Reseña: El Ciudadano Ilustre
Imaginen a «El Ciudadano Ilustre» como la casa que los vecinos de Springfield construyen para Flanders. Por dentro hay poco que esté bien hecho, y lo que está mal hecho se acerca más al fraude que al intento. En esta situación particular, Oscar Martinez sería Flanders, que hace todo absolutamente bien y se encuentra con que el resto no es capaz de estar ni remotamente a la altura.
La Crítica de la Obra
Los críticos -en general- nunca sostienen sus reseñas o análisis en la observación superficial del producto. Eso sería impropio de la tarea. Reseñando una manzana hablarían por mas párrafos de sus propiedades saludables, vitaminas y etcétera. Nunca se detendrían en lo casual del «es roja, brillante y su parte comestible es blanca tirando a amarillenta». Insisto, esto es inconsistente. Se le exige al crítico una mirada superior. Sobre todo si quien lo emplea es productor de la película. En esa demanda, el crítico encuentra un subtexto en absolutamente todo. O lo inventa. Así, «El Ciudadano Ilustre» interpela al espectador (???). Así, «El Ciudadano Ilustre» nos revela la geografía del Buenos Aires profundo como nunca antes se la vio (?????).
Huelga decir que nada de esto sucede. La dupla Cohn-Duprat pone a Oscar Martinez en el rol del escritor ganador del Nobel, Daniel Mantovani, en una suerte de redescubrimiento interior por las calles de Salas, su pueblo natal a 700 km de Capital Federal, de donde – en sus palabras – escapó hace 40 años. Repitiendo el rol de Rafael Spregelburd en El Hombre de al Lado, Martinez compone a un tipo algo pedante, con un bloqueo de escritor quizá, que vuelve al pueblo como hombre de mundo en búsqueda de algo que tal vez se encuentre en la zona de «inspiración».
El reencuentro con amores del pasado (Irene, una natural y excelente Andrea Frigerio), amigos que se casaron con esos amores del pasado (Dady Brieva que parece copiar a Daniel Araoz), y vecinos deslumbrados por la presencia de la figura internacional que salió de su vientre, desatarán una serie de conflictos internos y externos que mueven la película hacia adelante hasta un final (mediocre). Todo acodado en un montaje ágil que no pone la pelota a dormir, «El Ciudadano Ilustre» parece mejor de lo que es.
La Obra
Y esto es porque el argumento, menor por todos lados, se agarra de un guión entretenido que el trío (o cuarteto si sumamos al Intendente Cacho interpretado enormemente por Manuel Vicente) sabe llevar más o menos con holgura. Como en «El hombre de al Lado», la película cringea. Dejar de mirar la pantalla por momentos va a ser algo natural. El guión se regodea con esas secuencias que en gran parte de la pelicula son notablemente forzadas y se devoran cualquier pretensión de realismo. Si en algo siempre sufre el cine argentino es en sus actores secundarios/terciarios/bolos. Salvando el papel de Marcelo D’Andrea como uno de los detractores de Mantovani y de Gustavo Garzón que le toca un rol minúsculo, el resto parece sacado de una panfleto unitario del siglo 19. Y entonces, cringea. Y le absorbe toda ilusión de certeza o realidad. Para muestra basta un botón (o varios, pero nos quedamos con uno solo, cerca del comienzo de la película):
El escritor, ganador del Nobel, es recogido en el aeropuerto. El remisero maneja un Regatta destartalado sin auxilio que obviamente se queda en medio de un camino al pueblo donde conductor y escritor pasan la noche. Toda la secuencia, aparte de inverosimil, esta filmada por un estudiante de segundo año de cine porque es un papelón.
Lo que queda de la Obra
Esa inconsistencia interna, ese inodoro en la cocina (¿por qué sabes lo que pesa un inodoro?) convierten una idea más o menos buena, porque original ni a palos, en el carnaval de los lugares comunes, en retóricas pavas y que atrasan cien años cuanto menos.
«El Ciudadano Ilustre» alterna cosas interesantes (el guión) con cosas excelentes (la actuación). Y lo envuelve todo con una caja de cartón hecha mierda que en el viaje se sacudió rompiendo todo lo de adentro. Pero había dinero para llevar lo lindo dentro de una bóveda. Con lo cual lo que se decanta es que todo lo que es feo, es una decisión. Estética en principio. De todo lo demás, en el acompañamiento.
Es una lástima.