Reseña: The Big Sick

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Un clásico hollywoodense son las historias basadas en hechos reales. Tan en boga en los 90 y 80, esta suerte se subgénero dramático pretende generar en el espectador una especie de empatía inmediata, acercando su experiencia lo más posible al contrato de verdad propio del documental. En estas películas entendemos, desde que se imprime la famosa leyenda al inicio que sus personajes existieron, que los hechos que veremos ocurrieron y que entonces el relato no es el mero capricho de un escritor.

En tiempos de posverdad y crisis del discurso, estas historias ya no son lo que eran. Ese famoso intertítulo inicial ha perdido sentido y prestigio. Ha sido muchas veces usado en vano, con la única finalidad de generar algo de interés en dramas costumbristas insoportables, como aquellos con los cuales nos invadía en su momento ese infame canal lacrimógeno llamado Hallmark.

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Sin embargo, de vez en cuando, algunas de estas películas vuelven a tener cierto interés con historias que, relatadas con mucha honestidad y la distancia necesaria con la vida cotidiana, logran encontrar un punto intermedio entre lo necesario para contar una historia en términos dramáticos y la experiencia verídica de sus protagonistas.

En gran medida este es el mejor atractivo en The Big Sick, película dirigida por Michael Showalter, pero donde los principales artífices son sus guionistas Emily V. Gordon y Kumail Nanjiani, quienes atravesaron en la vida real lo que ocurre en pantalla.

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Nanjiani se interpreta a sí mismo mientras que Zoe Kazan se pone en el lugar de su esposa Emily. El relato nos cuenta su historia de amor en un contexto un poco extraño: al poco tiempo de conocerse, Emily cae en coma por una extraña infección y, dado que su familia no vive en la ciudad, Kumail deberá hacerse cargo de ella.

Con foco en Kumail, la película nos irá mostrando cómo él termina de enamorarse de Emily al tiempo que lucha contra las ataduras culturales que su familia intenta imponerle. Pero todo esto en un tono de comedia a lo Judd Apatow, quien no por nada es uno de los productores del film.

Apartado especial merecen los padres de Emily, encarnados por Ray Romano y Holly Hunter, quienes realizan una interpretación maravillosa, en un registro poco habitual para ellos, especialmente en el caso de la veterana ganadora del Oscar.

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El único punto en contra es la pobre ejecución cinematográfica de la obra. La película se siente televisiva. Podría ser tranquilamente un capítulo de alguna serie de bajo costo de Netflix. Esto es una pena porque da la sensación de que con un poco más de desafío técnico en la puesta en escena y en la fotografía, el resultado podría haber sido mucho mejor.

Tierna, entrañable y divertida, la película funciona casi en su totalidad, evitando los golpes bajos y las lágrimas innecesarias. En algún punto, se la podría ver como la contracara de aquella hermosa comedia que también fue 50/50.