Reseña: «De martes a martes»

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De Martes a Martes, ópera prima de Gustavo Triviño (reconocido operador de steadicam de la industria cinematográfica nacional) es una película incómoda, no solo por la temática que aborda, sino también por la decisión del realizador respecto de cómo se posiciona frente a ella.

Como su título lo indica, la historia transcurre en el lapso de 7 días que se suceden desde un martes a otro en la vida de Juan Benítez (Pablo Pinto), un tímido empleado textil –prácticamente mudo– que tiene cierta afición por los gimnasios y el fisicoculturismo, por así decirlo. Como el título también lo indica, esta semana no transcurre con normalidad, no va del típico lunes a lunes, sino que hay allí un elemento extraño, algo que se sale de la normalidad y la regularidad.

Juan sueña con tener su propio gimnasio, pero el dinero no le alcanza. Todo el mundo lo subestima, salvo su mujer y su hija quienes parecen ser las únicas orgullosas de él. Su afición por el gimnasio es confundida por sus estereotipados supervisores (esos que todos conocemos que por cobrar unos pesos más piensan que son los dueños del boliche) y por sus compañeros como sobrepeso. Gordito le dicen a menudo, con más ánimo de herir que cariño.

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La vida de Juan aparece entonces como rutinaria y sin demasiados sobresaltos, hasta que un día observa como la kioskera del barrio (Malena Sánchez) es brutalmente violada por un hombre (Alejandro Awada). La cobardía invade al protagonista y lejos de intervenir, observa atónito el acto. Mientras lo hace, al parecer elabora su plan. Plan que recién más adelante le será revelado al espectador.

Finalizada la brutal violación, el tímido gigante decide seguir al violador y, luego de una extensa caminata, logra tomar la patente de su automóvil. A partir de allí comenzará toda una peripecia y rastreo de datos con la finalidad de extorsionar al malhechor, devenido ahora en un ingeniero millonario.

En ese momento, Juan, un personaje con el que hasta ahora sentíamos empatía, que parece bastante subestimado pero bonachón, toma una decisión moral altamente reprochable: se aprovecha del hecho aberrante para buscar cumplir su sueño de progreso económico.

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Hasta aquí, más allá de la decepción que podemos sufrir con toda esa empatía derramada, no hay nada que no hayamos visto con habitualidad en el cine: sencillamente un personaje que toma una muy mala decisión. El problema, y quizá el punto más polémico del relato de Triviño radica en el final, cuando nuestro protagonista (casi tan malo como el antagonista) tiene éxito en su empresa, estafa al violador y logra cumplir su meta de abrir un gimnasio. De este modo aparece un mensaje peligroso, aunque no menos cierto en los hechos: muchas veces la gente toma decisiones incorrectas para lograr sus metas y solo de este modo puede alcanzarlas.

Nuestro protagonista jamás hubiese podido “progresar” económicamente de no ser por el acto aberrante que comete, y si bien esto es peligroso como discurso –con muchísimas probabilidades de que la bala salga por la culata– Triviño acierta en no tomar partido y desterrar una bajada moralista de último momento.

El personaje no se arrepiente de lo que hizo, lo aprovecha. Sí, claro, denuncia luego al violador y le da dinero a la víctima como para lavar sus culpas, pero el acto ya está consumado y nada más importa. Tampoco aparece una insólita justificación, o algún hecho karmático que nos deje tranquilos. Todo sigue como si nada.

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La valentía del realizador, que no es un mérito cinematográfico, debe ser destacada. Meterse así, sin necesidad, en una camisa de once varas y salir airoso no es para cualquiera, más en épocas de reflexión constante sobre estas problemáticas.

Por supuesto la película presenta algunos defectos. En ocasiones su protagonista y otros personajes se salen un poco del tono del relato y también en varios segmentos hay una recurrencia efectista a la música incidental para lograr generar un clima dramático que el planteo realizativo no transmite. Más allá de esto, cuestiones más que esperables en una primera película, De martes a martes constituye una ópera prima narrada con mucha solvencia, develando de alguna manera la vasta experiencia de su director en el set.