., el grado más alto posible, antes de teniente, que lo obligaría a comandar una unidad, cosa que Bosch no quiere.

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Conoce todos los garitos, bares y restaurantes de su ciudad. Se crió allí. La recorre hace cuarenta años. Tiene una casa en las colinas, con una hermosa vista de la ciudad. En ese balcón, fuma y toma. Habla poco. Es duro. A veces es ingenioso. Entiende los códigos. Tiene una ex mujer “profiler” del FBI que se gana la vida jugando al póker en Las Vegas y una hija adolescente que lo adora. Es un detective prototípico. Necesita siempre un caso. Cuando no tiene ninguno, investiga la muerte de su madre.

A diferencia de otros detectives, no es adicto a las drogas ni alcohólico. No cita a Shakespeare de memoria. Es adicto al trabajo. Esta falta de cualidades rimbombantes lo convierten en un personaje más cercano y real que otros detectives ficcionales, siempre llenos de datos y gustos excéntricos. Si hay un detective con el cual relacionarlo, podría ser Kurt Wallander. Pero el sueco está deprimido en casi todas sus novelas. Bosch parece más bien irritado.

Al momento en que se empezó a filmar la serie, Connelly llevaba veintidós años escribiendo novelas de Bosch y otros personajes. Nada menos que veintiuna novelas protagonizadas por Harry Bosch, cuatro por Mickey Haller, dos por Jack McEvoy, otras dos por Terry McCaleb y una de Renée Ballard. Y con miles de senderos en el medio. Como les dije: un mundo. Estaba todo listo para trasladarlo a la pantalla.

Criminal mambo

En la pantalla chica se confía en Inglaterra (y ahora en los nórdicos) para proveer buenos policiales. No confundamos, todos los años que llevan de éxito continuo series como La Ley y el orden, CSI, NCIS o Criminal Minds, y sus múltiples derivados, no los convierten en buenos ni en policiales. De hecho, no se les llaman policiales sino “procedurales”. La definición exacta de una ficción procedural es un relato en el que el problema es introducido, investigado y resuelto en el mismo episodio.

Los policiales, en cambio, se cocinan lentamente. Desde siempre, los ingleses fueron el modelo para seguir. Ya los he nombrado varias veces, pero series como Prime Suspect, con Helen Mirren o Cracker, con Robbie Coltrane son, al día de hoy, material de excepción. En la actualidad, Luther y Happy Valley se sientan en un imaginario podio.

The Wire, americana, una de las mejores series de todos los tiempos, era, entre otras cosas, un policial. David Simon, su creador, célebremente dijo “No está pensado como entretenimiento. Soy feliz si a la gente le gusta y se entretiene, pero The Wire está concebida como un instrumento de debate sociopolítico”. Todas las series empalidecen bajo la complejidad de The Wire, cercana a la del modelo dickensiano de Historia de dos ciudades. Pero, recordemos, esa novela era incluso excepcional para Dickens, por ende no podemos medir todo bajo esos parámetros.

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No obstante, The Wire tiene que ver. Cuando Amazon decide llevar Bosch a la pantalla, hace dos cosas sumamente inteligentes. La primera es sentar a Michael Connelly en el bullpen de escritores. No es el líder ni necesariamente el escritor de los capítulos. Pero está sentado ahí con todos. Y la otra es traer a parte del equipo de The Wire para realizar la serie. La punta de lanza es Eric Overmyer, uno de los guionistas y productores que acompañó a David Simon tanto en The Wire como en Treme. Y Overmyer trae a guionistas célebres para dar una mano. Tenemos entonces escribiendo un capítulo a George Pelecanos (The Deuce, The Wire, Treme), a John Mankiewicz (House of Cards, House Md) y a Pieter Jan Brugge, productor de gran parte de la filmografía de Michael Mann (Heat, El informante, Miami Vice, entre otras películas).

Overmyer, luego de formar al equipo, castea impecablemente a Titus Welliver como Harry Bosch. Un actor de reparto que vimos en todos lados. Desde Deadwood y Lost hasta Sons of Anarchy pasando por The Good Wife, y en todas las películas de Ben Affleck. Welliver nació para ser Bosch. Y no lo digo yo, lo dice el propio Connelly, entonces no lo discutamos.

Acompañándolo, el elenco es notable. Jamie Hector es su compañero Jerry Edgar. A Jamie Hector lo vimos interpretando al temible Marlo en The Wire. Al jefe de Policía, Irving, lo interpreta Lance Reddick, otro conocido de la serie de Baltimore. Amy Aquino es la teniente Billets, una veterana de E.R., CSI y Everybody Loves Raymond. Y los nombres siguen. A todos los vimos en algún lugar.

