Stranger Things: Esto no es una reseña

Casi 100% libre de Spoilers, más allá de los de la sinopsis oficial,  o las fotos de los caps. No obstante eso, siempre es mejor leerlo con uno o dos capítulos vistos.

Esto no es una reseña. Le van a sobrar palabras y tal vez algún dato no deseado. No es una nota promocional, aunque pueden acusarla de eso. Esto tampoco es un análisis. Pronto, un redactor más serio que yo estará publicando una nota, que es obligatoria.

Esto es una declaración de amor.

Stranger Things es un producto de diseño. Es un producto del marketing, entendiendo a este como el estudio de los deseos del mercado objetivo y la adaptación para ofrecer las satisfacciones deseadas por este.

El lector de corazón siniestramente bienpensante se mueve incomodo en la silla. Ya piensa que la 24 es un poco demasiado imperialista para su gusto. Pues bien, yo creo que si no les gusta Stranger things, al menos los primeros 4 capítulos, que son los que vi, algo ha fallado en su infancia y adolescencia. Algo muy malo les ha pasado y lo lamento mucho por ustedes. Ojalá su analista los cure y puedan disfrutarlo.

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Netflix entendió cuál era producto justo para una generación y lo hizo filmar. Quiso y pudo.

La mencionada generación tiene 30 y pico de años; pisa los 40 y creció con The Goonies, E.T, con Joe Dante, con los Cuentos Asombrosos (en todo esto que nombré tuvo que ver Spielberg) y los libros de Stephen King.

Por supuesto que hay otras influencias en la licuadora: Carpenter y Raimi están presentes.

Esto no quiere decir que generaciones más jóvenes no lo disfruten: es tal la brillantez narrativa de esta época, que ha sembrado su semilla en todo lo que vino.

Stephen King twitteó el domingo 17 de julio, luego de ver un par de capítulos: “Stranger Things se parece bastante a un Grandes Exitos de Stevie King. Y lo digo de buena manera” (el “Stevie” que escribe King es para hacer un juego con su nombre y el de Spielberg)

The dude abides. El maestro, atento a que todo el mundo habla de eso, les da su bendición a los hermanos Duffer, cuya corta carrera no viene al caso y a los que les viene bien un reconocimiento de este calibre.

Solo falta que el otro padre les reconozca el ADN, el Steven Spielberg director y productor de los años 80 está aquí, omnipresente.

 Todo el mundo lo dice

Todo el mundo lo dice pero hace falta un repaso. Hagamos un pequeño ejercicio. ¿Cuáles son los elementos?

Empecemos por el pueblo pequeño, tan caro a la literatura kingiana. En vez de Derry, tenemos a Hawkins, con fisonomías parecidas. Rodeados de bosques, comercios de pueblo – esa suerte de tiendas todoterreno, casas separadas, tosqueras y pick ups por todos lados. Una comunidad pequeña, pero no minúscula. La gente se conoce entre sí, aunque puede olvidar el nombre de algún hijo.

Corre el año 1983, y Stranger Things asienta su espacio temporalidad en la música, los juegos y las películas. Como para Linklater en Dazed and Confused, para los hermanos Duffer la época es una estética, antes que nada.

En el primer capítulo se abusa de la tonalidad amarilla. Es el truco visual que nos referencia al pasado. Cuando recordamos, no recordamos en technicolor. Extrañamente, lo teñimos. Y el amarillo/ dorado es el color de la memoria. Los realizadores nos están metiendo en el vortex, apelando antes que nada a nuestra memoria emotiva, que no tiene que ver con referenciarnos con las vivencias de los personajes, sino con nuestras propias vivencias como espectadores.

Decía entonces que tenemos el pueblo kingiano. También tenemos el grupo de niños kingiano/ spielbergiano. Mike, Dustin, Lucas y Will son el grupo de niños un tanto nerds e instantáneamente queribles, que nos referencian a It, a Dreamcatcher, a Cuenta Conmigo, a E.T. y a los Goonies.

Como en It, uno de ellos se pierde. Como en Dreamcatcher, se encuentran con un ser con poderes especiales. Como en E.T., se lo esconde en la casa; como en Cuenta Conmigo y en los Goonies, la búsqueda es la aventura.

La iconografía no es un asunto menor. Las bicicletas con el farolito frontal nos ponen directamente en el terreno de E.T. El look de Mathew Modine como el Dr. Martin Brenner, es calcado del de Peter Coyote en E.T. Los walkie talkies, nuevamente, son otra apostilla etetiana.

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La masa pulsante, amorfa, en el subsuelo del Departamento de Energía, nos recueda a The Thing, de Carpenter.

Wynona Ryder, interprentando a Joyce, la madre de Will, es el guiño máximo. La actriz representativa de la Generación X, salta al pasado y se convierte en una madre ochentosa. A nuestros 17 años, Wynona era la novia imposible en Reality Bites, y fue para los años noventa, lo que Molly Ringwald para los ochenta.

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Poltergeist también está presente, otro producto Spielberg, se hace eco en la casa de la familia Byers.

La figura paterna ausente, otro de los temas preferidos de Spielberg, se repite en Stranger Things. Los Wheeler y los Byers sufren por esta ausencia, ya sea física o mental.

El Sheriff Hopper, vestido como el Jefe Brody en Tiburón, es la figura atribulada, cara a los afectos de los viejos maestros citados. David Harbour le pone carne al policía. Harbour, junto con Kyle Chandler, ya lo he dicho en su momento, son los hijos de Kevin Costner. Actores que pueden interpretar al americano medio. Con sensibilidad masculina, sin ser machista; con sentido común, sin ser brillantes; con presencia física, sin ser héroes de acción.

Como el Jefe Brody, el Jefe Hopper viene escapando de la violencia de las grandes ciudades. Pero Hawking tiene sorpresas para él.

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Stranger Things se permite meter referencias a Tolkien, que distaba mucho de estar de moda en 1983, con los códigos que manejan los chicos – Mirkwood, Radagast – y una partida de Calabozos y Dragones de 10 horas con Demogorgon incluido.

Hay también referencias oscuras y homenajes en algunas escenas, directamente descarados. Alguien podría argumentar que esto se parece a un plagio.

Entonces:¿Cuándo un homenaje es plagio? A esta altura, y en este tiempo, el homenaje es plagio cuando trata de ocultarlo. Stranger Things no oculta nada. Es cariño puesto en una licuadora y servido con una sombrillita en un vaso largo.

Suena The Clash en un flashback. Jonathan, el hermano mayor de Will, el niño desaparecido, le presenta su banda preferida al pequeño. Le dice que no es obligatorio que le guste ni que la escuche. Will instántanemente dice que le encanta. Suben el volumen. Ese es el tema central de Stranger Things. Y hace empalidecer a la magdalena de Proust.

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