EL CRÍTICO LERDO: TRAIN TO BUSAN.

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EL CRÍTICO LERDO:

Hoy les hablo de TRAIN TO BUSAN.

Y me presento antes de emitir alguna opinión.

El Crítico Lerdo llega siempre tarde a donde la mayoría ya llegó hace rato.

Lo sé… Soy así, no ando corriendo detrás de la actualidad cinematográfica, no me joden los spoilers, porque cuando llego a ver la película, casi siempre olvido lo que había leído sobre ella.

Descubro joyas descubiertas o me ofendo por ofensas ya caducas.

Les puedo revelar una maravilla de la que ya se han olvidado, o avisar que no vean algo que ya les ha destruido los ojos.

No es que me tome el tiempo, que sea cauto o extremadamente reflexivo, que quiera ser preciso y por eso piense cinco veces antes de escribir. Solo llego tarde a la película…

Entonces, les decía, el sábado vi…

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TRAIN TO BUSAN, de Sang-ho Yeon.

Este director, que hace con esta su ópera prima en cine de live action, da otra muestra de ese maravilloso cine coreano del que Luca Maldini tanto sabe y se preocupa por hacer que conozcamos…

TRAIN TO BUSAN es una gran película que podríamos encuadrar en el moderno cine de zombies, en su variante de “infectados” rabiosos, menos lentos y adormecidos que los clásicos muertos vivos propuestos por Romero (conservados en estilo por obras como Walking Dead), y más en la línea de 28 días, Resident Evil, o World War Z, peligrosos, agresivos, difíciles de detener.

Uno de los puntos fuertes es que la película logra construir, sobre una iconografía bastamente explotada y conocida, imágenes propias, incluso novedosas.

La imagen en sí de los infectados es perturbadora, por su mirada exasperada, y más aún, por su corporalidad (que Oriente sabe usar, como en Ju-On, The Grudge, A Tale of Two Sisters, por ejemplo). También el uso de los planos es notable, empleando los reencuadres que acompañan el necesario crecimiento narrativo, inexorable e imparable, como el tren en que viajan.

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La película se desarrolla casi en su totalidad en el espacio interior de los vagones, en un laberinto recto y fácil de resolver para los infectados pero no para los vivos. La acción se encuadra en el tren que no detiene su viaje hasta Busan, una ciudad que se anuncia como a salvo de la epidemia que se ha desatado. Pero no es un convoy de salvataje, es un viaje casual, pasajeros comunes que inician en Seúl un recorrido como cualquier otro día, hacia otra ciudad (Busan), y que se descubren en un bólido que se va contagiando progresivamente y acompaña la expansiva infección territorial.

Esto es remarcable, ya que en el momento de salir de ese interior claustrofóbico, el uso de los planos al que antes nos referimos no se vuelve casual, común, vacuo. Cuando parece que tienen controlado el interior, el exterior se vuelve peligroso.

Uno de los notables planos de la película es la persecución de la horda de enloquecidos infectados hacia un tren que se aleja. El plano va descubriendo, en alternancia con las miradas desde el tren, el caudal interminable de infectados. Hemos visto muchas veces estas persecuciones, pero la puesta de cámara, aérea, elevada, en un travelling ajustado, rescata esa acción con más belleza y justicia que impacto, hace sentir que no hay otra posición de cámara más conveniente, y eso es lo que un realizador siempre debe perseguir: que su público no piense en lo técnico, sino en el drama. Esas cosas vuelven valiosa la realización de Sang-ho Yeon, no solo la sangre y el maquillaje.

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Pero sin dudas, el alarde técnico puede tener finalmente poco valor si la precisión y la belleza no van de la mano, como dijimos, de una gran narración que rescata y refleja un gran drama.

El cine oriental en general, y el coreano en particular, explora lo trágico y, más aún, lo melodramático. Los códigos que en Latinoamérica monopoliza “la novela de la tarde”, son comunes a gran parte de la producción del cine de horror oriental y explotan los vínculos personales de manera exacerbada. En este Tren a Busan, se pueden resaltar los de padre-hija en peligro, mujer embarazada-marido fuerte y noble, jóvenes de una secundaria que aprenden sobre el amor y la muerte en el mismo viaje, miserias y cobardías inmensas.

Y es en este contexto de melodramas y tragedias cuando se llega a un final que justifica sin presiones todo el horror y la muerte vistos.

Ubico el final en los últimos minutos de la película, luego de ese plano referido de los infectados que persiguen el tren, colgándose unos sobre otros, arrastrados sin parar, una montaña de muerte buscando muerte, que penden de tres manos asidas a un caño azul, todo previo a lo que podríamos llamar la última lucha.

Y este final me da, a mí al menos, dos lecciones importantes.

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Detallando en modo inverso al tiempo de la película, el final-final, la última escena, juega una respetuosa y dramática cita a NIGHT OF THE LIVING DEAD, de Romero, poniéndonos en notable tensión si recordamos las acciones fuera de la casa en aquella película de 1968. Y la escena final demuestra, además, el valor que el sonido puede y debe tener en el cine. Lo que no pueden determinar los vigilantes a través de la imagen, solo llega por el sonido, recuperando otra vez un álgido momento melodramático dentro del film. Casi un susurro, para cerrar un gran drama.

Pero más que nada, esos minutos finales con la última lucha, con sus dolorosas consecuencias, nos devuelven a la realidad de que todo (en el cine, y sobre todo en esta película de acción y horror tan efectiva) es una lucha por amor.

Nos sumerge en una emoción visceral, que pocas veces en los últimos tiempos logra alcanzar el correcto y mecanizado cine americano. El uso que hace Sang-ho Yeon de imágenes que podrían parecer poco propias del cine de horror, alternado con imágenes de horror ya nativas del género, hace posible la poesía ante la pandemia y la muerte.