Filmada en las calles y en locaciones reales, como la estación de policía de Hollywood, Bosch se siente urbana y actual. Como en todo trabajo bien hecho, sabemos que hay un cuidadoso diseño de producción y de ambientación, pero no se nota. No se ve. Al mismo tiempo, evita el “look” documental de esa otra gran serie de policías en Los Ángeles que fue The Shield. Y lo hace por una razón: Bosch es clasicismo en estado puro. Su fuerte, tal vez pueda ser su crítica. Estamos ante un relato clásico, mostrado de manera sobria. Si el espectador busca algo más que un buen policial, con excelentes diálogos y un diseño de personajes prodigioso, esta no es su serie.

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Evitando el lugar común

Hay una línea que conecta dos policiales de los últimos tiempos, como son Happy Valley y Bosch, y es la siguiente premisa: evitemos a los personajes tarados. Amplío: el protagonista no debe ser el único iluminado. Los demás también son profesionales y deben poder trabajar juntos. No debe haber malos entendidos, provocados por estupideces que no se puedan solucionar en una simple charla.

Con esas simples tres claves se pueden esquivar tantos lugares comunes, que el guion respira fresco. Y sobre todo, al evitar que el personaje sea un iluminado en un valle de idiotas, se genera un código. Y ese código hace que se hable menos, que se explique menos. Y que las cosas caigan por su propio peso. Nos da la sensación de que realmente estamos viendo a policías hablar en su lugar de trabajo. Es un acto de magia maravilloso, que provoca incluso diálogos pequeños e increíbles, como el que tiene la teniente Billets con los detectives veteranos Johnson y Moore, así como al pasar:

Teniente Billets
Estamos con muy poca gente, ¿es necesario que vayan a ver un cuerpo en el lago? Es un suicidio…
Johnson
Sonaba como un suicidio, excepto que le faltaba la cabeza y ahí nos alarmamos un poco.

Continúo, con esta premisa, ni el jefe de Policía ni la teniente son idiotas. Ni los compañeros. Ni siquiera los que en algún momento pueden afectar al protagonista. Entonces el conflicto principal se focaliza, y los personajes se hacen todos más tolerables. Cuando en la tercera temporada hace su aparición el detective Santiago, un veterano como Bosch, que tiene métodos incluso parecidos, es un placer de ver, puesto que la serie pasa a tener casi dos protagonistas, evitando el antagonismo antojadizo. Nada de insoportables, todos saben lo que tienen que hacer.

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Otro rasgo notable en cuanto a guion se refiere, es que por cada temporada de diez capítulos se adaptan aspectos de dos o hasta tres libros. Bosch trabaja los casos al unísono y no se juega con la línea de tiempo. Esto provoca un ritmo denso, y algo lento, pero todos los amantes del policial lo agradecemos. La historia no se completa con bobadas, los personajes vienen y van, trabajando los casos. Interrogan, entrevistan, buscan pistas. Son incansables, y aporta esto a que se fije en el espectador el compromiso de Bosch con el trabajo.

La primera temporada adapta Ciudad de huesos, Echo Park y La rubia de hormigón. La segunda temporada hace lo propio con Pasaje al paraíso, Cuesta abajo y El último coyote. La tercera temporada, El eco negro y Más oscuro que la noche, y la cuarta, El vuelo del ángel y aspectos de Nueve dragones. Hago un aparte aquí para reiterar: es casi al unísono que se desarrollan las tramas –no como en las temporadas partidas de las series de Marvel–, el truco es genial, ya que aporta a la naturalidad. Bosch trabaja en tres o cuatro cosas a la vez. Como nosotros.

Veredicto

Bosch es la mejor serie policial americana de los últimos años. Es del todo consciente de su género. No busca ser otra cosa. Es una enorme adaptación de una serie de novelas legendaria que aún se está desarrollando. Es, sin embargo, una serie para amantes. No se puede ver Bosch ocasionalmente. Está en Amazon. Otro de los milagros del streaming es que, en realidad, no les importa tanto el rating y son capaces de producir una serie que no es especialmente exitosa, y que va mejorando temporada a temporada sin la necesidad de tener legiones de fanáticos. Recién ahora, en la cuarta temporada, se está empezando a hablar de Harry Bosch. No es casualidad, empezó bien y hoy es excelente. Es el mejor neo noir posible, en un mundo que se puso a la altura de su oscuridad.